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Cuando la oración reemplaza la preocupación

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Filipenses 4:6-7 es uno de esos pasajes hermosos que colocamos en nuestras paredes y compartimos en redes sociales. Lo repetimos como un mantra cristiano, especialmente la primera parte: «Por nada estén afanosos». Sin embargo, cuando revisitamos este texto y lo estudiamos en profundidad, descubrimos principios fundamentales que Dios quiere que no solo conozcamos, sino que practiquemos y revisitemos periódicamente.

El apóstol Pablo escribió estas palabras desde la cárcel en Roma a la iglesia de Filipos, una congregación pobre pero generosa que él llamaba «corona y gozo mío» (Fil. 4:1). A pesar de sus propias dificultades y las de sus destinatarios, Pablo les ofrece una fórmula divina para vencer la ansiedad que es tan relevante hoy como hace dos mil años.

El diagnóstico: una mente dividida en mil pedazos

La palabra griega para «afanosos» es merimnaō, que literalmente significa ‘tener la mente dividida’. No es simplemente estar ansioso o preocupado; es tener una mente partida en muchos pedazos, siendo halada en diferentes direcciones simultáneamente. Es la experiencia moderna del multitasking llevada al extremo: el correo urgente, las notificaciones de WhatsApp, las llamadas del banco, las preocupaciones familiares… todo compitiendo por nuestra atención al mismo tiempo.

Esta condición de merimnaō crónico nos enferma física y espiritualmente. Produce gastritis, temblores, pérdida de cabello y, lo más grave, nos paraliza, impidiéndonos tomar decisiones clave porque estamos tratando de hacer frente a muchas cosas simultáneamente. Aunque el mundo nos dice que esto es normal, incluso deseable, los mismos científicos de Harvard ahora confirman lo que Pablo enseñó hace dos milenios: la multitarea fragmenta nuestra atención, reduce nuestro rendimiento y puede afectar nuestra salud.

Como señala John MacArthur en su comentario: «La ansiedad y la preocupación indican una falta de confianza en la sabiduría, la soberanía y el poder de Dios». Cuando permitimos que nuestra mente se divida entre múltiples preocupaciones, demostramos que no confiamos plenamente en que nuestro Padre celestial tiene el control.

«El problema no es que tengamos situaciones difíciles; el problema es cómo respondemos a ellas».

El problema no es que tengamos situaciones difíciles; el problema es cómo respondemos a ellas. Cristo mismo nos advirtió sobre los afanes de este mundo que ahogan la Palabra (Mat. 13:22), y nos recordó que no podemos añadir ni un codo a nuestra estatura por medio de la preocupación (Mat. 6:27). La ansiedad no resuelve problemas; solo multiplica nuestro sufrimiento. Pero Pablo no se limita a diagnosticar el problema; ofrece la solución divina.

El remedio: un contraste radical

Pablo no propone simplemente «dejar de preocuparse». La conjunción griega alla («antes bien») transmite un contraste fuerte y enfático entre dos ideas completamente opuestas. No es un simple «pero»; es como decir: «no es negro, sino blanco». Pablo está diciendo: con la misma intensidad y el mismo tiempo que dedican a ocupar su mente en mil cosas a la vez, hagan lo opuesto: enfóquenla en una sola.

El apóstol prescribe tres elementos específicos: oración (ese estilo de vida en comunicación constante con Dios), súplica (el ruego específico desde la necesidad, ese grito desesperado de un hijo a su Padre), y acción de gracias (la gratitud que brota incluso antes de recibir respuesta). No existe terreno neutral: o la ansiedad ocupa el corazón, o lo ocupa la oración.

La gratitud en medio de la prueba puede parecer excesiva, pero es esencial. Matthew Henry, después de ser atracado, dio gracias por cuatro razones: porque nunca antes lo habían robado; porque no le quitaron la vida; porque no era mucho lo que tenía; y porque fue él el robado y no el atracador. Esta actitud de gratitud nos reenfoca, recordándonos la fidelidad pasada de Dios y dándole gloria por lo que Él es y hará.

Pablo nos llama a hacer una sustitución intencional: donde antes había preocupación fragmentada, ahora debe haber oración enfocada. Donde antes había ansiedad paralizante, ahora debe haber súplica confiada. Donde antes había murmuración por las circunstancias, ahora debe haber gratitud por la fidelidad de Dios. Esta transformación no es automática; requiere una decisión deliberada. Pero cuando la practicamos, Dios promete algo extraordinario.

La promesa: una paz que guarda como fortaleza

El versículo 7 no promete que nuestros problemas desaparecerán. Dios sabe que necesitamos las pruebas, pero como nosotros no tenemos la capacidad para comprenderlo, Él nos da Su paz. Esta paz (eirēnē en griego) no es simplemente ausencia de conflicto; implica un bienestar integral, una plenitud, una armonía con Dios que viene del cielo mismo. Es «la paz de Dios», no la paz humana que depende de circunstancias favorables, sino la paz divina que permanece incluso en medio de la tormenta.

