Recientemente he visto partir a seres muy amados, y ha venido mucho a mis pensamientos los versículos 12 del Salmo 90: “Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, que traigamos al corazón sabiduría”; Y Eclesiastés 7:2 “Mejor es ir a la casa del luto que a la casa del banquete; porque aquello es el fin de todos los hombres; y el que vive lo pondrá en su corazón”.
Cuando aprendemos a contar nuestros días sabiamente nos viene a la mente el texto de Efesios 6:15-16 à “Mirad pues con diligencia como andéis, no como necios, sino como sabios, aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos” y termina la exhortación en el versículo 17: “Por tanto, no seáis insensatos, sino entendidos de cual sea la voluntad de Dios”.
Si evaluamos el uso de nuestro tiempo a la luz de la brevedad de la vida, nos hacemos más conscientes de cuanto necesitamos vivir cada día en dependencia de Dios para ser sabios en el uso de este kronos (tiempo cronológico que pasa y no se recupera) y de este kairos (oportunidad favorable para realizar algo), dejando a un lado las cosas inútiles que pueden distraernos de lo que realmente vale la pena en este mundo cargado de vanidades ilusorias (Jonás 2:8 à “Los que siguen vanidades ilusorias, Su misericordia abandonan”.
Cuando leemos en el libro de Eclesiastés 1:2-3: Vanidad de vanidades, dijo el predicador, todo es vanidad. ¿Qué provecho tiene el hombre de todo su trabajo con que se afana debajo del sol?, no se trata de las palabras de un resentido social, sino de un Rey que lo tuvo todo, y no negó a sus ojos cosa que desearan, ni apartó su corazón de placer alguno (Eclesiastés 2:10). Salomón comprendió que ni del sabio ni del necio habrá memoria para siempre y que ambos morirán y serán olvidados de igual manera (Eclesiastés 2:16). ¿Entonces para que afanarnos con las cosas fútiles de este mundo? ¿Para que vivir de manera constante complaciendo los apetitos de nuestra carne, cuando ya Cristo nos liberó de nuestro antiguo caminar y con su sangre compró nuestra libertad? En Romanos 8:5-6 leemos “Los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu, y que el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz”.
Cuando comencemos a ocuparnos del Espíritu, nuestras prioridades serán diferentes, nuestros anhelos estarán alineados a los de Cristo, nuestra voluntad estará supeditada a la de nuestro Señor y Salvador, y tendremos las fuerzas para dejar a un lado las cosas vanas de este mundo y vivir apegadas a los propósitos que Dios tiene para nuestras vidas.
Al final de sus días el Rey Salomón entendió lo único que tenia valor en su existencia y escribió: “El fin de todo el discurso oído es este; teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre. Porque Dios traerá toda obra a juicio juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o sea mala” (Eclesiastés 12:13-14).
Al igual que el salmista pudiéramos convertir en una oración cotidiana sus palabras: “Inclina mi corazón a tus testimonios y no a la avaricia. Aparta mis ojos, que no vean la vanidad; avívame en tu camino”.
¡Ayúdanos Dios!