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El legado de una mujer extraordinaria 

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Un Dios conocido, Una Fe vivida: Lilias Trotter 

Hay personas que nacen para enseñar, y otras que enseñan con su vida. Esta es la historia de una mujer que más allá de sus escritos, su verdadero legado fue su manera de vivir. El 14 de Julio de 1853, en una familia de la alta sociedad de Londres nace Isabella Lilias Trotter. Primera hija de Alexander e Isabella, personas reconocidas por sus valores conservadores y arduo trabajo. Alexander falleció cuando Lilias tenía 12 años de edad, lo cual la enseñó de forma especial a depender de su Padre Celestial.  

Desde muy temprana edad, Lilias cultivó un amor por la belleza y el arte. Su corazón ardía y lágrimas se desbordaban al contemplar los misterios de la naturaleza. A pesar de no haber recibido instrucción en artes, Lilias plasmaba todo en su cuaderno. Afirmaba percibir las cosas con el corazón y no solo con los ojos, e invitaba a los demás a hacer lo mismo.  

CONOCIENDO A DIOS Y SIRVIENDO A LOS DEMÁS  

Desde los 19 años Lilias y su madre asistían anualmente a una conferencia Cristiana que impactó significativamente su vida espiritual. Cada año después de la conferencia, Lilias participaba en las misiones locales que preparaban los organizadores, sirviendo a mujeres y niños en las calles de Londres. Pronto esto se convirtió en una obra que consumía cada vez más su tiempo y corazón, ayudando a personas de la clase social más baja para rescatarlas de las calles, acompañarlas, capacitarlas en algún oficio, y evangelizarlas.  

A los 23 años durante un viaje familiar, Lilias conoció inesperadamente a John Ruskin, el destacado artista, crítico y filósofo Inglés. Movida por el talento de Lilias y su amor por el arte, Isabella, su madre, envió a Ruskin un paquete con obras pintadas por su hija. Al ver su trabajo, Ruskin quedó impresionado, expresando no haber visto talento igual en una mujer, e invitándola a ser su alumna.  

Con el paso del tiempo, Ruskin notó que el compromiso que Lillias tenía con el ministerio en las calles competía con su dedicación al arte. Es por esto que cuando Lilias tenía 26 años, Ruskin la invitó a su casa en un hermoso lugar al noroeste de Inglaterra para mostrarle todo lo que aseguraba sería suyo si ella dedicaba su vida devotamente al arte. Ruskin le garantizaba convertirse en una leyenda mundial, y que su arte sería inmortal.  

ENTRE DOS PASIONES  

La oferta de Ruskin puso a Lilias en una encrucijada, habían dos pasiones que competían en su corazón, una era el ministerio, la otra el arte. Luego de varios días orando que Dios le mostrara el llamado que Él tenía para su vida, Lilias decidió que no podía dedicarse a la pintura de la forma en que Ruskin proponía, pues no estaba dispuesta a abandonar el llamado de servir a Dios y a los demás. Posteriormente, esta decisión fue cuestionada por muchos de sus amigos y familiares.  

Cuando Lilias regresó a Londres dedicó todas sus energías al trabajo en las calles, esta vez con más fuerza que nunca. En 1884, a los 29 años, Lilias fue diagnosticada con una condición de debilidad en el corazón que significó una pausa en su vida. A pesar de esta condición que la acompañaría por el resto de sus años, Lilias continuó con su ministerio. Fue en este nuevo comienzo que el Señor abrió su corazón a la necesidad en otros lugares donde no había llegado el cristianismo. Años después, en Marzo de 1888, a la edad de 34 años, Lilias navegó hasta Argelia junto a dos amigas para servir entre los musulmanes.  

SOÑANDO, VIVIENDO Y TRABAJANDO PARA DIOS  

Al llegar identificaron muchas barreras, pero estas las llevaron a orar y depender más de Dios. Lilias soñaba con servir a las mujeres musulmanas, ella y sus amigas visitaban las casas ofreciendo clases de tejido y aprovechando cualquier oportunidad para compartir historias de la Biblia a niñas y mujeres.  

Luego de su primera visita al desierto, Lilias soñaba con crear centros de ayuda en pueblos desérticos periféricos donde pudieran predicar el evangelio. A lo largo de sus 40 años de servicio en África, su sueño se materializó. Junto a Blanche Haworth, Lilias fundó el Grupo Misionero de Argel, el cual sirvió de puente a más de treinta trabajadores en diferentes centros de ayuda en más de catorce pueblos del desierto. Años después el Grupo Misionero de Argel se fusionó con lo que hoy conocemos como Ministerio para el Mundo Árabe. Lilias desarrolló medios, estrategias y materiales para alcanzar musulmanes. También escribió hermosas reflexiones que acompañó de majestuosas pinturas, y dos clásicos conocidos como “parábolas de la Cruz” y “parábolas de la vida en Cristo.”  

Isabella Lilias falleció el 27 de Agosto de 1928, a la edad de 75 años. A pesar de la frágil condición de su corazón, tanto su salud como su ministerio fueron un despliegue del poder de Dios en la debilidad. Tras su muerte se descubrieron muchos de sus escritos y obras de arte, pero de todas sus enseñanzas la más fuerte es su ejemplo de vida. Lilias creyó en Dios, y vivió todos sus días caminando hacia Él.  

LA CERTEZA DE LO QUE SE ESPERA; LA CONVICCIÓN DE LO QUE NO SE VE  

De Lilias aprendí que la muerte es la puerta hacia la vida (Juan 12:24). Me enseñó a medir el éxito verdadero en función de lo que doy y no de lo que recibo (Hch. 20:35). Me modeló que recibir de Dios implica darle a Él y a los demás (Jn. 13:15, Efesios 5:1-2, Mateo 10:8). Que la santidad no es solo abandonar el pecado, sino también dar fruto que muestre la vida de Cristo (Ef. 4:22-24).  

Me enseñó a sostener todo con manos abiertas, listo para ser entregado cuando sea requerido por Él. Me demostró que no se puede servir fielmente a dos señores (Mt. 6:24), y que las dádivas de Dios son mejor disfrutadas en servicio a Él.  

Lilias vivió y murió creyéndole a Dios. Su ejemplo nos invita a vivir constantemente a la luz de la eternidad (1 Cor. 2:9). Su vida nos recuerda que vale la pena renunciar a algo bueno por algo mejor, y que lo mejor siempre será Cristo (Fil. 3:8). Lilias personifica la belleza de una vida completamente rendida a Dios y a Sus propósitos. Como ella diría: “la plena libertad de aquellos que no temen perder nada en este mundo, porque no hay nada que quieran conservar de el”.  

Pero yo soy como olivo verde en la casa de Dios; En la misericordia de Dios conmo eternamente y para siempre. Salmo 52:8