Porque no me avergüenzo del evangelio, pues es el poder de Dios para la salvación de todo el que cree… Romanos 1:16
Las palabras que acabamos de leer se encuentran tempranamente en la carta a los Romanos, justo después de la introducción. ¿Por qué Pablo usa tan temprano en la carta esta fraseología de que “no me avergüenzo del evangelio” de Cristo? El texto no nos da la respuesta, pero es posible que tenga algo que ver con el hecho de que Pablo era un perseguido por causa del evangelio, y quizás al ir a Roma él estaba tratando de comunicar de que él no estaba avergonzado de sus prisiones o cadenas por causa del evangelio. Es como si Pablo estuviera diciendo; “a pesar de lo que he pasado por causa del evangelio, yo quiero que ustedes sepan que he llegado valorar lo que este mensaje es, y quiero que entiendan que a pesar de mis persecuciones y de mis prisiones, yo no me avergüenzo del evangelio, aún hoy, ni de su contenido, ni de su proclamación. De hecho, me regocijo que es a causa de este evangelio que con frecuencia me encuentro en prisión”.
El mensaje del evangelio es que un hombre murió en mi lugar y resucitó de entre los muertos, asegurando así mi resurrección futura. Ese mensaje cambió a hombres como Pablo, y unos 1,500 años después cambió a Lutero. Lutero había vivido la mayor parte de su vida atormentado por la imposibilidad de satisfacer la justicia perfecta y absoluta de un Dios Santo. La historia cuenta que Lutero supo pasar hasta tres horas en un confesionario, confesando sus pecados a su superior, luego pararse de ese confesionario y devolverse a los pocos segundos y decirle “padre, se me quedó todavía un pecado sin confesar”. Lutero vivió bajo la tortura continua de sentirse acusado por el dedo de Dios en contra de su conciencia, que él consideraba altamente pecaminosa. En una ocasión alguien le preguntó: ¿Lutero tú amas a Dios? Y su respuesta fue: “¿amar a Dios? A veces yo le odio”. Y la única razón era que Lutero no podía encontrar paz para su alma al pensar en el pecado del hombre y la justicia perfecta de Dios.
Cuando Lutero llegó a entender el valor del evangelio, esto es lo que él dice:
“Finalmente, meditando día y noche por la misericordia de Dios yo…comencé a entender que la justicia de Dios es aquella a través de la cual el justo vive como un regalo de Dios por fe…con esto yo me sentí como si hubiese nacido de nuevo por completo y que hubiese entrado al paraíso mismo a través de las puertas que habían sido abiertas ampliamente”.
En un solo día, a través del entendimiento de un solo pasaje, la vida de Lutero cambió profundamente. Lutero fue cambiado y el mundo fue cambiado por Lutero; y fue este mensaje del evangelio lo que cambió al mundo.
Es por medio del evangelio que Dios termina su enemistad con el hombre, elimina la condenación de la humanidad y por medio de este mismo evangelio establece su reino inconmovible. Sin embargo, a veces nuestra actitud no es como la de Pablo, sino que nos avergonzamos. Cada vez que nosotros tememos ofender a personas porque estamos proclamando la verdad del evangelio, expresamos nuestra vergüenza del evangelio. Si no nos atrevemos en público a hablar lo que hemos creído, nos estamos avergonzando del evangelio. Cada vez que no nos atrevemos a hablar de nuestra fe en el lugar de trabajo, en el colegio, en la universidad o en cualquier otro lugar, nos estamos avergonzando del evangelio. Es común ver cómo las personas se van de vacaciones, y al regresar, hablan libremente de su experiencia, pero luego van a la iglesia y no se atreven a decir nada a las mismas personas que le habló de sus vacaciones, acerca de su experiencia en la iglesia. Si el evangelio nos da vergüenza, jamás daremos la vida por él.
Si entendemos hasta dónde la caída afectó al hombre, entonces podremos entender mejor el poder del evangelio en la salvación. Cuando Adán cayó, él sumergió a la raza humana en una oscuridad del pensamiento. Pero ahora, el evangelio es capaz de devolverle al hombre la luz de la cual él carecía, permitiéndole ver el mundo de otra manera y entender las verdades espirituales que anteriormente no podía discernir. La mente entenebrecida del hombre comienza ahora a tener luz. El evangelio dispersa la oscuridad de la mente humana. Ese es el poder del evangelio.
La caída del hombre no solo afectó al hombre en su pensamiento, sino que produjo en él un corazón de piedra. Y es ese corazón el que resultó ser engañoso; el que tiene malos deseos, malas intenciones y poca sensibilidad, o ninguna, hacia las cosas de Dios. Pero el evangelio tiene la capacidad de tomar ese corazón y convertirlo en un corazón de carne, sensible a la voz de Dios y a los propósitos de Dios. El corazón rebelde es hecho sumiso por medio del evangelio. El corazón incrédulo es retornado a la credulidad. El corazón pecaminoso es limpiado por medio el poder del evangelio. Ese es el poder del evangelio.
La voluntad del hombre caído quedó esclavizada y atada al pecado, pero por medio del evangelio, ese hombre recobra su libertad, de manera tal que ya no tiene que seguir obedeciendo los dictámenes de Satanás. Ese hombre libre puede ahora seguir a Dios, ser formado a Su imagen y disfrutar de los beneficios de una relación con Dios. El evangelio garantiza mi libertad para siempre, de manera que el evangelio no solo me promete libertad, sino que me la garantiza. Y por tanto el evangelio es capaz de darme esperanza. Ese es el poder del evangelio.
El evangelio me libera de la pena de pecado en el pasado, del poder del pecado en el presente y de la presencia de pecado en el futuro. Ese es el poder del evangelio.
El evangelio muestra que Dios estaba airado contra el pecador, pero me recuerda que Cristo removió esa ira.
El evangelio, me enseña que el culpable nunca quedará impune, pero me recuerda que Cristo me declaró inocente.
El evangelio me enseña que el pecado siempre será juzgado, pero me recuerda que Cristo fue a juicio por mí.
El evangelio me demuestra que el pecador es digno de muerte, pero me recuerda que Cristo murió por mí.
Finalmente; el evangelio, me muestra que la muerte es un enemigo poderoso, pero me recuerda que la tumba no pudo retener a Cristo quien murió en mi lugar. Oh, ese es el evangelio… el poder del evangelio. Por tanto, no nos avergoncemos.