El que tiene mis mandamientos y los guarda, ese es el que me ama; y el que me ama será amado por mi Padre; y yo lo amaré y me manifestaré a él. (Juan 14:21)
Vemos en esta ocasión, cómo Jesús hace hincapié a Sus discípulos sobre la necesidad de la Obediencia Continua a sus mandamientos como prueba del amor de los creyentes hacia Él. El amor y la obediencia a Cristo son inseparables.
Ser discípulos de Cristo implica que le amemos; ¿Y quiénes son los que verdaderamente le aman? “El que tiene mis mandamientos y los guarda” esto significa, que el deber de todas las que reclamamos para nosotras el privilegio de ser discípulas de Cristo, es guardar Sus mandamientos; no es suficiente que los guardemos en la cabeza, es menester guardarlos en el corazón. “En mi corazón he atesorado Tu palabra, Para no pecar contra Ti” (Salmo 119: 11). Y reflejarlos en nuestra conducta. Ser un discípulo de Jesucristo es un estilo de vida; nuestro comportamiento debe reflejar Su luz en nuestra forma de pensar y actuar en cualquier lugar en que nos movamos, en toda circunstancia que nos acontezca.
Cuando es a Jesucristo a quien seguimos, nuestro carácter debe asemejarse al de Él, nuestra interacción con los demás debería ser paciente y prudente; debería ser un reflejo de Su amor a través de nosotras.
La dignidad de cumplir con el deber de ser discípulas de Cristo, no se trata de tener mayor talento ni por saber hablar de Él con más elocuencia, ni por las grandes ofrendas que demos, o por el mucho activismo en diferentes ministerios, sino por GUARDAR SUS MANDAMIENTOS; una prueba fehaciente de nuestro amor por Cristo es nuestra obediencia.
Cuando guardamos y obedecemos Su Palabra, Jesús promete que recibiremos la recompensa:
Disfrutar más del amor del Padre Celestial: “el que me ama será amado por Mi Padre”; Nosotras no podemos amar a Dios si no es por el amor que Él nos ha manifestado primero (1 Juan 4:19); y nosotras podemos responder a ese amor por medio del Espíritu que nos ha sido dado (Romanos 5:5; 1 Juan 4:13).
Disfrutar del amor de Jesús: “y Yo lo amaré”. Dios nos ama, como Padre, si amamos a Jesucristo. Jesucristo nos ama como a hermanos, a quien le ama a Él; Jesús es el primogénito entre muchos hermanos (Romanos 8:29).
Y finalmente, disfrutar de la manifestación de Jesús: “y me manifestaré a él.” Esa manifestación de Jesús a los que creemos se realiza a través de Su Palabra y el Espíritu. Ésta es una realidad en nuestra vida. (Juan 15:26; 16:13-14; 1 Corintios 2:10-12; 12:3-7).
Todas nosotras deberíamos orar como el salmista en Salmos 119:32: “Por el camino de tus mandamientos correré, cuando ensanches mi corazón” Notemos que el salmista piensa correr por el camino de los mandamientos; es decir, obedecer con mayor gusto, prontitud y alegría la voluntad de Dios, cuando Dios ensanche su corazón. Es como un condicional – pero el salmista está seguro de ello- si Dios le ensancha el corazón como lo hizo con Salomón (1 Reyes 4:29); esto indica, primordialmente, lo opuesto a la metáfora de “encoger el corazón”. Ensanchar el corazón significa verse libre de apuros y problemas, a fin de tener mayor espacio para concentrar las energías y gozar de la libertad necesaria para llevar a cabo lo que amamos. Si somos creyentes verdaderas, anhelamos caminar con Jesús, nos volvemos optimistas, porque sabemos que Dios nos dará sabiduría, entendimiento, y derramará Su amor en nuestros corazones (Romanos 5:5).
Caminar con Jesús cambia nuestra vida, porque venimos a ser un reflejo de Su amor, debido a la compasión que ha tenido para con nosotras; esto nos lleva a ser fieles, y a interactuar con los demás de forma distinta, sin que las circunstancias nos estorben tanto como en nuestra pasada manera de vivir.
Corramos por el camino de Sus mandamientos y seamos obedientes, El ensanchará nuestro corazón.