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La belleza de la mujer y la Biblia

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Para hablar sobre la belleza bíblica es vital que la definamos ya que la misma es opuesta a lo que por tradición conocemos, lo cual produce mucha confusión. 

Hay dos categorías diferentes, la mundana y la divina y dentro de cada una hay subdivisiones. El problema radica en que vivimos según la cosmovisión mundana hasta que el Señor nos llama y reconocemos que nuestra definición necesita ser cambiada. Para comenzar a entender, leeremos sobre Jesús en Isaías 53:2, “no tiene aspecto hermoso ni majestad para que le miremos, ni apariencia para que le deseemos”. Sin embargo, en el Salmo 27 vemos que David pide al Señor que lo deje habitar en la casa del Señor para contemplar Su hermosura. ¿Es una contradicción o existe una forma para reconciliar estos dos versículos? 

Ahora, para entender el origen del concepto de la belleza del mundo, iremos a Ezequiel 28 donde leemos que Satanás estaba en el Edén vestido de toda piedra preciosa y era el sello de la perfección en hermosura y su esplendor causó la corrupción de su corazón, y Dios lo arrojó a la tierra para ser un ejemplo para los reyes. Vemos claramente que la belleza es externa y superficial mientras que lo interno, el corazón, es corrupto. 

Cuando el énfasis está en la belleza externa, que siempre cambia como con la edad, pero también es diferente entre razas, culturas y hasta generaciones, el resultado final es mantenernos en una esclavitud tratando de mantener la juventud o lograr parecernos a la moda de belleza de este tiempo, y como la misma es cambiante, es una meta imposible de lograr manteniéndonos inseguras. 

Si la belleza externa era tan importante para Dios, ¿crees que Dios permitiría que nazcan bebes con deformidades? Si lo externo fuera tan importante, ¿crees que Dios dejaría a la mujer “deformar” su cuerpo con algo tan bello como un embarazo? Un privilegio que solo es dado a las mujeres… participar con Dios en traer otro ser humano al mundo. ¿Realmente crees que un Dios de amor que estuvo dispuesto a morir por nosotras, pondría tanto énfasis en algo tan cambiante? Isaías 40:6,8 nos recuerda que “toda carne es hierba, y todo su esplendor es como flor del campo.” Sin embargo, “la palabra del Dios nuestro permanece para siempre”. 

Nuestro Dios, en Su creatividad ha creado cada persona diferente y todas son bellas ante Sus ojos. Algunas con el pelo rizo y otras lacio, y hasta con tonos de color diferentes. La piel puede ser negra, blanca, mestiza etc., cada una con su propia belleza a pesar de lo que el mundo exige. Y aquí es donde radica el problema, la belleza interna viene de Dios y está disponible para cualquiera que entrega su vida a Cristo. La del mundo es la que reina porque el mundo yace bajo el poder del maligno (1 Juan 5:19) debido a que Satanás ha cegado el entendimiento de los incrédulos (los reyes de Ezequiel) para que no vean la gloria del Señor (2 Corintios 4:4).

Es imposible que un Dios perfecto no sea bello y sabemos que Cristo es el resplandor de la gloria y la expresión exacta de la naturaleza de Su Padre (Hebreos 1:3), por lo tanto, el estándar de la belleza divina necesita ser diferente al del mundo. Entonces, ¿de dónde se deriva la belleza verdadera, la divina? Según 1 Pedro 3:3, “que vuestro adorno no sea externo: peinados ostentosos, joyas de oro o vestidos lujosos, sino que sea el yo interno, con el adorno incorruptible de un espíritu tierno y sereno, lo cual es precioso delante de Dios”. ¿Notan dónde radica la belleza? En el interior. ¿Y notan que este pasaje es totalmente opuesto al de Ezequiel 28?

La belleza divina tiene cualidades invisibles a nuestros ojos porque es reconocida por nuestras acciones. Son las mismas cualidades del fruto del Espíritu: el amor, el gozo, la paz, la paciencia, la benignidad, la bondad, la fidelidad, la mansedumbre y el dominio propio. Son cualidades que vienen de un corazón puro, de alguien que ama tanto a Dios que está dispuesta a trabajar para mantener la paz (2 Corintios 13:11) y no brillar sobre otras (Filipenses 2:5-8). No es el camino hacia arriba, al éxito, para recibir los elogios o la fama, sino el camino hacia abajo, hacía la humildad. Y mira la hermosura de la belleza divina, no es como la hierba que se seca o la flor que se marchita, sino que es permanente porque la Palabra de Dios permanece para siempre. Mientras la belleza externa va decayendo, la interior se renueva de día en día (2 Corintios 4:16) y por eso tenemos esperanza. En vez de esclavitud tenemos libertad. 

Como cristianas necesitamos evaluar la vida con ojos espirituales para ver lo invisible. A todas las que creemos en Cristo se nos han dado estos ojos espirituales, sin embargo, no todas los hemos ejercitado para ver lo que es obvio a los ojos espirituales. Aunque externamente Jesús no llenaba el criterio de la belleza del mundo, con ojos espirituales vemos una belleza extrema que durará por la eternidad. ¿Y dónde aprendemos como ejercitar estos ojos espirituales? «La ley del SEÑOR es perfecta, que restaura el alma; el testimonio del SEÑOR es seguro, que hace sabio al sencillo» (Salmo 19:7). Que seamos sabias en nuestra forma de pensar y vivir.