“Oye, hijo mío, la instrucción de tu padre, y no abandones la enseñanza de tu madre; porque guirnalda de gracia son para tu cabeza,
y collares para tu cuello.” (Proverbios 1:8-9)
Cuando mi hija era pequeña, con frecuencia podía observarla jugar y en medio de su disfrute, mientras armaba su casita o simulaba preparar la cena, como en un espejo, podía verme reflejada. Como parte de su juego, preparaba la mesa, organizaba las muñecas y hasta las disciplinaba con las mismas palabras, gestos y el tono, “como mamá”. Es probable que esta sea una experiencia común en las familias, y aunque es divertido y típico, nos permite reflexionar sobre nuestro nivel de influencia y el poder del ejemplo.
¿En qué áreas ejerce una madre influencia sobre sus hijos?
- Creación de hábitos saludables
Desde los primeros años nuestros hijos nos observan y van aprendiendo qué debe hacerse y cómo. ¿Cómo organiza mamá sus quehaceres? ¿Qué tiempo dedica a la oración? ¿Cómo cuida de su cuerpo físico como regalo de Dios? En este aspecto no solo modelamos y nuestros hijos aprenden por imitación, sino que, al crear rutinas en el hogar, proporcionar estructura, disciplina y orden, entrenamos en límites y les brindamos una plataforma de seguridad y buenos hábitos para la vida.
- Modelamos el manejo de las emociones
Durante la crianza somos puestas a prueba. Nuestra paciencia, nuestra dependencia de Dios, nuestra confianza en su amor y su control sobre toda circunstancia, es trabajada mientras lidiamos con el enojo, las rabietas, el llanto desconsolado y el egoísmo propio de nuestros niños. ¿Cómo respondo cuando mi hijo me desafía? ¿Cómo participo cuando entre los hermanos tienen conflictos? La forma en la que rindo mi propio pecado y modelo un control razonable, piadoso, no egoísta, sobre mis propias emociones de enojo y frustración, permite que mi hijo aprenda que se puede estar enojado sin dañar, y que se puede experimentar tristeza, pero confiando en la bondad de Dios, sin perder la esperanza.
- Influenciamos en su esquema de valores
Es en el hogar donde aprendemos las motivaciones correctas o incorrectas. Cuando hago lo que hago, ¿qué me mueve? Si trabajo fuera o dentro de casa, ¿lo hago porque deseo colaborar con la vida de la familia o porque busco mi propio pedestal de gloria? ¿Busco con ansias honrar a Dios primero, aún cuando esto implique un costo para los estándares del mundo? Si celebro buenas notas o logros en mis hijos… ¿lo hago con un corazón humilde, agradecido de estas dádivas no merecidas, o muestro sus logros como si fueran mi premio personal y alimento mi orgullo? Nuestros hijos pueden percibir, aun sin que se pronuncie en palabras, cual es el esquema de valores que guía nuestra conducta, y lo absorberán sin darse cuenta, mientras van creciendo. Harán aquello que nos ven hacer, no lo que les decimos que es lo correcto.
- Colaboramos en abonar el terreno de su corazón, modelando a Cristo
“He aquí, don del SEÑOR son los hijos; y recompensa es el fruto del vientre. Como flechas en la mano del guerrero, así son los hijos tenidos en la juventud.” (Salmo 127:3-4)
Como madres tenemos la responsabilidad de apoyar en el trazado de la ruta desde el corazón de nuestros hijos hasta apuntar a Cristo. ¿Cómo? Cada pecado que descubrimos brinda ocasión para trabajar en su carácter, mostrarles la gracia perdonadora que nos salva, nos restaura, y nos brinda nuevas misericordias cada día. Cada error nuestro, un chance de pedir perdón y restaurar la relación. Cada situación de duda o dificultad es una puerta abierta para recordarles que Dios es bueno, está en control y puede darnos discernimiento. Cada enfermedad una ventana de oportunidad para fomentar la dependencia de Él.
No podemos cumplir con este llamado, llenar este rol, a distancia. Debemos estar presentes, formar parte activa de su vida en cada etapa, construyendo puentes de comunicación y confianza, de manera que su corazón permanezca abierto y dispuesto. Sin vínculo, sin presencia, otras personas y otros medios tendrán mayor peso, y las oportunidades no podrán ser aprovechadas.
Nuestros hijos están en medio de una batalla campal, dentro de un mundo que busca tener poder sobre sus mentes y desviarlos, como flechas perdidas que no llegan al blanco. ¿Qué haremos? ¿Estamos siendo madres de influencia? ¿Aguantamos la tensión del arco y apuntamos a nuestros hijos hacia Cristo?