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Enfrentando la persecución con un cambio de perspectiva y enfoque

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“Y en verdad, todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús, serán perseguidos” (2 Timoteo 3:12).

1 Pedro. 2:20 nos dice: “¿qué mérito hay, si cuando pecáis y sois tratados con severidad lo soportáis con paciencia? Pero si cuando hacéis lo bueno sufrís por ello y lo soportáis con paciencia, esto halla gracia con Dios”. Cómo cristianas debemos vivir a la luz de las verdades bíblicas, pero la realidad, si somos sinceras, es que muchas veces al pasar por el fuego de la prueba, de la persecución y al experimentar en nuestras vidas los embates de un mundo caído que nos rechaza por pensar diferente y por querer nadar en contra de la corriente, se nos olvida lo que nos recuerda el versículo con el que iniciamos. Nos encontramos inmersas en medio de una sociedad que cada día abraza el pecado como la verdad y que llama a lo malo bueno y a lo bueno malo, y en su camino por querer justificar su pecado, busca eliminar a todos aquellos que les apunten a la realidad de la Palabra de Dios.

Actualmente, los cristianos somos perseguidos de múltiples maneras, desde las más sutiles, como, por ejemplo, el no ser invitados a eventos, hasta legislaciones impuestas que quieren impedir que la Biblia sea leída en las escuelas. Y es en medio de nuestra vida diaria, de nuestras actividades cotidianas, en el que hoy más que nunca, nosotras necesitamos afianzar nuestro enfoque en la verdad de la Palabra de Dios, y recordarle a nuestra alma constantemente el ejemplo que nos dejó nuestro maestro, quien siendo inocente se presentó delante del sanedrín con humildad y mansedumbre a enfrentar una condena injusta, para salvar a aquellos que no podrían defenderse. Él renunció a todos sus privilegios, enfrentó acusaciones falsas, juicios injustos para darnos la salvación. Él dio su vida entera con amor y en sumisión total para que nosotras hoy pudiéramos ser llamadas sus hijas. 

En el caso de los seres humanos, la realidad es que cuando la persecución llega a nuestras vidas, nuestro sentido de auto-justicia hace su entrada. Cuando nuestro sufrimiento por esta causa se prolonga y cuando el rostro de Dios parece lejano y su ayuda inexistente, nuestra alma empieza a flaquear, la verdad de la Palabra empieza a perder sentido y los sentimientos de conmiseración, falta de amor y de tolerancia hacen su arribo. Y es por esto que necesitamos revisar el enfoque con el cual estamos viviendo. 

En primer lugar, necesitamos recordar que la prueba que estamos atravesando no ha llegado a nuestras vidas por casualidad, pues la situación por la que estamos atravesando, por dolorosa que sea e interminable que parezca, habrá de obrar en nuestras vidas para bien, porque así nos lo ha dicho el Señor (Romanos 8:28-29). Esta prueba no escapa del control de nuestro Señor y Él está obrando en este mismo momento, tanto en quien te está ofendiendo, como en ti. El Señor está desarrollando en ti paciencia, te está enseñando a perdonar, a tener gracia y bondad hacia tus enemigos. Pero estos frutos solo podrán ser visibles y reales para ti, si eres “intencional” en aplicarlos a tu vida. Poniendo además por obra en tu vida, el amor del Señor, buscando su rostro y pidiendo su ayuda para volverlos una parte de ti, ya que aun nosotras mismas, si no tenemos el enfoque correcto en medio de las pruebas, podemos ser endurecidas, si nuestra mirada y confianza están puestas en otro lugar que no sea en Cristo. 

En segundo lugar, es necesario que cambiemos nuestras expectativas. La realidad de la vida es que como cristianas seremos perseguidas. Y que al vivir en medio de un mundo caído en medio de pecadores, seríamos perseguidas. El Señor mismo nos dijo en su Palabra que en este mundo tendríamos aflicción (Juan 16:33), y asimismo, Pablo advierte a Timoteo que quien quiera vivir piadosamente será perseguido (2 Timoteo 3:12). Ese es el enfoque que debemos tener y prepararnos en consecuencia. Esta preparación será el resultado de buscar la dirección del Señor y de un esfuerzo intencional; un esfuerzo como el de los atletas que se preparan para una competencia, en la cual lo entregan todo con dedicación, sin importar las horas de entrenamiento que necesiten, y lo hacen hasta lograr obtener el anhelado premio. 

En nuestro caso, con el ejemplo de Cristo como meta en nuestra vida, recordemos a nuestra alma la guía que el Señor nos dejó en su palabra. Romanos 12:19 nos dice: “Amados, nunca os venguéis vosotros mismos, sino dad lugar a la ira de Dios, porque escrito está: MÍA ES LA VENGANZA, YO PAGARÉ, dice el señor.”      Y aunque la venganza del Señor parezca no llegar, y aun si no lleguemos a verla con nuestros propios ojos, recordemos que Él es fiel y que su fidelidad lo llevó hasta la muerte por nosotras. ¡Permanezcamos confiadas en sus promesas!

Y por último, el sacrificio de Cristo nos recuerda que hemos sido llamadas a amar a nuestros enemigos. Su palabra nos dice en Romanos 12:20 “Pero si tu enemigo tiene hambre, dale de comer, y si tiene sed, dale de beber, porque haciendo esto, carbones encendidos amontonarás sobre su cabeza. No seas vencido por el mal, sino vence con el bien el mal”. Que tu prueba no apague tu amor; cada día al encontrarte con esa persona que te persigue, pídele a Dios que lo alcance con su salvación, y que te dé a ti el amor que necesitas por ella, para ser un testimonio vivo ante un mundo que se pierde. 

Te invito a revisar tu situación actual y a preguntarte: ¿Estoy pidiendo a Dios que me ayude a amar y perdonar a mis enemigos?

Cuando tus enemigos pecan contra ti, ¿estás buscando el plan de Dios en el acontecimiento?  ¿cómo estás controlando tus deseos de venganza?

Si al reflexionar te das cuenta de que tus reacciones y emociones no están trayendo la luz del evangelio a tu vida y a los que te rodean, es momento de ir ante el trono de la gracia para pedir perdón y recibir ayuda.

Recuerda que un corazón contrito y humillado Dios no desprecia. ¡Y que Dios no dejará nunca caído al justo!