Quienes me conocen bien saben que, desde hace un año, he desarrollado una verdadera pasión por los cactus. Comencé con uno que me regalaron y, ahora, cuento con siete tipos diferentes. Lo que más me encanta de ellos es la tranquilidad de poder viajar durante semanas y saber que seguirán vivos, esperándome, e incluso habrán crecido un poco más.
En mis últimas vacaciones, tuve la «brillante» idea de trasladarlos al interior de la casa. Esto se debió a que una vecina, con la mejor de las intenciones, regaba sus plantas diariamente, y el exceso de agua caía directamente sobre las mías. Se imaginarán el temor que me invadía al pensar que pudieran ahogarse.
Veintiún días después, el resultado fue diametralmente opuesto. Encontré a la mayoría con un color pálido y, en especial, a la más alta, doblada hasta el suelo, casi moribunda. Fue asombroso presenciar cómo una planta tan resistente había sido tan debilitada por la deshidratación.
Al contemplar aquella escena, numerosos pensamientos acudieron a mi mente. Entre ellos, la reflexión de que, como creyentes, a menudo llegamos a ese punto: una deshidratación interior provocada por la falta de «agua» espiritual, y una exposición constante a la Luz divina que, paradójicamente, nos revela nuestra carencia. Pude relacionarlo directamente con un fragmento de la oración de David en 1 Crónicas 16:11 (RVR1960): «Buscad a Jehová y su poder; buscad su rostro continuamente», un verso cuya verdad es, sin duda, atemporal.
Continuamente
En nuestro día a día, es evidente cuán difícil resulta mantener una comunión constante con nuestro Padre y Creador. Los roles que Dios nos ha encomendado conllevan muchas responsabilidades, y nuestras agendas se colman de actividades y metas. Si no las ubicamos en su debido lugar, nos distraen, nos desvían, nos desenfocan y, sin apenas darnos cuenta, nos hallamos en la pura sombra, intentando funcionar completamente deshidratados.
En 1 Crónicas 16, después de muchos años, el arca —símbolo de la presencia y la gloria de Dios— fue finalmente colocada en su lugar apropiado en Israel. La presencia del Dios del pacto, manifestada en el arca, volvió a ocupar el centro de la vida y la adoración de la nación. Tras una gran celebración, el Rey David designó levitas encargados de mantener la adoración, la conmemoración de la bondad de Dios, la confesión y la acción de gracias.
Cuando David compartió el salmo para esa ocasión especial (1 Crónicas 16:8-36), no presentó el «invocar a Dios y Su poder» como un simple mandamiento, sino más bien como una gran exhortación y un llamado a vivir en comunión con Dios en todo momento. Un llamado a tener un corazón en sintonía con Él, a recibir lo que solo Él puede darnos y a recordar activamente lo que Dios ha hecho en el pasado y lo que hará en el futuro.
Buscar Su poder
Consideremos profundamente el inmenso poder que reside en ese Padre celestial a quien oramos. No oramos simplemente para obtener beneficios y favores, como popularmente se cree —aunque Él es todopoderoso para concederlos—, ni para enorgullecernos de una «oración de poder» por el simple hecho de orar. Más bien, oramos para reconocer nuestra pequeñez y dependencia, la debilidad de nuestra naturaleza caída que necesita desesperadamente de Él.
El rey David sabía muy bien que, en Su poder, seríamos fortalecidos, energizados, guiados, renovados y, muy probablemente, terminaríamos con una nueva y más elevada perspectiva de nuestra situación.
Recordemos que quien escribió este salmo había experimentado de primera mano la lucha contra gigantes y enemigos. Conocía la historia bíblica, como él mismo describe en 1 Crónicas 16:15–22, donde menciona el pacto, las promesas y el cuidado para con el pueblo elegido de Israel, así como la santidad y misericordia desbordante que caracterizan a nuestro buen Dios (v.34).
Todo esto lo podemos confirmar con la venida, muerte y resurrección de Jesús.
¿Recuerdan mis plantas al borde de la muerte? Después de volver a colocarlas en su posición debida, regarlas y enderezar a las que estaban dobladas, bastaron pocos días para verlas echar nuevos brotes, totalmente revitalizadas. Solo pude pensar que así sucede con nosotros. Tenemos vida espiritual gracias a Él: en Sus manos, bajo Su cuidado y por Su poder obrando en nosotros.
Un reto de humillación
Para lo que resta del año, te propongo reevaluar tu tiempo de oración. Y cuando digo esto, no me refiero únicamente a un tiempo matutino y en silencio con Dios y Su Palabra, sino a la intención consciente de buscar el rostro de Dios en otros momentos del día: agradeciendo más que quejándote, pidiendo con fe más que escribiendo a ChatGPT, entregando a Dios tu lista de cosas por hacer para que se haga Su voluntad.
En resumen, es un desafío a centrar tu atención en Él y repetir esta práctica día tras día. Observa cómo, con una dedicación más consciente, tu interior comienza a transformarse. Se trata de reconocer y vivir el poder de la oración en lo cotidiano. Y te aseguro: tu caminar con Dios no volverá a ser el mismo.
«Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén».
Efesios 3:20-21, RVR1960