Jesús le contestó: «Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en Mí, aunque muera, vivirá, y todo el que vive y cree en Mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?». Ella le dijo*: «Sí, Señor; yo he creído que Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, o sea, el que viene al mundo». (Juan11: 25-27).
Hace unas semanas atrás, un pedacito de mi corazón partió con el Señor. Mi padre terrenal, después de una larga enfermedad, fue libertado de la esclavitud de ese cuerpo de corrupción a la libertad reservada para los hijos de Dios. (Juan1:12; 3:16-17; 5:24; 14:19; 2Co:14).
Nunca, como en este tiempo, he sido tan ministrada por la resurrección de Cristo. Una persona cercana a la familia, después de acompañarnos en las honras fúnebres y asistir al Memorial donde celebramos la preciosa vida de papi, se acercó y me comentó que le había llamado la atención que en el templo no había ningún símbolo alusivo a las religiones, sino que solo había una sencilla cruz de madera y ésta estaba vacía; lo que me permitió explicarle que la cruz y la tumba están vacías porque Cristo venció la muerte y resucitó.
Este suceso es la base de todo para vivir en Fe, esperanza y con la firme confianza y seguridad de la vida eterna. Y si Cristo solo hubiera muerto, pero no resucita, seríamos las más desdichadas entre los seres humanos. “Si hemos esperado en Cristo para esta vida solamente, somos, de todos los hombres, los más dignos de lástima (1 Corintios 15:19). Pero la resurrección de Cristo es nuestra garantía: “Pero ahora Cristo ha resucitado de entre los muertos, primicias de los que durmieron (v.20). “Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo en su venida” (v: 23). Este evento cambió el mundo y cada una de nuestras vidas, y ciertamente la vida de mi padre.
¿Qué significa este evento para nuestras vidas?
Asegura nuestra regeneración. Pedro afirma en su primera carta, capítulo 1. versículo 3: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, quién según Su gran misericordia, nos ha hecho nacer de nuevo a una esperanza viva, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos,”. Jesús se levanta de entre los muertos con un cuerpo glorificado, en el cual permanecen perfectamente unidas su naturaleza divina y su naturaleza humana de manera eterna e indivisible. Antes y después de su resurrección, Cristo fue y continúa siendo 100% Dios y 100% hombre. Él gana para nosotras una calidad de vida de resurrección, llena de gracia, fe, amor y esperanza, sometida a su autoridad, en santidad y obediencia a su Palabra, ya que hemos resucitado con Él y vivimos Su Vida en nosotras. (Gálatas 2:19-21).
Cuando creemos y nacemos de nuevo, permanece con nosotras un cuerpo caído y débil, pero nuestro espíritu es vivificado por medio del Espíritu Santo que operó en la resurrección de Cristo Jesús; en Él, con Él y por Él disfrutamos de la vida eterna. Por eso Pablo dice que Dios nos dio vida con Cristo, y en unión con Cristo nos resucita. El poder con el que Cristo fue levantado de entre los muertos, es el mismo poder que está obrando dentro de nosotras (Romanos 8:11).
Este poder nos hace más que vencedoras sobre el pecado que aún permanece en nosotras. “Porque el pecado no tendrá dominio sobre ustedes, pues no están bajo la ley sino bajo la gracia” (Romanos 6:14). También nos capacita para ministrar, edificar a su pueblo y ser de testimonio vivo a los demás. Después de la resurrección fue que Jesús dijo a sus discípulos en Hechos 1:8“pero recibirán poder cuando el Espíritu Santo venga sobre ustedes; y serán Mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra».
Asegura nuestra justificación. En Romanos 4:25 leemos que Jesús “fue entregado por causa de nuestras transgresiones y resucitado para nuestra justificación”. En unión con Cristo Dios nos resucitó. Así como Jesús se humilló a lo sumo, Dios lo aprobó, exaltándolo a lo sumo (Filipenses 2:8-9). Ya que estamos unidas a Cristo, también somos aprobadas por el Padre. Ya no somos culpables sino justas a los ojos del Padre en Cristo.
Asegura que nosotras recibiremos también cuerpos perfectos en la resurrección. Cuando Jesús resucitó pudo exhibir sus cicatrices como recuerdo eterno de sus padecimientos, sufrimientos y muerte por nosotras. Eso no quiere decir necesariamente que nosotras podremos exhibir las nuestras, pero sí que todas seremos sanadas, perfectas y completas, con cuerpos glorificados (1 Corintios 15: 42).
Cristo ha resucitado y nosotras con Él; por ello podemos y debemos fijar nuestra mente en las cosas de arriba. “Si ustedes, pues, han resucitado con Cristo, busquen las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Pongan la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque ustedes han muerto, y su vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, nuestra vida, sea manifestado, entonces ustedes también serán manifestados con Él en gloria” (Colosenses 3:1-4).
Los que mueren en Cristo serán resucitados a la vida eterna en el futuro. Nuestro cuerpo físico no dejará de deteriorarse por causa del pecado que entró en el mundo, pero para nosotras que hemos recibido a Cristo como nuestro Salvador, la vida eterna y la resurrección del cuerpo para unirse a Él, están aseguradas
He sido sostenida y consolada por las maravillosas promesas, fieles y verdaderas de nuestro Dios, y la seguridad de su salvación. En medio de la profunda tristeza que causó la separación física de mi padre, la certeza de saber dónde está él hoy, y la bendita esperanza de que volveremos a estar juntos algún día, alabando y adorando al que vive para siempre, a nuestro Señor, esto provoca que un cántico de alabanza y gratitud salga de mis labios:
El Señor resucitó, ¡Aleluya! Muerte y tumba El venció; ¡Aleluya! Con su fuerza y su virtud, ¡Aleluya! Cautivó la esclavitud. ¡Aleluya! Cristo Nuestro Salvador, ¡Aleluya! De la muerte vencedor, ¡Aleluya! Pronto vamos sin cesar, ¡Aleluya! Tus Loores a Cantar, ¡Aleluya!