Disfruto ver películas y series. Últimamente he optado por seleccionar aquellas que tengan al menos 20 años de antigüedad, y hace unas semanas vi una que me conmovió hasta las lágrimas.
En resumen, se trata de un maestro de ciencias sociales que asigna a sus alumnos la tarea de pensar y llevar a cabo una idea que pueda cambiar el mundo y dejarlo mejor de lo que está. Para ello, les da todo un año escolar.
Hay un alumno en particular que propone una «cadena de favores», la cual consiste en que una sola persona debe hacer un favor —uno grande y significativo— a tres individuos distintos. Luego, cada una de esas tres debe «pagar al próximo», es decir, hacer lo mismo con otras tres personas más, y así sucesivamente. De esta manera, una sola acción puede afectar positivamente hasta a cien personas más.
Aunque el niño muere a causa de una agresión escolar mientras hacía un favor a un amigo —cumpliendo con el plan que él mismo había propuesto—, su cadena de favores impactó no solo a su familia, sino también a su comunidad y a toda la ciudad. De hecho, la historia llegó a los medios y se compartió con el mundo. Reconcilió familias, ayudó a sacar a un exconvicto de la cárcel, e incluso fue determinante en la vida de personas que se debatían entre la vida y la muerte.
Esta trama, aunque es un gran guion, no está muy alejada de lo que hace siglos encomendó nuestro Maestro Jesús a Sus discípulos, cuando dijo en Juan 13:34:
«Un mandamiento nuevo les doy: “que se amen los unos a los otros”; que como Yo los he amado, así también se amen los unos a los otros».
Él nos dejó esta asignación con un modelo perfecto, y tenemos toda una vida para cumplirla.
Una tarea nueva
Si eres cristiano desde hace tiempo o has leído el Antiguo Testamento, seguramente habrás escuchado el mandamiento de amar al prójimo. Y podrías preguntarte: Si Jesús conocía la Escritura y Sus discípulos la leían, ¿por qué habla de un «mandamiento nuevo»? ¿Cómo puede este antiguo mandato ser ahora nuevo?
Lo primero que debemos notar es que, justo antes, en el versículo 33, Jesús dice:
«Hijitos, estaré con ustedes un poco más de tiempo. Me buscarán, y como dije a los judíos, ahora también les digo a ustedes: “adonde Yo voy, ustedes no pueden ir».
En la Nueva Traducción Viviente, el versículo 34 continúa diciendo:
«Así que ahora les doy un nuevo mandamiento: ámense unos a otros. Tal como yo los he amado, ustedes deben amarse unos a otros».
Este «así que» une ambas ideas. Jesús quiere dejar todo claro antes de partir; desea expresar lo más importante, lo que Sus discípulos deben recordar. Como haría cualquier persona consciente de que le queda poco tiempo de vida, aunque en Su caso, con un peso eterno y celestial.
Lo segundo es que, en esta ocasión, el estándar es más alto que el que vemos en el Pentateuco. Allí se nos dice: «amarás a tu prójimo como a ti mismo; yo soy el Señor» (Levítico 19:18b, LBLA).
En ese mandamiento, el modelo de amor al prójimo parte del amor que sentimos por nosotros mismos: ese impulso natural que nos mueve a cuidarnos, a proteger nuestro nombre cuando es necesario y a no dejarnos morir en casos extremos.
Y aunque es una buena referencia —porque nos amamos mucho más de lo que pensamos, y podemos hacer mucho simplemente al pensar y actuar en favor de los demás tanto como lo hacemos por nosotros mismos—, ahora Jesús nos pide amar nada más y nada menos que como Él lo ha hecho con nosotros. Pero, ¿cómo nos ama Él?
Ama al «próximo» como Cristo
Para llevar a cabo la tarea encomendada por nuestro Maestro, es crucial recordar las implicaciones del amor de Dios hacia nosotros. Al enviar a Su único Hijo, perfecto y puro, a morir por pecadores que jamás podrían cumplir el estándar que Él demanda, Dios ha mostrado cuán sacrificial, incondicional, ilimitado, sublime, doloroso, obediente, misericordioso y perdonador es el amor a la medida de Cristo: el mismo amor con el que ahora nos llama a amar al prójimo.
¿Recuerdas la cadena de favores que mencioné al inicio? Imagina que Jesús es el protagonista que muere, y que ya ha elegido a esos «próximos» por quienes hizo «el favor» de llevarlos de muerte a vida (nos incluye a ti y a mí). Ahora, esos «próximos» deben elegir a otros a quienes «pagarán» el favor ya recibido, y así continuar la cadena de forma sucesiva…
- ¿Cuántos serían impactados por el amor de Dios a través de ti?
- ¿Cuántos serían perdonados y mejor tratados por ti?
- ¿Cuántos serían más como Cristo gracias al amor incondicional que muestras?
Aunque se trate de una película de ficción, la realidad es que este estándar y mandato de amor es el que Cristo nos ha llamado a cumplir como hijas amadas de Él. ¡Y a amar a más de tres personas!
Por eso, una vez salvas, y con la ayuda del Espíritu Santo, somos capaces de amar como Cristo lo hizo y de reflejar al mundo cómo luce realmente la familia de Dios.
Justo en el versículo que sigue al 34, Jesús dice:
«En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os tenéis amor los unos a los otros» (Juan 13:35, LBLA).
Ya tenemos el mandato. Ya se nos hizo un favor que nos cambió la vida, de este lado del sol y en la vida venidera. Ahora, debemos continuar la cadena: amar al «próximo» y «pagar» el favor inmerecido.
Todos buscan ser amados, pero pocos buscan a quién amar. Rompamos ese ciclo y amemos como Jesús lo ha hecho.