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Enfrentando el temor al hombre 

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En muchas ocasiones el hombre y su opinión son tan importantes porque hemos convertido al hombre en un dios. Pecamos para quedar bien con la gente, aún si eso implica ofender a Dios.  

“El temor al hombre es un lazo, pero el que confía en el Señor estará seguro.”  (Proverbios 29:25) 

No podemos estar todo el tiempo dependiendo de lo que los demás piensen de nosotros, porque eso produce una vida de esclavitud y, en la mayoría de los casos, el problema no son los otros y su rechazo, es que nos importa demasiado si nos aprueban o rechazan, entonces usualmente el problema no es el otro, somos nosotros.  

En la Biblia tenemos el ejemplo de Saúl, quien vivió presa del temor al hombre toda su vida.  “Y Saúl dijo: He pecado, pero te ruego que me honres ahora delante de los ancianos de mi pueblo y delante de Israel y que regreses conmigo para que yo adore al Señor tu Dios.” (1 Samuel 15:30) 

En este pasaje se relata cuando Saúl desobedece el mandato de Dios de matar a todos los amalecitas y es rechazado por el Señor para ser rey. Cuando Samuel lo confronta, Saúl primero justifica su accionar y luego le pide a Samuel que lo honre delante de los hombres. Es decir, que su preocupación mayor no era que había ofendido a Dios, sino lo que los hombres pudieran pensar. En toda su vida, se muestra como el temor al hombre fue un lazo para él.  Sin embargo, en 1ra. de Corintios 4, podemos ver la diferencia en la vida de Pablo:  

“Que todo hombre nos considere de esta manera: como servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Ahora bien, lo que se requiere además de los administradores es que cada uno sea hallado fiel. En cuanto a mí, es de poca importancia que yo sea juzgado por ustedes o por cualquier tribunal humano. De hecho, ni aun yo me juzgo a mí mismo. Porque no estoy consciente de nada en contra mía. Pero no por eso estoy sin culpa, pues el que me juzga es el Señor. Por tanto, no juzguen antes de tiempo, sino esperen hasta que el Señor venga, el cual sacará a la luz las cosas ocultas en las tinieblas y también pondrá de manifiesto los designios de los corazones. Entonces cada uno recibirá de parte de Dios la alabanza que le corresponda”.  (1 Corintios 4:1-5) 

Lo que yo pueda pensar de mí misma o lo que otros puedan pensar de mí, eso debería ser de poca importancia. Quien determina quién yo soy, no es lo que yo percibo o digo, sino lo que Dios dice.  

A Pablo lo tenía sin cuidado que los hombres lo juzgaran o lo que pensaran de él, porque su única preocupación era ser fiel a Dios: Porque ¿busco ahora el favor de los hombres o el de Dios? ¿O me esfuerzo por agradar a los hombres? Si yo todavía estuviera tratando de agradar a los hombres, no sería siervo de Cristo”. (Gálatas 1:10)  

Como tendemos a irnos a los extremos, pueden aparecer personas que digan, “a mí no me importa lo que diga nadie, yo vivo mi vida como quiera”. Tampoco ese es el balance correcto, pues nuestro llamado es “ser hallado fiel”, buscando solo agradar a Dios. Por tanto, estos versículos no son un estímulo para la vagancia o la infidelidad.  

Debemos desvestirnos de la carga de estar tan preocupadas por nosotras y elevar nuestro pensamiento hacia Dios. Nuestra única preocupación debería serle fiel a Él. Edward Welch lo expresa muy claramente en su libro “Cuando la gente es grande y Dios es pequeño”: “Cuando un corazón está lleno de la grandeza de Dios, existe menos espacio para la pregunta: ¿Qué va a pensar de mi la gente?”  

Si somos presas del temor al hombre debemos, primero, arrepentirnos y pedirle a Dios que nos perdone, ya que tenemos la seguridad de que “si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos y limpiarnos de toda maldad.” (1 Juan 1:9) 

Segundo, buscar a Dios como la fuente de nuestra satisfacción. Estar llenas de Dios, conocerle y amarle de tal manera que nuestros demás amores se vean insignificantes porque amamos a Dios sobre todo y queremos agradarle con cada aliento de nuestras vidas.    

Si el temor al hombre es algo que te define, te suplico que pares. Esto solo te traerá dolor e insatisfacción. Abandónate en las manos de Dios, témele sólo a Él y vive para Él. No te arrepentirás.