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El amor de Dios no tiene fin

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Siempre me han gustado las historias de amor. Me encanta ver cuando dos personas se enamoran, la magia que se da entre ellos y como todo parece perfecto. Cuando era niña, en ocasiones me imaginaba con un vestido lindo y largo, bailando con un joven apuesto, como tantas veces había visto en películas románticas o leído en cuentos y novelas. 

Se dice que el amor hace que el mundo gire y de esta misma forma, nuestra cultura da vueltas alrededor de la publicidad y el entretenimiento. Esto hace que muchas de nosotras desperdiciemos tiempo valioso de nuestras vidas en un mundo ficticio, que nos lleva a tener expectativas irreales; buscando un amor perfecto en personas imperfectas e incapaces, así como lo somos nosotras, de llenar un vacío que solo Dios puede llenar.

He aprendido en el transcurso de mi vida, que ese amor con que muchas veces soñamos es muy diferente en la vida real: los amigos vienen y van, alguien que alguna vez te demostró afecto ahora parece que no te conoce, los familiares se alejan, las personas se divorcian, otros siguen unidos en una apariencia superficial de paz, por algún interés particular y muchas otras razones que ni podemos imaginar.  Nuestro amor es limitado en su alcance, temporal e inconstante, porque así es nuestra naturaleza.

La buena noticia es que existe un amor ilimitado, así como lo es, el agente de ese gran amor. “El gran amor del Señor nunca se acaba, y su compasión jamás se agota. (Lamentaciones 3:22, NVI). 

En este pasaje podemos ver Su amor fiel, a pesar de no haber hecho nada para ganarlo. Dios nunca se aleja decepcionado, conoce lo que somos capaces de hacer, lo peor de nosotras y aun así nos ama, porque no depende de nosotras, depende de Él. Esta es una bendición inmerecida que se renueva cada mañana. 

Romanos 5:8 (NBLA) afirma que “Dios demuestra Su amor para con nosotros, en que, siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros”.

Nuestras mentes limitadas y corazones necesitados no lo comprenden en su momento, pero cuando experimentan el amor de Dios como nuestro Padre Celestial todo cobra sentido. 

Su amor es constante y tierno a la vez.

“¿Puede una mujer olvidar a su niño de pecho, Sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Aunque ella se olvidara, Yo no te olvidaré” (Isaías 49:15, NBLA).

 Él es todo lo que necesitamos como dice el salmista en el Salmo 63:3 (NTV) “Tu amor inagotable es mejor que la vida misma, ¡cuánto te alabo!”

Cristo evidenció en la cruz el amor perfecto, entregó su vida a cambio de la nuestra. Recibió el castigo que merecíamos. No existe un amor más intenso, noble y desinteresado que este. Este amor no discrimina y vence todas las barreras y prejuicios.

Juan nos dice: “Dios es amor” (1 Juan 4:7-8).

“Dios mostró cuánto nos ama al enviar a su único Hijo al mundo, para que tengamos vida eterna por medio de él. En esto consiste el amor verdadero: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros y envió a su Hijo como sacrificio para quitar nuestros pecados” (1 Juan 4:9-10, NTV).

Durante gran parte de mi vida me esforcé intentando obtener la aprobación y el amor de los demás y eso nunca me hizo sentir plena. Pero, al entregarme a Él he aprendido a orar pidiendo ayuda para amarlo, obedecerlo y tenerlo como mi mayor deleite. A pesar de este inmenso cambio en el enfoque y tono de mi relación con Dios, sigo trabajando cada día en ser intencional de forma consciente y constante en buscarlo, orar y pasar tiempo a solas en Su amorosa presencia.

Cuando quiero recordar lo especial y amada que soy, leo la oración de Jesús que se encuentra en Juan 17. Desde antes de la fundación del mundo, Dios hizo un pacto con Su hijo y le prometió darle un pueblo al que iba a amar incondicionalmente. “He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste; eran Tuyos y me los diste, y han guardado Tu palabra” (Juan 17:6, NBLA).

Dios nos eligió en la eternidad pasada y el Hijo nos redimió. Somos una ofrenda de amor del padre al hijo. Dios tomó la decisión de amarnos porque Él quiso. Esta es una dimensión mucho más profunda del amor.

¿Cuál será tu respuesta a este extraordinario amor?

¿Vas a despreciar el regalo de Dios en tu propio perjuicio, o vendrás humillada a los pies de Cristo en arrepentimiento y fe?

Mi oración es que en este mismo instante, tú que lees, puedas ver a Cristo como el precioso salvador que tu alma necesita y que puedas decir como el salmista:

“Me darás a conocer la senda de la vida; en Tu presencia hay plenitud de gozo; en Tu diestra hay deleites para siempre” (Salmos 16:11, NBLA).