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Fortaleciendo mi fe en tiempos difíciles 

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En una época de mi juventud, quise iniciar cambios en mi estilo de vida para mitigar el sobrepeso y algunos dolores corporales que me aquejaban. Me inscribí en el gimnasio del Colegio Médico y, en la primera sesión de ejercicios, el instructor dijo la frase no pain, no gain («sin dolor no hay ganancia»). Nunca olvidaré lo que eso significó en la realidad, cuando, al día siguiente, no podía moverme del dolor muscular en casi todo mi cuerpo. Creo que no duré ni dos meses en el gimnasio, pero no olvidaré las ganancias que obtuve en ese poco tiempo que duré ejercitándome. 

En la vida cristiana sucede algo parecido a un gimnasio. Con relación a nuestra fe, estaremos siempre sometidos a una serie de «ejercicios» que fortalecerán o debilitarán nuestro andar, dependiendo de la cosmovisión que tengamos acerca del dolor y el sufrimiento. 

En la Palabra de Dios leemos diferentes pasajes que nos hablan de las pruebas aflictivas como medios usados por Dios para nuestro bien. Leemos en 1 Pedro 1:3-9 (RVR1960):  

«Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva por la resurrección de Jesucristo de los muertos, para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros, que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero. En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para que sometida a prueba vuestra fe, mucha más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo, a quien amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso; obteniendo el fin de vuestra fe, que es la salvación de vuestras almas». 

Nuestra fe ha sido, y será, probada en todo el transcurso de este andar o peregrinaje, porque, así como se prueba el oro en medio del fuego para sacar sus impurezas, así usa Dios el dolor y las aflicciones en nuestra vida, para afinarnos y limpiar nuestro pecaminoso corazón. Los tiempos difíciles son parte de los ejercicios que fortalecerán los «músculos espirituales» de nuestra vida y andar, y nos ayudarán a madurar como cristianos, preparándonos para servir con mayor devoción a Dios y al prójimo. 

No seríamos capaces de consolar a otros si no hemos pasado por el fuego de la prueba, y esto lo vemos en 2 Corintios 1:3-4 (RVR1960): 

«Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios».  

Y aunque abunden las aflicciones, también abunda el consuelo de Cristo en nuestras vidas (2 Corintios 1:5). 

Nuestra fe será fortalecida si entendemos que las pruebas son orquestadas por Dios para nuestro bien, y producirán en nosotros un carácter paciente (Santiago 1:3). Y seremos perfectos y cabales, sin faltarnos cosa alguna (Santiago 1:4), para vivir la vida que Dios quiere que vivamos delante de Él.  

Y aun en medio de cualquier prueba de fuego, si recordamos que Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones (Salmo 46:1), no temeremos, aunque la tierra sea removida y se traspasen los montes al mar (Salmo 46:2), porque Jehová de los ejércitos está con nosotros; Él es nuestro refugio (Salmo 46:7). Él nos dice que estemos quietos y que conozcamos que Él es Dios (Salmo 46:10), y nos recuerda que está con nosotros; que es nuestro refugio (Salmo 46:11). 

Es por eso que todo cristiano debe conocer a fondo la Palabra de Dios, porque en ella encontramos esas promesas escritas. Esa ley es nuestra delicia, ya que, sin ella, hubiéramos perecido en nuestra aflicción (Salmo 119:92). Es Su Palabra, son Sus mandamientos los que nos vivifican (Salmo 119:93). En Su Palabra esperamos. Él es nuestro escondedero y nuestro escudo (Salmo 119:114). 

Los tiempos ya están difíciles; no se vislumbra ninguna mejoría. Pero nada de eso debe llenarnos de temor ni de incertidumbre. Cristo nos dice:  

«Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad yo he vencido al mundo» (Juan 16:33, RVR1960).  

Tengamos paz en Él y confiemos: ya Él venció. 

¡Ayúdanos, Dios!