«Pies rectos, brazos en alto, mirada al frente y rodillas un poco flexionadas. Ya podemos dar nuestros primeros pasos sobre la cuerda” Éstas son las primeras directrices para practicar ‘’slackline’’, la sensación del momento.
Consiste en caminar sobre una cuerda plana atada entre dos puntos fijos, (normalmente árboles). La estrecha base y el balanceo que se produce al caminar pone a prueba toda la habilidad física y mental del que se sube. Parece impensable que alguien pueda mantenerse de pie sobre ella, pero es posible. El secreto está en que una vez encima, sólo pienses y aguantes.
Así como el slackliner necesita de mantener una postura firme y una visión clara para lograr el equilibrio que le ayude a superar los desafíos, del mismo modo, creyentes o no nosotros necesitamos encontrar nuestra estabilidad para caminar en momentos de incertidumbre y mantenernos en pie, por eso hoy veremos el Salmo 42:11 que dice ¿Por qué te abates, alma mía, y por qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios, pues he de alabarle otra vez. ¡Él es la salvación de mi ser, y mi Dios!
Frecuentemente, en medio de situaciones adversas, desánimos e inseguridad, se nos olvida que Dios está en control, nos acompaña y sostiene.
En la cuerda floja
El Salmo 42, fue escrito por Los hijos de Coré, quién se rebeló contra Moisés y la tierra se lo tragó (Num 16). Estos muchachos al contrario de su padre habían sido fieles en su servicio a Dios (Números 26:11), eran músicos del templo asignados por el rey David, así como directores de coro (1 Crónicas 6:37), labor que dominaban muy bien.
Sin embargo, al momento de escribir estos versos, se encontraban exiliados en un lugar bastante alejado de Jerusalén muy al norte, definitivamente no podían ir a adorar a su Dios en el templo como solían hacer. Estaban debilitados como un ciervo cuando está sediento (v.1), desanimados hasta las lágrimas(v.3), recordando el pasado con lamento (v.4), en definitiva, en un momento muy incierto, como si fuera en una cuerda floja.
En medio de todo lo anterior y lidiando con un pasado amargo, comenzaron a preguntarse como gritos de su corazón y también un clamor a Dios; ¿Cuándo vendré, y me presentaré delante de Dios?(v.2), Roca mía, ¿Por qué te has olvidado de mí?(v.8), ¿Por qué te abates, alma mía, y por qué te turbas dentro de mí?(v.5), otros le preguntaban a ellos ¿Dónde está tu Dios?(v.10)
Las respuestas a estos ¨por qué y hasta cuando¨, podían darles el ímpetu para transitar esto o hacerlos caer bajo. En medio de su vulnerabilidad conocían la condición de su alma; abatida, turbada y sin respuesta.
Brazos extendidos
Los hijos de Coré, sabían, que podían confiar y estar seguros a pesar de sus sentimientos y lo que les rodeaba, pues después de verse ¨perdiendo el equilibrio¨, colocaron su mirada en ese punto fijo que le daría seguridad y calma; Dios mismo. Se hablaron verdad de manera imperativa; Espera en Dios, pues he de alabarle otra vez. (v11b)
Déjame explicarte mejor, si vieras las palabras en el original, ellos dijeron algo como esto:
Alma mía que estás débil y humillada;
-Sufre dolor, confiando en Dios al caminar.
-Permanece con las manos extendidas dando gracias.
-Confiesa Su nombre en medio de esta circunstancia.
-Hazlo a partir de ahora, como antes.
Y no solo se quedan ahí, desafiando a su alma y dándole motivos para seguir en y a pesar de ese ¨camino tenso¨, sino que expresan la razón detrás de la acción de forma simple y directa; ¡Él es la salvación de mi ser, y mi Dios!
Literalmente ¨salvación¨ aquí es –Yeshua– Significa que nos apunta, de alguna forma, a Cristo Jesús, quien sería para ellos (y para nosotros) ayuda, victoria, liberación y sostén.
Dios mismo sería su brazo extendido que les daría lo necesario para permanecer en pie.
Ahora déjame contarte una historia para ilustrarte como luce una vida que pone su confianza en Dios.
Una vez un famoso equilibrista hacía su demostración en un precipicio, y le preguntó al público que esperaba ansioso: ¿Creen que puedo cruzar al otro lado nuevamente llevando una carretilla
– ¡Sí! – se escuchó
Luego dijo: ¿Creen que puedo cruzar llevando una persona en la carretilla? – preguntó.
¡Sí! nuevamente fue la respuesta.
Entonces el artista dijo: – ¿Quién es voluntario para subir a la carretilla?
Se hizo un silencio total.
Todos se estremecieron.
Todos temieron.
Todos creían siempre y cuando no estuviera en juego su seguridad personal.
En realidad no creían.
No confiaban en él.
Entonces, de la multitud surgió un niño, que rápidamente corrió y subió a la carretilla.
Ambos el equilibrista y el niño llegaron sin demora al otro lado, corriendo por la cuerda.
Ese niño era el hijo del artista, que confiaba con todo su corazón en su papá.
¿Cuántas veces nosotros decimos que creemos, pero no es así? Pensamos que Cristo es el Salvador de todos, pero no creo que sea mí Salvador. Creemos que El libró a otros pero no creo que me librará a mí. ¿Acaso necesitas orar por eso que agita tu alma y no te permite caminar con tu mirada en El? Tómate un tiempo para hacerlo ahora mismo, El escucha.
Seamos como los hijos de Coré; tuvieron inquietudes que le hicieron tambalear un poco, pero Dios fue su confianza para caminar con paso firme.
Si somos hijas de Dios te desafío a:
- No solo decir creer en El, sino subirte a su carretilla.
- Compartir tus emociones con El.
- Exhortar a tu alma a que confíe en aquel que tiene El control.
- Recordar que el Señor y Salvador del pasado, es el de tu presente y seguirá siendo el de tu futuro.
- Sin importar la circunstancia, Jesús siempre es la respuesta.