Inicio Artículos Cuando nada significa todo

Cuando nada significa todo

431
0

La vida de Pablo mostró que, para él, Dios era más valioso que cualquier bien terrenal. En su carta a los filipenses, nos comparte el secreto de la verdadera fuente de satisfacción y fortaleza en la vida cristiana. Me encanta la versión que nos ofrece la Nueva Traducción Viviente, del pasaje Filipenses 4:12-13

“Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.” 

Deseo, con la ayuda de Dios, esforzarme por alcanzar la vida que vivió Pablo: una vida en la que vivir en abundancia o en necesidad sea algo secundario. Quiero que mi fortaleza y satisfacción no dependan de lo que posea en este mundo material ni de mis carencias o circunstancias, sino de Aquel que gobierna el universo. Anhelo una vida en la que, aunque parezca tener “nada” según los valores y estándares que este mundo aprecia y promueve, encuentre mi “todo” en Aquel que ama mi alma. 

Como mujeres cristianas, tenemos el gran reto de que nuestra satisfacción permanezca firme en nuestro buen Dios, independientemente de los momentos de prosperidad o de escasez. Al igual que Pablo declaró en Filipenses 4:12, que también nosotras podamos hallar contentamiento en nuestro caminar de fe, sin importar las tormentas que se presenten. De este modo, podremos mostrar a quienes nos rodean quién es nuestro Dios y cómo nuestra esperanza en Él nos concede esa paz que sobrepasa todo entendimiento humano. 

Imaginemos por un momento las pruebas que enfrentó Pablo: prisión, persecución, rechazo, hambre y muchos otros sufrimientos. En esos momentos, su posesión terrenal era “nada”. Sin embargo, hoy comprendemos que, en el ámbito espiritual, lo tenía “todo” porque su dependencia estaba cimentada en la roca firme que es Cristo. Esa dependencia en Él nos permite vivir «por encima del sol»: vidas contraculturales, pero bajo el abrigo y la protección del Omnipotente. 

Filipenses 4:13 refleja que, paradójicamente, en nuestras mayores carencias podemos encontrar una fuente inagotable de fortaleza y suficiencia que provienen de un Dios todo suficiente, cuyos recursos y poder son ilimitados. 

Cuando Pablo dice: «Todo lo puedo en Cristo que me fortalece», nos recuerda que no importa la circunstancia, cuánto o qué tengamos; si tenemos a Cristo, nuestra fortaleza para enfrentar en paz cualquier situación, así como la escasez o la abundancia no se basa en nuestros propios recursos, sino que provienen de Él. 

Por eso, cuando experimentamos momentos de vacío, necesidad o carencia, tenemos la oportunidad de acercarnos a Dios de una manera más genuina. Reconocemos que ese vacío, esa necesidad, no pueden ser llenados por nada material, porque tienen el tamaño de Dios y solo Él puede satisfacerlos plenamente. Dios nos permite llegar a ese lugar donde nada, excepto Él, puede saciar nuestras almas sedientas. Así lo expresa el salmista: “¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra. Mi carne y mi corazón desfallecen; mas la roca de mi corazón y mi porción es Dios para siempre”. 

En nuestra humanidad, cuando nosotras tenemos seguridad financiera, relaciones estables y salud, decimos que todo va bien y solemos sentirnos “tranquilas”. Sin embargo, cuando todo aquello falta, nos enfrentamos al hecho de reconocer que dependíamos de lo externo en lugar de lo eterno.  

Cuando Jesús dijo en el Sermón del Monte: «Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos» (Mateo 5:3), se refería a que el “pobre en espíritu” es quien reconoce su total dependencia de Dios, sin importar las circunstancias. 

En una cultura como la nuestra, que valora tanto el éxito y la acumulación de cosas, el testimonio de vivir contentos en cualquier situación es realmente impactante y va contra la corriente. Cuando aquellos que no conocen al Señor ven que nuestra paz y alegría no dependen de lo que tenemos ni de lo que nos pasa, ellos pueden ver el poder de Cristo obrando en nuestros corazones. Ese contentamiento, que sólo Dios puede dar, sin dudas, despierta en otros el deseo de experimentar esa misma paz que sobrepasa todo entendimiento. 

 «Todo lo puedo en Cristo que me fortalece» nos recuerda que, en Él, somos suficientes y tenemos acceso a una fuente inagotable de fortaleza. Es una promesa en la que descansó el apóstol Pablo, y tú y yo también podemos hacer lo mismo. 

Vivir con la certeza de que «nada» en este mundo puede compararse con el «todo» que tenemos en Cristo es un llamado a la fe y a la rendición diaria. A través de la oración, la lectura de Su Palabra y la comunión con otros creyentes, aprendemos a depender más de Dios en cada circunstancia, tal como lo hizo Pablo. 

Este camino no está exento de pruebas, pero en cada desafío, podemos recordar que Dios usa nuestra debilidad para manifestar Su poder. Como dice 2 Corintios 12:9: «Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad». Al enfrentar nuestras flaquezas, descubrimos la fortaleza que solo Él puede dar. 

A veces nuestras manos parecerán vacías y nos parecerá que nos falta lo que el mundo valora como esencial. Pero en Cristo, hallamos lo único que realmente necesitamos, y en Él encontramos una satisfacción plena. Él es suficiente, y en Él somos suficientes y tenemos más que suficiente.