“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a Su Hijo Unigénito, para que todo aquel que cree en Él, no se pierda, sino que tenga vida eterna”. (Juan 3: 16- 17).
Cada año se celebra el evento más trascendental del universo, preconcebido en el corazón del Dios Soberano desde antes de la fundación del mundo. Se conmemora el acto, sin otro igual en la historia, hecho por el mismo Dios encarnado en la persona de Su Hijo Jesucristo, quien, con Su sacrificio en La Cruz del calvario, trae redención al que cree en Él. Lastimosamente, al que lo rechaza, condenación eterna.
Tanto los creyentes en Cristo, como los religiosos, e incluso los incrédulos, esperan “La Semana Santa”, pero con motivaciones diferentes. El mundo se encarga de bombardear con sus propuestas de descanso, llenas de diversión, paseos, viajes y festejos, que hasta a los mismos creyentes logra seducir y engañar, dejando de lado el verdadero significado e importancia, de repercusión eterna, que ésta encierra.
La Semana Santa no es más que la consumación de los designios de Dios y Su promesa de salvación dada al hombre perdido y a Su pueblo escogido, a lo largo de todo el Antiguo Testamento, recayendo en Su Único Mediador Eterno Jesucristo (1Timoteo 2: 5).
Él es la simiente de la mujer que heriría a la serpiente en la cabeza por engañar a Adán y a Eva en El Edén, y llevarlos a desobedecer el mandato de Dios de no comer del árbol prohibido, aunque Él lo sería solo en el calcañar (Génesis 3:15). Como consecuencia de su pecado, cada uno recibió su castigo. La serpiente, maldecida; y Adán y Eva, separados de Dios, muertos espiritualmente, condenados, echados del huerto. Pero desde allí, aunque toda la humanidad es condenada, la promesa de salvación es dada en la simiente de la mujer.
Vemos por otro lado, que por la obediencia de un hombre, Abraham, el padre de la fe y del pueblo hebreo, Dios le hizo también la promesa de que en su simiente serían benditas todas las naciones y familias de la tierra (Génesis 12:1-6; 15:6-7; 22:18). A Isaac y a Jacob se les ratificó dicha promesa (Génesis 26:4; 28: 14). De nuevo, esta simiente bendita es Cristo (Gálatas 3:16).
Jesús es representado por el cordero sin defecto, de un año, sacrificado la noche en que el pueblo hebreo, cautivo en Egipto y esclavizado por 400 años (Gn.15: 13-14), fue liberado por mano de Moisés. Se le ordenó tomar la sangre del cordero y ponerla sobre los postes y el dintel de las casas. Debían comerlo asado con panes sin levadura y hierbas amargas. El ángel de la muerte pasaría esa noche; mató a todos los primogénitos egipcios, pero no tocó a ninguno de los judíos, porque vio la señal de la sangre del cordero sobre los dinteles de las casas. Es la pascua (Pesah, pasar por alto o encima). Esta fiesta sería celebrada en memoria de tan grande liberación, solemnemente, por todas las generaciones (Éxodo 12: 5- 15). “Porque nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros” (1Corintios 5:7b). Él es el Cordero que quita el pecado del mundo (Juan.1 :29). Nos redimió; se inmoló por nuestra libertad espiritual desde antes de la fundación del mundo (1Pedro 1:18-20). No tuvo mancha alguna (Hebreos 9:14). Se ofreció voluntariamente (Juan.10: 17-18). Así como se ordenó en Éxodo 12: 46b, no quebrar ninguno de sus huesos, a Jesús tampoco les fueron quebrados (Juan. 19: 36).
¡Nos toca el corazón, ver cómo todo se cumple en Jesús conforme a lo pautado por Dios!
Cuando se cumplió el tiempo, y teniendo conciencia de que su hora había llegado para pasar de este mundo y cumplir con la voluntad del Padre (Salmos 40:6-8; He.10: 10-14), celebró su última Pascua en el aposento alto la víspera de su muerte, junto a sus apóstoles, abriéndoles fervorosamente su corazón: “Intensamente he deseado comer esta Pascua con ustedes antes de padecer; porque les digo que nunca más volveré a comerla hasta que se cumpla en el reino de Dios” (Lucas .22: 15- 16). Inmediatamente instituye “LA CENA DEL SEÑOR”, inaugurando el Nuevo Pacto en su sangre. Su cuerpo fue mortalmente lacerado y su sangre derramada por nuestros pecados, para nuestra salvación (Lucas 22:17-20, Jeremías 31: 31-34; Hebreos 8). Celebrar La Santa Cena es conmemorar nuestra Pascua definitiva en Jesús, también nuestro Cordero, quien finalmente nos libera de la esclavitud del pecado, de la muerte y condenación eterna; nos reconcilia con el Padre por la eternidad. Lo que la humanidad perdió en El Edén, fue restaurado por Jesús mediante su entrega vicaria. En su memoria la tomaremos, “porque todas las veces que coman este pan y beban esta copa, proclaman la muerte del Señor hasta que él venga” (1Corintios 11:26). Esto en sí encierra una promesa segura de que Jesús volverá “por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan” (Hebreos 9: 28).
¿Entiendes la importancia de “La Semana Santa? ¿Podrías reflexionar en la pasión de Cristo, su sufrimiento, muerte de cruz y su resurrección? ¿Puedes oír la voz de Dios que trasciende los cielos? ¡Reafirma tu fe!
- Su amor es evidente; su bondad y misericordia desplegadas en Cristo para nuestra salvación son incuestionables, que nos llaman a la gratitud. (Tito 3:4-7).
- No estamos huérfanas: envió al Consolador. (Juan.14:15-18; 16: 7-14)
- Nos bendijo en los lugares celestiales en Cristo. (Efesios 1:3-13)
- Estábamos muertas en nuestros delitos y pecados, y nos reconcilió por medio de Él. (Romanos 3:23- 26)
- Jesús pagó la deuda que no podíamos pagar. (1 Juan4:9-10)
- Jesús destruyó todas las obras del diablo y maldiciones en contra nuestra, clavándolas en la cruz. (Colosenses 2:13-15)
- Al resucitar, subió a los, cielos, sentándose a la diestra del Padre, constituyéndose en Nuestro Gran Sumo Sacerdote que intercede por nosotras, y nos da libre entrada a su Presencia; tenemos su socorro. (Hebreos 4:15-16; 10:19-23).
- Su manantial fluye aún para hallar perdón. (1 Juan 1:7-9; Zacarías 13:1)
¡GRACIAS JESÚS!