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Gracias Dios por mi padre terrenal

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«Una noble paternidad nos permite vislumbrar los atributos de nuestro padre celestial.«
James E. Faust 

Mi padre es uno de los más preciados obsequios que Dios me ha entregado en la vida. Lo amo con todo mi corazón. Mi madre, mis hermanos y yo no tenemos duda alguna de que él también nos ama. Así lo ha evidenciado desde siempre.  

Por la gracia y misericordia de Dios disfruto de la fortuna de una estrecha relación con mi padre terrenal. Una mañana con él, por muy ajetreada que sea es un remanso de paz, aprendizaje, carcajadas y alegría. Cualquier dificultad a su lado siempre ha cobrado una perspectiva diferente. Quienes me conocen bien y conocen a mi padre, no tardan en identificar como nos parecemos en tantas cosas, especialmente aquellas que muchos han identificado como aspectos que adornan mi personalidad. 

Es importante aclarar que mi padre terrenal, aunque reconoce la existencia de Dios y la sociedad podría catalogarlo como moralmente correcto, aún no ha entregado su vida al Señor. Esta ha sido una oración constante por años que Dios va respondiendo en su tiempo y a su manera, en la cual tengo fe que completará en su momento. 

Hoy doy gracias a Dios por la bendición de tener un padre terrenal a quien amo y quien me ha enseñado tanto, por lo que me dispongo a compartir con ustedes algunos reflejos de su vida que me conectan con mi padre Celestial.  

a) Compasivo“Tan compasivo es el Señor con los que le temen como lo es un padre con sus hijos.” Salmos 103:13 

A mis 13 años, fui con mi padre a visitar a una viuda amiga de la familia, quien sufrió mucho por el maltrato de su marido, el cual se negó a apoyar a sus niñas en los estudios y prefirió ponerlas a trabajar desde pequeñas en un pequeño negocio familiar.  No fue sino hasta la muerte de su marido cuando, ya viuda, ella se sintió en libertad de hablar y llorar profundamente sobre este tema.  

A esa edad veía a mi padre tan fuerte sobre todo porque, siendo un hombre de campo con poca educación formal, tuvo que enfrentar muchas vicisitudes desde niño -incluyendo trabajar y ser sustento para sus hermanos menores- lo que le entrenó muy bien para su labor de padre responsable.  Sin embargo, al escuchar el detalle de todo lo que esas niñas habían enfrentado con su padre terrenal, mi padre -a quien yo nunca había visto llorar- no pudo contener sus lágrimas, lo que me embargó el corazón profundamente y descubrí que aquel hombre tan fuerte, protector y proveedor, también era compasivo y sensible.  Desde aquel día lo amé aún mucho más.   

Debo reconocer que con frecuencia suelo olvidar que nuestro Dios, Omnisciente, Omnipresente, Todopoderoso, Rey de Reyes, también es compasivo, tierno y misericordioso. Y es que su compasión en mi vida es una realidad precisa y perpetua (Lamentaciones 3: 22-23), con la cual me manifiesta su profundo e infinito amor, un amor que me desarma y conmueve. 

b) Protector. “El Señor es mi luz y mi salvación; ¿a quién temeré? El Señor es el baluarte de mi vida; ¿quién podrá amedrentarme? Cuando los malvados avanzan contra mí para devorar mis carnes, cuando mis enemigos y adversarios me atacan, son ellos los que tropiezan y caen. Aun cuando un ejército me asedie, no temerá mi corazón; aun cuando una guerra estalle contra mí, yo mantendré la confianza”.  (Salmo 27:1-3) 

De niña y adolescente, de vez en cuando aparecía algún intruso, molestoso o en buen dominicano “propasao” pretendiendo pasarse de listo.  Siempre fue fácil para mi acudir a mi Papi, manifestarle mi situación y descansar en que él la resolvería, como de hecho siempre lo hizo.  A mi corta edad, la certeza de saber que podía contar con mi padre en todo momento, abrir mi corazón y manifestarle mi preocupación me llenaba de gozo, seguridad paz y alegría. Es mi oración que cada niña pueda ver este atributo de Dios en su padre terrenal, pues en esa etapa de la vida resulta muy importante.  

El Salmo 27 nos revela que ninguna amenaza puede superar a Dios. En Él podemos depositar toda nuestra confianza.  En tiempos de angustia y riesgo, Él se constituye en nuestro poderoso Salvador y Protector. Él es digno de nuestra absoluta confianza en cualquier circunstancia por simple o complicada que parezca.  Dios es nuestro amparo, fortaleza y refugio seguro.  

Nuestro Dios es quien defiende al débil y al huérfano; hace justicia al afligido y al menesteroso (Salmos 82:3), libra al pobre que clama y al huérfano que no tiene quien le ayude (Job 29:12), es quien hace justicia al huérfano y a la viuda y muestra su amor al extranjero dándole pan y vestido (Deuteronomio 10:18). Así de protector es nuestro Dios. 

Querida hermana, desconozco la relación que tengas o hayas tenido con tu padre terrenal, pero estoy convencida de que esta ocasión es propicia para motivarte a orar por él en gratitud a Dios por su vida en la tuya; y en especial por la salvación de su alma, ya sea que haya exhibido o no atributos de nuestro padre Celestial, pues todos le necesitamos y dependemos enteramente de Él.  

Hoy elevamos nuestra oración de gratitud a Dios por concedernos tener padres terrenales capaces de reflejar sus atributos mediante una paternidad noble y responsable de este lado del sol, así como por aquellos en quienes el pecado ha empañado esos atributos pero que igualmente necesitan tocar el manto de nuestro Padre Celestial y recibir el regalo de los regalos: La Salvación.