Este domingo, el pastor Joel Peña predicó el sermón “El corazón del genuino arrepentimiento” basado en Salmos 51.
¿Qué tanto estamos conscientes de la limpieza o no de nuestros corazones y mentes? Nos exponemos todos los días a cosas que vemos, oímos o hacemos que nos contaminan y no llegamos a revisarnos para arrepentirnos. Esto mismo ocurrió con el autor del Salmo 51, el Rey David. En un período oscuro de su vida, se infectó gravemente con el pecado y continuó su vida como si nada hubiera pasado… hasta que Dios le sale al encuentro y le pone un microscopio a su corazón y se da cuenta de la honrosa contaminación que hay en él.
El Salmo 51 nos presenta a David abriendo su corazón ante Dios después de haber pecado de manera muy seria. Podemos ver lo que ocurrió en 2 de Samuel 11:1-5. David cometió una serie de pecados intentando de encubrir su pecado de adulterio con Betsabé una mujer casada con uno de los mejores soldados de David. Primero trajo al esposo de Betsabé desde la batalla para que fuera a su casa y se acostara con su mujer, de forma que pensara que estaba embarazada de él y no de David. Pero Urías era demasiado noble para estar con su mujer mientras sus compañeros estaban en la batalla. Entonces esto llevó a David a cometer otro pecado: coordinó que Urías fuera muerto en la batalla para que él se casara rápidamente con Betsabé y así cubrir el embarazo (2 Samuel 11:27).
Es después de todo esto que Dios envía al profeta Natán para confrontar a David con su pecado, usando una parábola que provoca que el mismo David vea la gravedad del pecado y la bajeza de la persona que lo cometió (2 Samuel 12:9). Entonces David dijo a Natán: He pecado contra el Señor. (2 Samuel 12:9).
Lo que hace el Salmo 51, es ampliarnos esta respuesta de David, describiéndonos lo que sintió y pensó mientras él se rendía ante la misericordia de Dios por los horrores de su pecado. Podemos ver el corazón de alguien que se arrepiente genuinamente, alguien llamado «conforme al corazón de Dios”.
David tuvo cuatro respuestas ante su pecado que muestran un genuino arrepentimiento:
- Se vuelve a Dios, como la única fuente para su perdón (Salmo 51:1). El corazón arrepentido no mira a otro lado para adjudicar su pecado, se mira a sí mismo y lo confiesa delante de Dios, volviendo a la única fuente de liberación, perdón, limpieza y restauración. Él no busca salir de su problema, vuelve al Dios a quién Él ha ofendido.
- Ora repetidamente por limpieza en varias ocasiones: “borra mis rebeliones” (Salmo 51:1), «Lávame más y más de mi maldad, y límpiame de mi pecado” (Salmo 51:2). Esas tres palabras para denotar limpieza significan diferentes cosas: “borra” implicaba la eliminación de una deuda, «lávame” relaciona el pecado con una mancha y “límpiame” que se usaba para la limpieza una enfermedad. David clama por una limpieza total después de llegar a un conocimiento profundo de su pecado y de lo sucia e inmunda de su condición. A través del Salmo, David clama a Dios que haga por él lo que él no puede hacer por sí mismo.
- Confiesa la seriedad de su pecado. No lo trata con ligereza y confiesa esto de cuatro maneras. Primero reconoce que es él el problema; no se auto-justifica, sino que asume la responsabilidad de sus ofensas (Salmo 51:2, 3, 9). Segundo, reconoce la seriedad de su pecado, ya que no puede sacar el pecado de su mente (Salmo 51:3 & 5). Tercero confiesa que la seriedad de su pecaminosidad es sólo y principalmente contra Dios (Salmo 51:4); el pecado es un ataque directo al carácter de Dios, una violación a Su ley y menosprecio de Su persona y valor. Finalmente, cuarto, confiesa que Dios ve lo interno, lo secreto y David no valoró esto que Dios valora (Salmo 51:6).
- Desea, no sólo perdón, pero pide por renovación. Un corazón arrepentido clama por una renovación (Salmo 51:10). No se satisface con ser liberado de su culpa o condenación, sino que desea ser otra persona. Este cambio debe pasar en el corazón para que se reproduzca fuera.
Entones, el Salmo 51 nos demuestra que el corazón del genuino arrepentimiento se vuelve a Dios, ora a Dios por una limpieza total, confiesa la seriedad de su pecado y clama, por el poder de Cristo, por un corazón nuevo.