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Dad gracias a Dios aun en los días oscuros  

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«Den gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para ustedes en Cristo Jesús».  1 Tesalonicenses 5:18 
 

En 1621, los colonos ingleses de Plymouth (parte del actual estado de Massachusetts) y los nativos americanos de la zona celebraron su primera cosecha exitosa, dando gracias a Dios a pesar del duro invierno que habían atravesado, durante el cual muchos colonos perecieron. Aun en medio del dolor por la pérdida de amigos y familiares, encontraron razones para bendecir a Dios, confirmando que es posible darle gracias incluso en los días más oscuros. De allí nació la conocida celebración del Día de Acción de Gracias.  

Hace unos días, antes de dormir, hicimos una dinámica con nuestros hijos: agradecer a Dios por algo de ese día. Yo comencé dando gracias, pero cuando llegó el turno de ellos, no encontraban una razón por la cual agradecer, porque —según ellos— no les había pasado nada especial o extraordinario. Les recordamos entonces que debemos dar gracias incluso por las pequeñas cosas que solemos dar por sentadas, pero que son regalos de Dios: el estar sanos, tener alimentos, contar con padres que los aman, etc. Y aún más allá: dar gracias por aquellas cosas que a nuestros ojos no parecen buenas, pero que Dios ha permitido que ocurran.  

Nosotros también podemos ser así. Muchas veces no somos conscientes de todas las razones que tenemos para dar gracias a Dios: poder ver un atardecer, tener un vehículo para transportarnos, una Biblia, una cama donde dormir… la lista podría ser interminable. Pero más aún, nos cuesta dar gracias por las situaciones dolorosas o difíciles que Dios permite que atravesemos.  

Si somos verdaderamente hijos de Dios, no deberíamos creer que la suerte determina el curso de nuestra historia. Es Dios quien orquesta cada detalle de nuestra vida; Él permite tanto lo bueno como lo malo. Por eso, podemos dar gracias aun en los días oscuros, no porque seamos masoquistas o disfrutemos del sufrimiento, sino porque sabemos que estamos bajo el cuidado de las mejores manos: las de un Dios que nos ama y que nos ha prometido una vida eterna junto a Él.  

En Cristo podemos agradecer incluso por lo malo, porque sabemos que Dios ha prometido que «a los que le aman, todas las cosas les ayudan para bien» (Romanos 8:28), y porque esta es Su voluntad (1 Tesalonicenses 5:18). 

Este es un mandato: ser agradecidos en todo. Reconozco que no siempre es fácil hacerlo, porque tenemos nuestras propias agendas y planes sobre cómo queremos que sucedan las cosas. Nos gusta controlar el rumbo de nuestras vidas, y cuando algo no sale como esperamos, nos frustramos, nos enojamos y nos quejamos. Sin embargo, necesitamos aprender a desarrollar un corazón que, aun cuando el viento no sople a nuestro favor, pueda levantar la bandera blanca de la rendición y decir:  
 

«Gracias, Señor, porque Tú eres el Dios soberano y sabio, y estás en control».  

Un verdadero creyente debería caracterizarse por un corazón agradecido. Este ejemplo lo vemos claramente en la vida de Daniel, quien vivió casi toda su vida en el exilio. Aun en medio de circunstancias muy difíciles, decidió apartarse tres veces al día para orar y dar gracias a Dios:  

«Cuando Daniel supo que el documento había sido firmado, entró en su casa (en su aposento superior tenía ventanas abiertas en dirección a Jerusalén), y como solía hacerlo antes, continuó arrodillándose tres veces al día, orando y dando gracias delante de su Dios» (Daniel 6:10). 

Encuentra, aun en las peores circunstancias, una razón para adorar y agradecer a Dios, porque Sus planes siempre son mejores que los nuestros.  

Tres consejos para cultivar un corazón agradecido 

  1. Háblate verdad en toda situación y en cada momento.  
    En los momentos de dificultad, recuérdale a tu alma quién está en control, recuerda Sus promesas, medita en Su Palabra, levanta una oración a Dios, fija tu mirada en lo eterno, confía en Dios.  

  1. «La fe es la que me aferra a Dios cuando no entiendo y no veo, es la que cree en Sus promesas. Las circunstancias nos dejan ver que estamos fuera de control, pero no fuera del control de Dios. Debes recordar que Dios está contigo. El dolor es la mejor ocasión para conocer la consolación de Dios. La soledad es el momento para conocer Su compañía. La carencia permite que conozcamos Su provisión. Si el Dios de la bonanza y de la salud no sigue siendo el mismo Dios en la aflicción, yo lo que tenía era un becerro de oro y no a Dios». —Miguel Núñez  

En medio del dolor, puedes agradecer por Su consuelo; en medio de la soledad, por Su compañía; en medio de la traición de un amigo, por Su fidelidad. Siempre hay razones para agradecer.  
 

  1. Haz del agradecimiento un hábito diario.  
    Una de las características de la madurez cristiana es un espíritu agradecido y la ausencia de quejas. Recuerda que esta es la voluntad de Dios (1 Tesalonicenses 5:18). Procura, todos los días, iniciar y terminar el día agradeciendo a Dios por todo. En medio de las situaciones difíciles, levanta una adoración a Dios. Decide reaccionar con una acción de gracias. Al principio te costará, pero después te saldrá de manera natural.  

Necesitamos un corazón agradecido para perseverar en medio de la aflicción. 

  1. Arrepiéntete de un corazón poco agradecido y quejoso.  
    Cuando nos arrepentimos, decidimos caminar de manera diferente. Si has sentido la convicción de Dios por tener un corazón ingrato, que se amarga cuando las cosas no salen como planeabas, comienza pidiendo perdón y comprométete a vivir de una forma diferente.  

En medio de la aflicción o en tiempos de bienestar, necesitamos reconocer que Dios es nuestra guía, fortaleza, roca fuerte, refugio, consuelo, compañía, sustento. Él es nuestro todo. Que nuestras vidas se caractericen por corazones agradecidos, humildes ante Aquel que gobierna y es Dios.

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Angélica Rivera de Peña es miembro de la Iglesia Bautista Internacional, República Dominicana, es graduada del Instituto Integridad & Sabiduría y tiene un certificado en ministerio del Southern Baptist Theological Seminary, a través del programa Seminary Wives Institute, está casada con el pastor Joel Peña, encargado del ministerio de Vida Joven de la Iglesia Bautista Internacional (IBI) donde Angélica sirve junto a él. Es parte del equipo del ministerio de mujeres Ezer. Tienen dos hijos, Samuel y Abigail.