Leer no siempre fue agradable para mí. Es más, por años era lo último que pudiera pasar por mi cabeza como opción de actividad. Sin embargo, en el 2015 algo cambió. El Señor abrió mis ojos ante la grandeza de Su Palabra y desde entonces leer es un verdadero deleite.
Llegué al evangelio a la edad de 13 años y siempre anhelaba poder decir que había leído la Biblia de Génesis a Apocalipsis. Pasaron los años y ese anhelo nunca se cumplió porque en mí no existía un deseo genuino de estudiar o leer la Biblia, era más bien una hazaña que quería cumplir para que todos supieran que lo había logrado. Además, no estaba consciente del inmenso privilegio que tenía en manos: ¡tenía disponible no una sino varias Biblias en mi idioma!
No fue hasta mis 21 que Dios en Su infinita misericordia me mostró que Su Palabra es un glorioso medio de gracia que nos permite conocerle y amarle como Él merece (Juan 14:15). Y este entendimiento es clave adquirirlo, pues no nos sale de manera natural leer las Escrituras, dedicar tiempo a estudiarla, ni mucho menos dar gracias por ella.
Mientras han pasado los años, me he dado cuenta de que hay 3 verdades acerca de la Palabra de Dios que necesito recordar a cada momento para mantener ese entendimiento vivo en mi mente:
- Necesito leer la Biblia porque allí Dios es revelado y no puedo amar a quien no conozco.
- Leer la Palabra de Dios es un acto de obediencia que revela mis afectos hacia Él.
- Leer las Escrituras es una necesidad porque es el manual de vida que Dios nos dejó a Sus hijos
¡Que privilegio! Desde antes de la fundación del mundo Dios había orquestado que 40 hombres en tiempos distintos, idiomas, contextos, culturas, personalidades diferentes, escribieran Su Santa Palabra de una manera que apuntaran una misma historia de redención, de principio a fin. Todo con el objetivo de dejarnos un manual exhaustivo de quién Él es, cómo Él opera y cómo encontrar sabiduría para el día a día.
Vivimos en una generación que a lo malo le llama bueno y a lo bueno le llama malo, una generación que desvirtúa todo de la verdad de Dios, y por eso es vital que seamos animadas e impulsadas a estudiarla y a compartirla con otros de manera que podamos compartir el evangelio de Jesucristo en todo momento y dar testimonio de nuestra fe en cualquier lugar y a cualquier persona (1 Pedro 3-15).
Si estás leyendo esto probablemente posees una Biblia en tu idioma, y puede que tengas más de dos en un librero. También disfrutas de la libertad de leerla cuando y donde deseas o compartir lo que aprendes de ella en tus redes sociales. Lo triste es que no todas las personas gozan de estos privilegios, por lo que te invito a orar por ellos ¡y a ser más agradecida por la gloriosa gracia de Dios para contigo!
Hoy, ya no soy la misma. Pasé de ser la apática Masiel que solo abría su Biblia los domingos en la iglesia a anhelar tener cada día más tiempo para estudiarla. La Palabra de Dios se ha convertido en mi refugio, mi calma. En ella he encontrado consejos sabios y reprensión necesaria. A través de ella mi vida ha sido transformada y jamás sera la misma. Por ella puedo decir que conozco a mi Señor y me alegra saber que auń hay mucho por conocer de Él. No tiene error, a pesar de estar escrita hace más de 2mil años, no se desactualiza, ejerce autoridad en lo que creo y hago. Es la misma voz de Dios y a la vez todo su consejo. Agradecida por tenerla en mi idioma, en diferentes versiones, para anotar, para ilustrar… ¡para seguir creciendo a la estatura del varón Perfecto! Gracias a Dios porque en Su Plan Perfecto determinó dejarnos con el mejor libro de todos los tiempos como la guía única para vivir y crecer. Es mi oración que esta también se convierta en tu realidad y convicción acerca de las Escrituras.
¡Celebremos juntas el gran privilegio que es tener libre acceso a Su Santa Palabra!