Partamos de una premisa… TODOS, en algún momento de nuestra vida, hemos sentido miedo. ¿A qué podemos tener miedo o temor? Podemos enumerar diferentes situaciones que causan en nosotros esa emoción: Soledad, fracaso en nuestra vida matrimonial o profesional, a una aflicción de salud en nosotros o algún familiar cercano, a la muerte…
Pero ¿Realmente entendemos qué es el miedo? ¿Qué lo origina y cuáles consecuencias tiene en nosotras?
De acuerdo con su definición, miedo es el “estado emocional que surge en respuesta de la consciencia ante una situación de eventual peligro”.También se refiere al “sentimiento de desconfianza de que pueda ocurrir algo malo”.
El miedo no es más que una reacción a la incertidumbre del futuro… Cuando nos sentimos ansiosas o inseguras, nuestro cerebro de manera natural activa de manera involuntaria ciertos componentes químicos que provocan las reacciones que caracterizan esa emoción.
La producción de adrenalina nos ayuda en situaciones de verdadero riesgo, a reaccionar de manera proporcional al peligro; pero, siendo sinceras con nosotras mismas, la mayoría de las veces el miedo se convierte en una barrera que no nos permite vivir la vida, nos paraliza, nos bloquea emocionalmente y nos nubla el entendimiento.
La razón por la que el miedo nos paraliza y nos bloquea es por nuestra propia naturaleza humana y pecadora, siendo incapaces de impedir que una emoción, en su origen beneficiosa, tome como rehén nuestra mente y corazón.
En la Biblia encontramos muchos pasajes que nos muestran a hombres de Dios que sintieron temor o miedo en diferentes situaciones de riesgo y cómo el Señor repetía una y otra vez que no debemos temer a nada ni a nadie, sino descansar, confiar, poner nuestra fe solamente en Él:
- “Así que no temas, porque yo estoy contigo; no te angusties, porque yo soy tu Dios. Te fortaleceré y te ayudaré; te sostendré con mi diestra victoriosa.” (Isaías 41:10).
- Porque yo soy el Señor, tu Dios, que sostiene tu mano derecha; yo soy quien te dice: ‘No temas, yo te ayudaré.’” (Isaías 41:13)
- “El Señor es mi luz y mi salvación; ¿a quién temeré? El Señor es el baluarte de mi vida, ¿quién podrá amedrentarme?” (Salmos 27:1)
Quiero tomar el ejemplo del rey David, quien escribe el Salmo 56 en medio de una de las situaciones de más estrés y temor en su vida:
Cuando el ejército de Saúl lo perseguía para matarle, David pensó que podía esconderse en Filistea y pasar desapercibido, pero algunos siervos del rey filisteo lo reconocieron y dieron la voz de alarma: “¿No es este David el rey de la tierra? ¿No se cantaron unos a otros de él en danzas: «Saúl ha matado a sus miles, y David a sus diez mil?» (1 Samuel 21:11) Los filisteos apresan a David, quien se siente atrapado entre dos enemigos: Saúl y el ejército de Israel, y los filisteos. Es en estas circunstancias que David escribe el Salmo 56.
Este salmo inicia con una declaración a Dios sobre la emoción que embargaba a David. Se sentía acorralado y perdido, temía por su vida y no tenía ningún plan de escape que pudiera funcionar. El joven pastor de ovejas que había sido valiente protegiendo a su rebaño del león y el oso; quien se enfrentó a Goliat con una simple honda, pero confiando en el Dios Altísimo; y quien fuera un líder reconocido del ejército de Israel, no negó la presencia de temor en su corazón.
“Cuando tengo miedo
Pongo mi confianza en ti.
En Dios, cuya palabra alabo,
en Dios confío; No tendré miedo.
¿Qué me puede hacer la carne?”
(Salmo 56:3-4)
El salmista proclama que tiene mucho miedo y no ocultaba su temor delante del Señor, sino que venía en oración y clamaba… ¡Tengo miedo Señor! (v.3); pero de inmediato se recobra y enfoca su mente y corazón en Dios (v.4)
David sabía que no podía confiar en la capacidad que él pudiera tener en sí mismo como hombre de guerra. Conocía de manera personal el carácter del Dios de Israel revelado en Su Palabra, y por eso podía poner toda su confianza en Él, porque Dios le había demostrado Su compromiso de sostenerlo, fortalecerlo y ayudarlo.
Charles Spurgeon, comenta sobre este salmo: “Él temía, pero ese temor no llenaba toda el área de su mente, ya que añade, ‘Yo en ti confío.’ Es posible entonces que el temor y la fe ocupen la mente en ese mismo momento.”
Nos preguntamos entonces… ¿cómo podemos fortalecer nuestra fe? A través de un conocimiento cada vez más profundo de Dios. Mientras más conocemos el carácter de Dios y Sus atributos, mayor confianza tendremos en Aquel que se revela a través de las Escrituras.
- Dios es quien nos sana y nos salva (Deuteronomio 32:39)
- Dios no está lejano; sino que está “cerca de quienes le invocan” (Salmo 145:18)
- Dios es quien nos libra de la muerte (2 Corintios 1:10)
- Dios es omnipotente y Su poder es incomparable (Efesios 1:19)
- Dios no es indiferente a nuestras ansiedades (1 Pedro 5:7)
- Dios está por nosotros (Romanos 8:31)
- Dios es el único que puede darnos la verdadera paz (Juan 16:33)
El Salmo 119 es una cantera de versículos que nos hablan sobre cómo la Palabra de Dios tiene el poder de dominar nuestros temores, ayudándonos a depositar toda nuestra confianza en Aquel que es soberano y tiene control sobre nuestras vidas, aun cuando desconozcamos el futuro.
“Mi alma se desvanece de dolor; ¡fortaléceme según tu Palabra!» (Salmos 119:28).
“Estoy muy afligido; dame vida, oh, Señor, ¡según tu Palabra!» (Salmos 119:107).
“Tú eres mi escondite y mi escudo; En tu palabra espero” (Salmos 119:114).
“Me levanto antes del amanecer y clamo por ayuda; En tus palabras espero” (Salmos 119:147).
No importa si tus circunstancias te paralizan de temor, enfócate en Dios. A través de las Escrituras Dios se revela abiertamente para que entendamos que Él es fiel a Su Palabra (2 Timoteo 2:13), que no cambia ni tiene sombra de variación (Santiago 1:17), nos ama y tiene compasión por sus Hijos (Jeremías 31:3). Poner nuestra confianza en que Sus promesas serán cumplidas, llenará nuestras almas de un gozo inefable y nos permitirá vivir una vida libre de temor, porque nuestra fe estará anclada en Aquel que es la Roca de nuestra salvación.
Entonces, cuando el temor nos inunde, correremos a los pies de Cristo, derramaremos nuestro corazón delante de Él, traeremos a nuestra mente Sus promesas y podremos decir como el salmista: “Pongo mi confianza en ti… y no tendré miedo”.