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Dios es nuestro Padre

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“Mas ahora, oh SEÑOR, Tú eres nuestro Padre, nosotros el barro, y Tú nuestro alfarero;
obra de Tus manos somos todos nosotros”
(Isaías 64:8)

El profeta Isaías presenta al Señor como El Santo y Todopoderoso que destruye completamente a sus enemigos, sin embargo, a la vez lo presenta como un buen padre que tiene misericordia con Sus hijos. Aunque Su pueblo ha pecado, al punto de que Él había escondido su rostro como disciplina y los había entregado al poder de sus iniquidades, pero a pesar de esto, por Su misericordia, nunca se olvidará de los suyos.

El profeta hace el contraste y una conexión entre el poder de Dios con la ternura de un padre.  Y también hace el contraste entre Dios, el creador y dueño de todo, y nosotras, barro en Sus manos. Como nuestro alfarero, Él no solamente nos creó físicamente sino por su amor, el buen Padre nos transforma. El corazón quebrantado por el pecado es sanado, Él trae luz a la mente entenebrecida por las tinieblas, y el alma cansada se refresca a medida que encontramos nuestro propósito de vida en Él. No importa que tan lejos hemos llegado, el amor de nuestro Padre nos atrae al lugar donde pertenecemos, bajo Sus alas y donde Él provee todo lo que necesitamos. Cómo un buen Padre, Él nunca nos abandona aun reconociendo que, en nuestra inmadurez, haremos lo que no debemos, pero Su amor incondicional nos traerá de nuevo donde nuestras almas pueden descansar, el lugar que realmente anhelamos pero que buscamos en lugares equivocados. 

En el calor de Su presencia es el único lugar donde encontráremos satisfacción y en Su bondad Él nos la quiere regalar. Aun su disciplina es con el propósito de traernos de nuevo a Él donde nos puede proteger y proveer porque Él reconoce que es el único lugar donde descansaremos y por ende Él está dispuesto a hacer lo que sea necesario, para guiar a sus hijos preciados por el camino correcto, al lugar donde caminaremos en Sus huellas.

Caminando en nuestro propósito es donde nuestro corazón y nuestra alma se alinean porque el anhelo con que nacimos encuentra su debido lugar.  Cuando Él nos eligió, nos regaló la morada del Espíritu Santo que hace posible formarnos a la imagen de Cristo (Romanos 8:29) y al hacerlo, nos guía para que hagamos las buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviéramos en ellas (Efesios 2:10). Como Él quiere lo mejor para nosotras, el ejemplificó Su santidad y mandó a Su hijo, la expresión exacta de su naturaleza, para que viviera una vida perfecta, para enseñarnos como imitarla.

Aunque es invisible, Él no es un Padre ausente, sino que por el corazón compasivo que tiene, nos alimenta, nos guía, nos enseña, nos ama, nos fortalece y nos provee. La única vida que trae satisfacción a Dios y a nuestra alma es aquella vivida en Su presencia refugiada bajo la protección de Sus alas.

Su amor alcanza más allá de lo que podamos pensar y es poderoso para hacer todo mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que obra en nosotros (Efesios 3:20).  Su sabiduría es tan perfecta, que Él orquesta las circunstancias para traernos al lugar que fue cuidadosamente creado para nosotras y donde seremos las beneficiadas no hay otro lugar tan perfecto como el seno de nuestro gran Dios. “Pon tu delicia en el SEÑOR, y Él te dará las peticiones de tu corazón” (Salmos 37:4).