Dos más dos son cuatro. Una verdad ineludible en matemática, pero no en crianza. Y esta es una realidad que preocupa a todas las que somos madres, ya que no siempre, el esfuerzo y las enseñanzas en la crianza van a garantizar al 100% que mis hijos la hayan absorbido y estén dispuestos a aplicarla. Un ejemplo bíblico de esto lo podemos encontrar en Jueces 13. Allí se relata como a una mujer estéril se le concedió el regalo de la maternidad. La Biblia no dice su nombre, pero sí el de su esposo. El se llamaba Manoa. Por lo escrito acerca de él, puedo ver que era un hombre que desde el mismo anuncio del milagro externó un deseo inmenso por criar bien. El capítulo relata como Manoa al recibir la noticia del embarazo su primera inquietud se la expresó al Señor en oración. Y no estaba pidiendo por salud para la madre ni larga vida para él como padre, no, Manoa oró al Señor y le dijo que le enviará nuevamente al Ángel que le había dado la noticia para que lo instruyera para que le enseñara que debían de hacer con el niño. Que padre tan diligente y enfocado. El Señor lo complació y le permitió tener la visita del Ángel del Señor y nuevamente Manoa le preguntó sobre la vocación del niño. Por su insistencia y sus palabras, a mi personalmente me parece que este hombre estaba consciente de que su trabajo era criar al niño para que sea un hombre útil para los propósitos de Dios.
Muchas de nosotras anhelamos eso para nuestros hijos. Que podamos criarlos de forma tal que ellos sean útiles para su Creador. Y muchas sabemos que, para obtener un buen resultado, eso va a implicar tiempo invertido en ellos, esfuerzo desmedido, paciencia y constancia para poder, como nos encomienda Deuteronomio 6:7, pasarle en todo tiempo, constantemente, la instrucción del Señor. Pero la pregunta que a veces invade nuestras mentes es ¿Todo este esfuerzo, dará resultado?, ¿Al final del proceso de crianza veré los frutos? Ciertamente, Proverbios 22:6 nos dice que instruyamos al niño en el camino que debe de andar y aunque sea viejo no se apartará de él, pero ¿es así en el 100% de los casos? Recordemos que el libro de Proverbios no es un libro de doctrina ni de promesas, sino de sabiduría, lo que implica es que este es un accionar sabio que si lo aplicas hay alta probabilidad de que veas los frutos.
No se tú, pero yo he visto comportamientos de niños y de adultos que no se corresponden a la crianza que obtuvieron en su hogar. De hecho, ese es el caso del hijo de Manoa. Estoy convencida de que estos padres hicieron su trabajo, pero de adulto, el hijo, que todos conocemos por Sansón, no exhibió una vida que correspondía a lo invertido en él. Sansón es más conocido por sus virtudes que por sus defectos. A pesar de que este hombre fue uno de los jueces de Israel, y que la mano de Dios estuvo con él, sus debilidades carnales, su conducta y rebeldía, han hecho que ninguna madre anhela que su hijo se parezca a él.
¿Puedo yo ser una Manoa?, ¿Puede ser mi hijo un Sansón?, Yo creo que si. Nosotros como padres hacemos lo ordinario: instruimos, educamos, persuadimos para el bien, pero al final, es a Dios a quien le toca hacer lo extraordinario: la conversión del alma, que es lo que al final trae al carácter piedad. Sin ese ingrediente en la vida de mis hijos, ellos pueden llegar a ser medianamente funcionales, pero la piedad, sólo la concede Dios como bien lo dice Romanos 9:16, “Así que no depende del que quiere ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia.”
Como al final la conversión depende de Dios, nosotras como madres debemos descansar en Su fidelidad para los frutos en la crianza. Por eso recuerda, cuando veas a un niño con una mala conducta, resiste a la tentación de decir: “a ese niño no lo disciplinan”, “esos padres no están atentos”, “esa conducta es porque no lo corrigen”, “parece que son padres permisivos”, porque si bien es cierto que los padres tienen mucho que ver con el resultado de la crianza, en el niño hay una naturaleza pecadora heredada que es expuesta cada vez que la carne lo requiera. Es por eso, que nos toca orar por conversión del alma, que es la única garantía de que el pecador se aparta del mal. Como madre no desmayes. En todo tiempo instruye, porque Dios puede concederte lo que le concedió a Eunice la madre de Timoteo, un hijo lleno de fe, porque ella le dio a conocer a su Dios (2 Ti. 1:5). En todo tiempo no temas ni te pongas ansiosa por el resultado final, solo descansa en Dios, en su bondad, en su justicia, en su misericordia.