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Preparando tu corazón para la Navidad 

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Ya se acerca la fecha que muchas de nosotras anhelamos ver llegar desde que el verano está por terminar. Empezamos a soñar con qué cosas queremos agregar a nuestra decoración navideña este año y cuáles nuevas recetas queremos preparar para nuestras reuniones familiares. Las calles y parques de nuestras ciudades son adornados con luces y en todos los centros comerciales podemos ver familias que disfrutan de un chocolate caliente con menta, mientras van tachando en sus listas de regalos. Por unos meses, nos damos el permiso de olvidar nuestros problemas y enfocarnos en disfrutar de la música navideña, en comer esos antojos que estamos saboreando desde que vimos el primer árbol de navidad encendido y solo pensamos en descansar de todo el trabajo que conllevó este año. Y aunque en muchas de estas cosas verdaderamente hay una belleza, me pregunto si Dios se alegra al vernos disfrutar esta temporada igual que cualquier inconverso.  
 
En medio del afán de la temporada, podemos perder de vista la razón de esta celebración, ¿será que acaso estamos celebrando con la mente de Marta? Afanadas por tener la mesa y el banquete perfecto. ¿Hemos olvidado el propósito de esta celebración? Poniendo como prioridad la perfección que nos exigimos para las fotos familiares por encima de revisar cómo están nuestros corazones delante del Señor en esta temporada en la que decimos celebrar el nacimiento de nuestro Salvador. ¿Nos hemos dejado seducir por las mentiras del mundo sobre qué debemos perseguir en Navidad? Buscando llenar nuestros corazones con más experiencias, más recetas, más adornos, más cosas. 
 
Sin darnos cuenta, muchas veces andamos caminando junto a las masas. Andando afanadas por los preparativos para las fiestas y olvidando qué realmente deberíamos estar celebrando. Nuestro devocional de adviento tiene más días de los que estamos dispuestas a meditar en Cristo, y ni hablar de hacerlo por más de 10 minutos. Nos justificamos con qué tenemos demasiados pendientes y poco tiempo. A pesar de que nuestras casas están llenas de adornos con versículos y frases que nos apuntan a Jesús, honestamente nuestros corazones no están enfocados en Jesús y mucho menos en pensar cómo podemos traerle gloria en medio de esta temporada, o por lo menos NO si se trata de darnos a otros más allá de prepararles una linda cena de navidad. 
 
En su devocional “El gozo verdadero de la Navidad”, John Piper nos aclara que “Desde un principio, la Navidad fue una preparación para el Viernes Santo”. Por lo que creo que debería haber en un sentido una gran celebración pero con la sobriedad que merece el meditar en el sacrificio de Cristo por personas tan infieles como tú y como yo. En este devocional Piper hace énfasis en que Jesus dijo en Juan 6:51, »Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguien come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que Yo también daré por la vida del mundo es Mi carne». Como nunca antes la humanidad tiene la mejor de las oportunidades, Jesús abrió un camino y nuestra enemistad con Dios tiene un remedio completo, un sacrificio que justificó hasta el peor de los pecadores. Aunque es lindo pensar en Jesús como el bebé en el pesebre, no podemos olvidar que ese bebé es el Rey que se despojó de toda Su gloria para venir a vivir la vida de santidad que yo no podía vivir y a morir la más horrenda muerte para salvarme dándome vida eterna y haciéndome coheredero de Sus riquezas en gloria. 
 
En estos días mientras se acerca la navidad te invito a pausar y meditar en la verdad del evangelio, a no ser como Marta con su híper enfoque en los detalles de la comida sino como María que no deseaba nada más que escuchar a Jesús hablar:El Señor le respondió: «Marta, Marta, tú estás preocupada y molesta por tantas cosas; pero una sola cosa es necesaria, y María ha escogido la parte buena, la cual no le será quitada».” (Lucas 10:41–42) 

Pongamos nuestros ojos en el autor y consumador de nuestra fe, en nuestro Admirable Consejero, Dios Poderoso, Padre Eterno, Príncipe de Paz (Isaías 9:6). Miremos lo que tiene valor en la eternidad. Con esto no te digo que no te animes a agradar a tu familia y amigos con una rica cena y que no prepares un espacio agradable en el que evidentemente se aprecie el gozo que nos trae la navidad, hazlo pero sin dejar a un lado la parte buena, la cual no nos será quitada. Hermana, dale mucha más prioridad a la ofrenda de agradecimiento que es nuestra devoción y adoración a Dios. 

Medita en tu salvación una y otra vez, en el amor que Cristo mostró en la cruz y en el amor que el Padre demostró al darnos a su único Hijo (Juan 3:16–17). Canta y adora al Señor por ese sacrificio, regocíjate en ese hermoso sacrificio. Pasa tiempo en Su Palabra. Abre tu mesa a quién estará solo en casa, a quién está pasando por una temporada difícil, a quién no tiene fuerzas para celebrar porque la desesperanza ha inundado su corazón. Ora con y por aquellos cuyas lágrimas han llenado sus ojos y no pueden ver más allá de su dolor. No ignores su sufrimiento porque estás muy ocupada (Lucas 14:13–14). Incomódate para acomodarles y bendice a quienes Dios ha puesto cerca de ti en esta navidad.