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Del control a la rendición

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“…pero no se haga Mi voluntad, sino la Tuya”.

(Lucas 22:42).

El deseo de nuestro corazón de controlar todo en nuestro entorno nos habla de un corazón orgulloso, autosuficiente y dominante, que cree que todo lo sabe y que puede resolver todo a su alrededor. No se nos escapa ningún detalle, creemos que hacemos todo mejor que los demás.

El querer controlar también nos habla de un corazón lleno de inseguridad, con miedo y ansioso.

El deseo del control nos lleva a la acción de manipular y gobernar a los que nos rodean, iniciando por nuestros esposos, hijos, trabajo, iglesia, Etc.

Como hijas de Dios, debemos saber que nuestro comportamiento controlador es pecado. Nos decimos a nosotras mismas que en nuestras manos las cosas salen y funcionan mejor cuando las hacemos a nuestra manera.

Vivimos pensando las mejores formas en cómo lograr que todo marche perfecto y sin errores, haciendo siempre nuestra voluntad al tomar las decisiones.

Pero, ¿sabemos nosotras que nos está controlando nuestra naturaleza pecaminosa?

Le hemos cedido el espacio del evangelio a la inseguridad del control. Pareciera que no hay espacio para Dios en nuestros corazones ni en nuestras mentes, no confiamos en el Señor y hemos olvidado Sus promesas.

Muchas veces he caído en la tentación de controlar algunas áreas de mi vida, creyendo la mentira de que Dios no está en control.

Después, orando, me he dado cuenta de que necesito rendirme al señorío de Cristo, a Su voluntad y avivar mi confianza en Él. Entregarle a Él las riendas de mi vida por completo, no solo una parte.

Una vez que nos acostumbramos a ser controladoras, será difícil soltar y ceder, pero podemos dar un primer paso, y es ¡ORAR!

Dios desea de nosotras rendición total e incondicional a Él, dependencia total y absoluta. ¿Por qué? Primeramente, solo Dios conoce cada detalle de nuestras vidas. Solo Dios sabe qué es lo que realmente nos conviene. 

El plan de Dios es perfecto, porque Él es el creador de todas las cosas. Recordemos que todo lo que Dios hace es perfecto.

Jesús nos muestra en Lucas 22:42, que, aunque podamos pensar en opciones, el plan de Dios es lo mejor. 

Nosotras actuamos pecaminosamente. El pecado empaña todo lo que hacemos. Es por eso que debemos depender de Dios. Él es Santo, en Él no hay pecado; por tanto, lo que Dios ha decidido para nuestras vidas es mejor que cualquier opción que podamos pensar. 

Dios quiere que descansemos en Él, porque los planes que tiene para nosotras, de acuerdo con Su voluntad, son buenos, agradables y perfectos. Es por eso por lo que el apóstol Pablo nos invita a que renovemos nuestra mente y dejemos que sea Dios que actúe. 

“…sino transfórmense mediante la renovación de su mente, para que verifiquen cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno y aceptable y perfecto”. (Romanos 12:2).

Nuestra falta de fe nos hace dudar de que Dios obrará en el momento adecuado, porque pensamos que es en nuestro tiempo y a nuestra manera que las cosas deben ocurrir, pero Dios me repite una y otra vez: ¡Pon tu confianza en Mí!

Dios es tan maravilloso, que ni siquiera nos pide mucha fe, sino la fe del tamaño de un grano de mostaza. Dios espera que confiemos y creamos que Su plan es mejor.

“La mente del hombre planea su camino, pero el Señor dirige sus pasos” (Proverbios 16:9).

No existe mayor libertad que depender de Dios. No existe mayor fuente de paz que depender de Dios. No existe mayor satisfacción que confiar en Dios. 

“La paz les dejo, Mi paz les doy; no se la doy a ustedes como el mundo la da. No se turbe su corazón ni tenga miedo”. (Juan 14:27).

Cuando queremos controlar todas las cosas, le estamos diciendo a Dios algo así: “No sabes lo que estás haciendo, mejor déjame a mí… Te estás tardando mucho Señor, yo me encargo…”

El pecado nos ha segado. Satanás aún nos vende la idea que podemos ser iguales a Dios, tal como le dijo a Eva en el Edén, y nosotras le creemos. Y tal como Eva, encubrimos nuestro deseo de control en nuestro caso, diciendo: “somos las responsables de la casa, debo estar pendiente de mis hijos, tengo que prestar atención a mi marido”, y la lista sigue…; no digo que eso esté mal o que ahora adoptemos una actitud irresponsable con nuestras responsabilidades y nuestro rol; por el contrario, para poder hacer todo lo que Dios nos ha llamado a ser, necesitamos depender de Dios y confiar plenamente que todo lo que Él hace lo hace perfectamente a Su tiempo. 

Dios nos ha invitado a que formemos parte de Su plan, no a que seamos las responsables. Somos administradoras de la gracia que el Señor nos ha dado, para que aprendamos a depender de Él y a confiar en Su voluntad. 

“Confía en el Señor con todo tu corazón, y no te apoyes en tu propio entendimiento. Reconócelo en todos tus caminos, y Él enderezará tus sendas”. (Proverbios 3:5-6).

Recordemos que Dios no nos necesita. Dios puede hacer lo que le plazca, pero Él en Su misericordia, nos invita a participar de Su obra, y creo que eso debemos recordarlo. Todo lo que somos, todo lo que tenemos, todo lo que podamos hacer es por Su gracia. 

El remedio para el control es rendirnos completamente a Dios. Es decirle: ¡que se haga Tu voluntad…! Rindámonos, no luchemos más, perderemos el gozo de ver a Dios obrar. Somos vasijas en las manos del alfarero. No podemos decirle qué hacer o cómo hacernos, sino simplemente dejar que Él obre en nuestras vidas.  

“Mi carne y mi corazón pueden desfallecer, pero Dios es la fortaleza de mi corazón y mi porción para siempre”. (Salmo 73:26).

En Cristo,

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Yicell de Ortiz dirige el blog yicelldeortizblog.com en donde tiene como propósito encaminar a las mujeres a Jesucristo y que ellas tengan vidas, matrimonios y familias fundamentadas en Él, proveyéndoles recursos bíblicos diversos y compartiendo también en las redes sociales. Es esposa y madre. Es miembro junto a su familia de la Iglesia Bautista Internacional (IBI), en donde junto a su esposo colabora en el ministerio de jóvenes Adultos M-AQUI."