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La confianza en Dios es un refugio seguro 

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Confiad en Él en todo tiempo, oh pueblo; 
derramad vuestro corazón delante de Él; 
Dios es nuestro refugio” (Salmos 62:8) 

Recién comenzamos un año y aún estamos trabajando con entusiasmo en los propósitos y las metas que queremos lograr. Tal vez, tu como yo, quieres crecer en tu vida de oración y comunión íntima con Dios. Aquí te compartimos un versículo que encierra verdades que pueden ayudarte. La oración al Dios Altísimo, en el Nombre de Jesucristo, tiene poder para conceder los deseos de tu corazón; para responder al clamor de los que han sido justificados por la preciosa Sangre del Cordero; para librarte de la angustia y la ansiedad y llenarte de paz mientras esperas. 

¿Qué significa confiar? Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, confiar es “encargar o poner al cuidado de alguien algún negocio u otra cosa”; “Dar esperanza a alguien de que conseguirá lo que desea”.  Cuando medito en este verbo, lo primero que pienso es que no podría confiar en un desconocido; en alguien que no ha probado ser digno de entregarle o compartirle algo que considero valioso. Por lo tanto, el confiar una persona, es el resultado de una relación que se nutre y crece a medida que pasamos tiempo con ella y la conocemos. En este versículo, se nos invita a confiar en Él, en el Dios creador del universo (Heb 1:2), y quien sustenta todas las cosas creadas con el poder de Su palabra (Heb1:3), incluyendo tu vida y tus circunstancias; el Dios cuyos ojos recorren toda la tierra (2 Cron 16:9) y que conoce aún los pensamientos más profundos de tu corazón (Rom. 8:27-30). No será fácil confiar, aún en Dios, si no pasamos tiempo con Él, leyendo y reflexionando en Su Palabra, ¡conociéndolo! 

¿Cuándo debemos confiar? ¡En todo tiempo! Ante una dificultad familiar, después de recibir un diagnóstico de una enfermedad terminal; cuando nuestros hijos no andan por caminos rectos; en el momento en que faltan las finanzas a fin de mes; en la espera de ver realizarse los anhelos de tu corazón; ante una respuesta brusca e hiriente. Ante cualquier circunstancia o eventualidad de la vida, ¡Dios nos llama a confiar en Él! 

¿Quiénes? Todos los que somos parte de Su pueblo; aquellos que hemos recibido y creído en Jesús como el Hijo de Dios (Juan 1:12); aquellos que hemos sido salvos por Su divina gracia (Efe 2:8-9); y hemos sido constituidos linaje escogido, real sacerdocio, nación santa y adquiridos por Dios (1 Pe 2:9). 

¿Cómo? El salmista nos invita a derramar nuestro corazón delante de Él. Sacando fuera, ante el Trono de la gracia, todo lo que hay en nuestro interior: frustración, duda, tristeza, angustia, dolor, ansiedad, enojo. Todo lo que te abruma, todo lo que te quita el sueño, todo lo que te entristece o te paraliza y no te permite continuar hacia adelante. Pero fíjate bien delante de quién, ¡es delante de Dios! No ante una amiga, vecina o hermana, sino, en primer lugar, delante de Dios. 

¿Por qué? Porque Él es nuestro refugio. Dios es nuestro lugar seguro en medio de la tormenta (Sal 18:2; 91:2); Él es el pronto auxilio en tiempo de dificultad (Sal 46:10); Él sabe y tiene todas las respuestas y la ayuda necesaria, en Su almacén de gracia. 

Por lo tanto, te invito a que vuelvas a leer y reflexionar en las verdades que se encuentran en este versículo del rey David y puedas abrazarlas y ponerlas en práctica para cultivar y crecer en tu vida de oración.  

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Esposa de José Alfonso Poy y madre de dos hijos. Sicóloga escolar de profesión con diplomado en Educación cristiana del Seminario Teológico Presbiteriano, Mérida, México. Miembro de la IBI desde el 2010 y parte del ministerio de misiones Antioquía y del Ministerio de mujeres Ezer. Directora del Programa AMO para América Latina y el Caribe. Apasionada por la enseñanza bíblica y convencida del poder de la educación para bien o para mal, según donde estén sus raíces.