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El poder de agradecer

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Hace un tiempo leí una historia de un sabio campesino chino que era muy pobre, un día él estaba trabajando muy duro con su hijo, y de pronto se les escapó el caballo que usaban para trabajar, y el hijo le dice:

– ¡Padre, qué desgracia! Se nos ha ido el caballo.
– ¿Por qué le llamas desgracia? – respondió el padre – veremos lo que trae el tiempo…
A los pocos días el caballo regresó, acompañado de otro caballo.
– ¡Padre, qué suerte! – exclamó esta vez el muchacho – Nuestro caballo ha traído otro caballo.
– ¿Por qué le llamas suerte? – repuso el padre – Veamos qué nos trae el tiempo.
En unos cuantos días más, el muchacho quiso montar el caballo nuevo, y éste, no acostumbrado al jinete lo arrojó al suelo.
El muchacho se quebró una pierna. – ¡Padre, qué desgracia! – exclamó ahora el muchacho – ¡Me he quebrado la pierna!
Y el padre, retomando su experiencia y sabiduría, sentenció: – ¿Por qué le llamas desgracia? ¡Veamos lo que trae el tiempo! El muchacho no se convencía de qué bueno podría venir de su situación, así que se quejaba en su cama.

Pocos días después pasaron por la aldea los enviados del rey, buscando jóvenes para llevárselos a la guerra. Vinieron a la casa del anciano, pero como vieron al joven con su pierna entablillada, lo dejaron y siguieron de largo.

El joven comprendió entonces que nunca hay que dar ni la desgracia ni la fortuna como absolutas, sino que siempre hay que darle tiempo al tiempo, para ver si algo es malo o bueno.

Sabemos que nuestra confianza no está en darle tiempo al tiempo, sino en saber que cada cosa que ocurre en nuestras vidas ha sido cuidadosamente permitida y orquestada por nuestro Dios soberano, que nos ama y quiere lo mejor para nosotros.

Romanos 8:28 nos dice que a los que aman a Dios, todas las cosas le ayudan para bien.

Nos pueden suceder muchas situaciones dolorosas, que no entendemos, pero podemos confiar en que Dios ha prometido que todo coopere para bien, y ese bien significa que nos hará más semejantes a Cristo, ese es nuestro mayor bien, y cuando entendemos esto realmente, podemos encontrar motivos para dar gracias en todo.

Cuando confiamos plenamente en Dios, podemos dar gracias cualquiera que sea nuestra situación, ya sea que estemos saciados o hambrientos, en salud o enfermedad, en una casa grande o pequeña, aprender a estar contentos y agradecidos es un recurso poderoso. Pablo no lo pudo decir mejor que en Filipenses 4:11-13:

“No que hable porque tenga escasez, pues he aprendido a contentarme cualquiera que sea mi situación.  Sé vivir en pobreza, y sé vivir en prosperidad; en todo y por todo he aprendido el secreto tanto de estar saciado como de tener hambre, de tener abundancia como de sufrir necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.”

Notemos donde está el poder para ser agradecidos, no en nosotros, sino en Cristo que es nuestra fortaleza.

Un corazón así tiene un poder especial que es contagioso, capaz de transformar el llanto en gozo, la paz por temor, este poder de un corazón agradecido es escaso, en un mundo donde la gente anda de mal humor, buscando con quien pelear, un corazón que da gracias en todo momento es un tesoro, que inunda de esperanza y apunta a un Dios glorioso por el que vale la pena vivir, porque cualquiera tribulación momentánea en este mundo, no se compara con la gloria venidera (2 Corintios 4:17).

El ser agradecidos es una decisión, no podemos escoger nuestras circunstancias, pero si nuestra reacción.

Los problemas de esta vida solo sacan o revelan lo que tenemos dentro de nosotros.

Que Dios nos dé ojos para ver la vida, como Él la ve, y para vivir de una manera agradecida, porque Él, y solo Él es suficiente.

En este día escoge:

“Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para vosotros en Cristo Jesús.”
(1 Tesalonicenses 5:17)