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El poder de la oración

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“Confíen en Él en todo tiempo, oh pueblo, derramen su corazón delante de Él, Dios es nuestro refugio” (Salmo 62:8) 

Recientemente, estuve visitando a una hermana en Cristo que estaba atravesando un tiempo de profunda aflicción. Ella me expresaba de manera muy sincera que no sabía para qué orar ya que, al final, Dios haría lo que Él había determinado y no lo que ella le pidiera. Así que, según ella, orar no serviría de mucho. Esta respuesta puede oírse muy poco piadosa, pero muchas veces, en nuestra débil condición, dejamos de orar pensando que al final pasará lo que tiene que pasar, así que concluimos que la oración no cambia nada. La verdad es que yo no sé cómo funciona, pero, aunque ciertamente Dios es soberano y hace Su voluntad en el cielo como en la tierra, Él decide obrar muchas cosas a través de nuestras oraciones. 

La Biblia nos dice en Santiago 5:16-18 que: “La oración eficaz del justo puede lograr mucho.  Elías era un hombre de pasiones semejantes a las nuestras, y oró fervientemente para que no lloviera, y no llovió sobre la tierra por tres años y seis meses. Oró de nuevo, y el cielo dio lluvia y la tierra produjo su fruto”. Conocer esta grandiosa verdad, debería llevarnos a orar como si todo dependiera de nosotros y vivir confiadas de que todo depende de un Dios bueno y soberano, que gobierna en el cielo y en la tierra. 

En nuestro caminar con Dios debemos convencernos de que lo mejor que puede pasar en nuestras vidas es que se haga Su voluntad. Nuestro objetivo al orar no debería ser que se haga lo que yo pienso que es lo mejor, sino que, a través de la oración, Dios ponga en sintonía mi corazón con el de Él, porque Sus planes son mejores que los míos, pues Él es sabio sin medida y siempre bueno. El poder de la oración no radica en que Dios me conceda lo que yo le pido, sino en la transformación que produce en mi vida y carácter al postrarme en oración a Dios. 

Muchos podemos afirmar verbalmente que la oración es muy importante y poderosa, pero lo que realmente demuestra si creemos o no esta afirmación, es si tenemos una vida de oración. Sin embargo, debemos reconocer que orar no nos saldrá de manera natural porque requiere tener fe, pausar en medio de nuestras agendas apretadas y humillarnos, reconociendo lo dependiente que somos de Dios y el poco control que tenemos de lo que nos ocurre. En el Salmo 62:8, se nos manda a confiar en Dios en todo tiempo, derramando nuestro corazón delante de Él, porque Dios es nuestro refugio. 

La Biblia está llena de ejemplos de hombres que confiaron en Dios y derramaron sus corazones con total sinceridad, sin caretas, ni vanas palabrerías, presentando sus cargas, dudas, temores, encontraron en Dios un refugio seguro, una roca inconmovible, una fortaleza en medio de las dificultades. Nosotros también podemos acercarnos con confianza ante Él y hallar el oportuno socorro para esos momentos donde nuestras fuerzas se acaban, según Hebreos 4:16. 

Dios debería ser la primera puerta que toquemos en busca de ayuda ante cualquier necesidad y, si nuestra vida de oración es pobre, confesemos a Dios nuestra debilidad y pidámosle que Él nos ayude a disfrutar la dulzura de estar en Su presencia, donde encontraremos plenitud de gozo, aún en medio de la enorme tempestad en la que podamos estar. La oración es ese medio de gracia y de escape que Dios ha provisto para permitir que nuestras almas entren ante Su mismo trono, ante el Dios que nos ama y cuida con ternura, como un buen Padre. 

La mejor manera de terminar este escrito sería en oración, así que te invito que ores en cualquier lugar donde estés, elevando a Dios un clamor, derramando ante Él tus alegrías, tristezas, cargas y ansiedades. Corramos a Él. Le necesitamos con desesperación. Confiemos en Él, pues Él es un refugio seguro. 

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Angélica Rivera de Peña es miembro de la Iglesia Bautista Internacional, República Dominicana, es graduada del Instituto Integridad & Sabiduría y tiene un certificado en ministerio del Southern Baptist Theological Seminary, a través del programa Seminary Wives Institute, está casada con el pastor Joel Peña, encargado del ministerio de Vida Joven de la Iglesia Bautista Internacional (IBI) donde Angélica sirve junto a él. Es parte del equipo del ministerio de mujeres Ezer. Tienen dos hijos, Samuel y Abigail.