Esta paz «sobrepasa todo entendimiento». No es que sea irracional o ilógica, sino que trasciende nuestra capacidad humana de comprenderla o producirla. Es una paz sobrenatural que solo Dios puede dar, una paz que desafía toda lógica humana cuando permanecemos tranquilos en medio de situaciones que deberían destrozarnos.

Esta paz «guardará» —término militar que significa ‘proteger, vigilar, guarnecer’— nuestros corazones y mentes. La paz de Dios monta guardia alrededor de nuestro corazón como una fortaleza. Es como el soldado medieval que, perseguido por enemigos, logra entrar al fuerte. Los enemigos siguen ahí, pero ahora los ve desde la seguridad de la fortaleza. Así nosotros vemos nuestros problemas a través de las manos de nuestro Señor: el cáncer se ve diferente, la crisis económica se ve diferente, la rebeldía de un hijo se ve diferente.

Lo más significativo del pasaje es su conclusión: «en Cristo Jesús». No dice «en el Señor» ni «en el Padre», sino específicamente «en Cristo Jesús»: el Ungido, el Mesías prometido, Jesús, el nombre humano del que vino a salvar lo perdido. Esta paz protectora solo es posible porque estamos en Cristo: al lado de Él, en relación con Él, y todo esto no porque lo hayamos ganado, sino porque Él nos llevó allí. Estamos en Cristo porque Él así lo quiso, y es el único lugar del que nadie puede separarnos (Rom. 8:38-39).

La decisión que lo cambia todo

Si no transformamos nuestra ansiedad en oración, la ansiedad ocupará el espacio que la oración debe tener en nuestro corazón. No existe terreno neutral: o el corazón está dividido y enfocado en los problemas, o está unificado y enfocado en Dios.

Filipenses 4:6-7 no es un mantra para repetir, sino una escalera espiritual donde cada paso es necesario. La ansiedad se va solo si traemos en oración todas nuestras cargas; solo entonces el Señor enviará Su paz divina, que puede llevar nuestra mente y corazón al lugar más seguro: Cristo Jesús.

«Si no transformamos nuestra ansiedad en oración, la ansiedad ocupará el espacio que la oración debe tener en nuestro corazón».

La transformación de la ansiedad en oración requiere una decisión y práctica constante. Primero, debemos reconocer que todas nuestras situaciones deben convertirse en motivo de oración antes de que pasen de situación a problema. Lamentablemente, tendemos a tratar de resolver por nuestra cuenta y solo cuando fallamos clamamos al Señor.

Segundo, nuestras oraciones deben ser específicas y detalladas. «Sean dadas a conocer sus peticiones» implica presentar abiertamente, como un expediente, declarar sin reservas y con lujo de detalles. Como el niño que dice claramente a su papá: «tengo hambre», «tengo sueño», «quiero esos tenis». Dios no necesita que le expliquemos nuestras cargas, pero nosotros necesitamos el ejercicio de articularlas delante de Él, reconociendo nuestra dependencia total de Su provisión.

Identifica qué está dividiendo tu mente y escríbelo específicamente. Establece tiempos definidos de oración donde presentes cada carga por nombre. Practica la gratitud diaria, recordando la fidelidad pasada de Dios. Cuando sientas ansiedad, detente inmediatamente y transfórmala en oración. Confía en que la paz de Dios, aunque no elimine las circunstancias, cambiará tu perspectiva.

Cuando ponemos nuestras manos juntas y le suplicamos a Dios reconociendo nuestra necesidad, Él toma nuestras cargas y nos guarda en Cristo. Esta es la promesa para todo hijo de Dios que decide estar ocupado orando, en lugar de ocupado preocupándose. La paz que sobrepasa todo entendimiento no es el resultado de circunstancias perfectas, sino de una relación perfecta con Aquel que tiene todas las circunstancias en Sus manos.

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Reynaldo Logroño
Conoció al Señor en el año 1980. Es parte de la IBI desde el año 2007, donde ha tenido la oportunidad de servir en los ministerios de Consejería Prematrimonial, Grupos Pequeños (GPS), Escuela Bíblica Dominical, Ministerio de Cárceles, Conferencias Por Su Causa, entre otros. Desde el 2010 dirige junto a su esposa la Escuela Bíblica Dominical y es el director del Ministerio Integridad & Sabiduría desde el año 2017. Reynaldo es licenciado en Publicidad con maestría en Gerencia de Mercadeo y diplomados en Administración Publicitaria y Legislación Publicitaria. Es graduado del Instituto Integridad & Sabiduría y posee una Certificación en Educación Cristiana mención Liderazgo. Casado con Jenny Thompson desde el año 1993 y padre de Celso, Sebastián y Reynaldo Jr.