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De rebelde a predicador (segunda parte)

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El pastor Miguel Núñez predicó el sermón “De rebelde a predicador – 2da parte” basado en Hechos 9:20-31, como continuación de la serie “Hasta los confines de la tierra”. Hoy continuaremos viendo la vida de Saulo, quien fue perseguido porque se llenó del Espíritu, se bautizó, e inmediatamente comenzó a “predicar a Jesús en las sinagogas, diciendo: el es el hijo de Dios.”

En los versículos 19-25, vemos que Saulo estuvo con los discípulos en Damasco varios días.  Tan pronto Pablo recobra la vista, Saulo comenzó a predicar a Jesús en las sinagogas afirmando que Él es el hijo de Dios. No necesitaba mucho entrenamiento para poder afirmar estas cosas; siendo fariseo, conocía bien las escrituras del Antiguo Testamento. La llenura del Espíritu que recibió cuando Ananías oró por él le dio entendimiento acerca de las escrituras que ya conocía. Ciertamente, Saulo podía dar testimonio fiel de que él era nueva criatura. Todavía no sabía mucho acerca de la teología del Nuevo Testamento, pero ya tenía pasión por Jesús. La vida de Saulo comenzó bien, con pasión y terminó mejor, con mayor. Eso le dio una orientación vertical a su vida: una búsqueda del reino de Dios antes que cualquier otra cosa. Saulo, crecía en entendimiento, valentía y en su habilidad para defender la fe hasta el punto que, los judíos que vivían en Damasco no podían refutar sus argumentos.

Es cuando Saulo regresa a Damasco que los judíos tratan de deshacerse de él hasta el punto que, “vigilaban las puertas día y noche con el propósito de matarlo…” (v. 24b). Pablo estaba bajo una persecución que continuó por la mayor parte de su vida. La vida cristiana conlleva riesgos de ser malentendidos, perder relaciones, ser tildado de mente estrecha y poco educado, perder ingresos, y en los casos más extremos, riesgos de perder la vida. Lamentablemente, cuando el cristiano valora estas cosas más que Cristo, terminará negando a Su Señor. El ser discípulo de Cristo tiene un costo y si no lo estás pagando, pregúntate que estás haciendo mal (Mateo 10:34-39).

De acuerdo a 2 Corintios 11:32-33, el gobernador de la ciudad bajo el rey Aretas había dado órdenes de vigilar la ciudad y apresar a Pablo. Esto ilustra como el Señor no necesariamente nos libra de los peligros, pero si nos acompaña en medio de ellos. Cuando estamos dispuestos a ser perseguidos por causa de Cristo, demostramos que Cristo ha llegado a ser nuestro máximo valor. Pero cuando no estamos dispuestos, demostramos que tenemos ídolos en nuestros corazones que representan el máximo valor. Nuestra mejor adoración se da cuando, hemos entregado a Dios en hechos o en disposición, lo mejor de nosotros. Pablo entregó su vida y por eso, la persecución no le hizo temer el perder la vida porque ya no la poseía; se la había entregado a Cristo.

Veamos a Pablo en Jerusalén para que veamos como la vida cristiana conlleva el rechazo aún muchas veces de tus propios hermanos en la fe. Cuando Saulo llega a Jerusalén, intentó juntarse con los discípulos, pero no querían pues no creían que Saulo había nacido de nuevo. Sin embargo, así como el Señor tenía a Ananías en Damasco para interceder por Saulo, tenía a Bernabé en Jerusalén para presentarlo ante los hermanos y convencerlos de que verdaderamente era un seguidor de Jesús. Obviamente, Bernabé era un hombre sin prejuicios y con discernimiento (Hechos 4) pues pudo reconocer que la conversión de Pablo era genuina y, por tanto, el actuó como su abogado defensor.

Finalmente, veamos a Pablo en Cesarea y en Tarso. Su tiempo ahí nos enseña que, en ocasiones, el mejor curso a tomar es retirarnos de la acción (v. 30-31). Pablo fue enviado a su ciudad natal: a Tarso y duró ahí entre 7-8 años hasta que Bernabé lo fuera a buscar para que fuera a ayudar en la iglesia de Antioquía, donde pasó otro año. Después de esto es que Pablo adquiere dimensión como misionero y se va a su primer viaje.

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