Para muchos este es un día de «examen matrimonial” en el que se evalúa el nivel de amor del cónyuge. Se entiende que, si el otro no sorprende, no es espléndido, no se “manifiesta” de manera que conmueva, es porque no ama, al menos al nivel que se desea. Esto ha hecho que este día sea estresante para muchos porque saben que están «a prueba». Pero el amor conyugal debe transcender un día específico. La verdadera prueba del amor no es lo que se hace el día de San Valentín, sino el resto de los días en los que debe primar la paciencia mutua, la aceptación, el perdón, el respeto, el sacrificio en beneficio del otro, la celebración de lo que tu pareja hace y es, la ternura y muchas otras cosas. Sería hipócrita querer celebrar San Valentín con algo emotivo cuando la relación no se caracteriza de alguna manera por los rasgos antes mencionados. Pero muchos prefieren la hipocresía a tener que enfrentarse a un conflicto con su pareja.
En lugar de celebrar San Valentín cuando la relación no está en buenas condiciones es preferible aprovechar la oportunidad para revisarnos, confesarle a Dios y al otro nuestras faltas como cónyuge y “ponernos al día”. Hacer algo como eso tendría mucho más valor y beneficios más duraderos que cualquier cena, joya u otro obsequio material que podamos dar. Puede haber lugar para eso, pero no sin antes tratar de reparar cualquier grieta en la relación.
También se da el caso de parejas que tienen una relación sana, tierna, amorosa, comprensiva y de servicio mutuo y aún así uno o ambos cónyuges entienden que San Valentín impone un “compromiso” que tienen que cumplir. Es triste ver a parejas «sanas» que, por presiones culturales o incluso comerciales, cuestionan el amor de su pareja porque no tuvieron «un detalle» en San Valentín. Los detalles son buenos, a veces incluso necesarios para celebrar y mostrar aprecio, pero pierden significado cuando se hacen bajo presión, coerción o por miedo a los demás.
Ojalá podamos celebrar el amor todos los días, con hombres amando a sus esposas como Cristo ama a la Iglesia y tratándolas como vasos frágiles, y esposas gozosamente sometiéndose al liderazgo de sus esposos. Cuando esto suceda, el día del amor será diario. Dios será glorificado y los matrimonios tendrán gozo y plenitud.