A través de la historia de la humanidad, el hombre siempre ha tratado de explicar el propósito de nuestra existencia. Para grandes filósofos, teólogos y pensadores, este siempre ha sido un tema de gran debate. Vemos como los artistas, músicos, escritores, poetas han intentado plasmar todo tipo de sugerencias en sus creaciones. Pero… la única y verdadera respuesta la podemos encontrar en la palabra de Dios.
«El pueblo que Yo he formado para Mí, proclamará Mi alabanza”. (Isaías 43:21)
Ahí está de forma clara y simple, la razón principal de nuestra existencia: alabar y glorificar a Dios, adorar a nuestro creador.
Dios nos hizo a Su imagen, según Su semejanza (Génesis 1:26-27) y nos creó con la necesidad de adorar. Está en nuestro ADN, adherida a nuestra estructura interna, en lo más profundo de nuestras almas. ¡Fuimos creadas para la adoración y reflejo de Su gloria! Esa verdad debería moldear nuestra identidad, somos adoradoras.
«Porque de Él, por Él y para Él son todas las cosas. A Él sea la gloria para siempre.” (Romanos 11:36)
¿Y qué significa adoración?
Adoración viene de la palabra griega (proskuneo) que significa «postrarse o arrodillarse delante”. Es la expresión de admiración por alguien o algo. Es mostrar reverencia y honor, asignar importancia o valor. Y si lo asociamos a nuestro Dios podemos decir que adorarle es reconocer Sus virtudes y alabarle por ellas. Es una acción interna de doblar las rodillas y postrarnos delante de El con devoción.
Vengan, adoremos y postrémonos; Doblemos la rodilla ante el Señor nuestro Hacedor. Salmos 95:6
Las Escrituras declaran que sus siervos deben alabar al Señor.
«¡Aleluya! Alaben, siervos del Señor, Alaben el nombre del Señor.” (Salmo 113:1)
«Todo lo que respira alabe al Señor.» (Salmo 150:6)
La alabanza es una respuesta a la adoración. Si respiramos, no tenemos opción, estamos destinadas a alabarle. La adoración es una actitud de gratitud que brota de corazones hechos nuevos y humillados, dirigidos hacia el Dios asombroso que nos creó, nos amó y se entregó por nosotras.
¿Y cómo debemos adorarle?
«Pero la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque ciertamente a los tales el Padre busca que lo adoren. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben adorar en espíritu y en verdad.” (Juan 4:23-24)
Cristo dice que la adoración que agrada a Dios es la que se da en espíritu y en verdad. Adorar en espíritu tiene que ver con nuestro corazón. Sin el Espíritu Santo dentro de nosotros, no podemos responder a Dios en adoración. El Espíritu es quien vigoriza y hace manifiesta la adoración. Adorar en espíritu requiere de una mente centrada en Dios y renovada por la verdad. Pablo nos exhorta a “presentar nuestros cuerpos como sacrificio vivo y santo, aceptable a Dios, que es nuestro culto racional« – en otra traducción –“que es vuestro servicio de adoración”, Y no se adapten a este mundo, sino transfórmense mediante la renovación de su mente…” (Romanos 12:1-2).
Sólo cuando nuestras mentes dejan de estar centradas en otras cosas para centrarse en Dios, podemos adorar en el espíritu. Nuestra ofrenda es toda nuestra vida, respondiendo a todo lo que Dios es con todo lo que nosotras somos. Una vez que fuimos rescatadas y redimidas del pecado y de la muerte, podemos ofrecernos a nosotras mismas y todo lo que tenemos como adoración.
Sólo podemos adorar en espíritu si tenemos un corazón arrepentido. La alabanza y la adoración a Dios no pueden provenir de corazones impuros. Cuando confesamos y nos arrepentimos de nuestro pecado, la comunión con Dios es restaurada y la adoración y la alabanza brota de forma natural. Salmos 51:17 dice:” Los sacrificios de Dios son el espíritu contrito; Al corazón contrito y humillado, oh, Dios, no despreciarás»
Para adorar verdaderamente a Dios, debemos comprender quién es El y todo lo que ha hecho, lo cual es revelado por completo en Su palabra. Nuestra adoración debe estar arraigada y atada a las realidades de la revelación bíblica. Toda adoración es una respuesta a Su verdad. En Juan 17:17, Jesús le dice al Padre: «Tu palabra es verdad”, en el Salmo 119:142 dice: «Tu ley verdad».
La adoración es una respuesta continua del Espíritu a la revelación de Dios que exalta Su gloria en Cristo en nuestras mentes, corazones y voluntades. Para que nuestra adoración sea en Espíritu y en verdad debemos amar profundamente a Dios y amar profundamente Su palabra.
«¡Cuánto amo Tu ley! Todo el día es ella mi meditación.” (Salmos 119:97)
«Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente.” (Mateo 22:37-39)
¿Por qué adoramos a Dios?
La adoración es un don, un regalo de parte de nuestro Padre celestial, que nos invita, una y otra vez, a encontrar nuestro mayor gozo en Él, en todo momento y en cualquier lugar.
Hay una cierta dimensión de satisfacción que Dios quiere que cada creyente experimente y que no puede ser encontrada en ningún otro lugar excepto en la alabanza y adoración de Su nombre. A la medida que cumplimos con nuestro propósito y hacemos exactamente para lo que fuimos creadas, nuestro Dios nos bendice y nos satisface con Su presencia.
Apocalipsis 5:11-13
“Y miré, y oí la voz de muchos ángeles alrededor del trono y de los seres vivientes y de los ancianos. El número de ellos era miríadas de miríadas, y millares de millares, que decían a gran voz: «El Cordero que fue inmolado es digno de recibir el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, el honor, la gloria y la alabanza». Y oí decir a toda cosa creada que está en el cielo, sobre la tierra, debajo de la tierra y en el mar, y a todas las cosas que en ellos hay: «Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el dominio por los siglos de los siglos.”
¡Wow que imagen, tan solo de imaginarlo se estremece mi alma! Una adoración pura y verdadera hacia Aquel, único digno de toda nuestra adoración, nuestra alabanza, nuestras vidas. Atribuyendo todo valor a la persona de Cristo y lo que Él ha hecho. No tenemos palabras para describir a un Dios tan asombroso, tan solo podemos adorarle, cantarle, “alabarle… ¡Fuimos creadas para proclamar Sus alabanzas! ¡Fuimos redimidas para darle gloria y honor! ¡Que todo lo que respira alabe al Señor!