“En mi corazón he guardado tus palabras para no pecar contra ti.”
(Salmo 119:11)
Si somos sinceras con nosotras mismas, debemos reconocer que nuestra inclinación natural al pecado y nuestros engañosos corazones generalmente nos dirigen a tomar decisiones con una perspectiva enfocada en nuestros propios intereses, deseos, necesidades y preferencias. El salmo 119:11, sin embargo, nos recuerda la centralidad y preeminencia de la Palabra del Dios en quien hemos creído, la cual nos aleja de nuestra propia naturaleza pecaminosa.
En la medida en que crecemos en la fe y nos acercamos cada vez más a Dios, llegamos a entender que si bien la sabiduría humana es valiosa y necesaria para la vida diaria, resulta incomparable con la sabiduría y consejo de Dios.
Nuestra visión y comprensión de las circunstancias de la vida resultan a todas luces limitadas, pero el conocimiento de nuestro Creador sobre todas las cosas es infinito, pues su omnisciencia le permite no sólo ver un panorama general de cualquier situación, sino que Él sabe todo lo que ha sucedido, sucede y sucederá. Se trata de una sabiduría sin límites que trasciende más allá de lo que podemos entender o comprender.
Es por ello que al tomar decisiones, su palabra nos ayuda a elegir como Él elegiría; nos advierte, alienta y sustenta. En reiteradas oportunidades nos resalta la importancia de enfocarnos en buscar consejo en la fuente verdadera y no en nuestra propia inteligencia.
Algunos de los tantos versículos que claramente nos lo enfatizan:
- “Encomienda al Señor tus obras y tus proyectos se cumplirán” (Proverbios 16:3). En vez de apoyarnos en nuestros propios deseos, metas y sueños, Dios nos invita a reconocer que su consejo y sabiduría nos superan y los resultados traen verdadera plenitud y dicha a nuestras vidas.
El Salmista nos exhorta a no ser como el caballo o como el mulo sin entendimiento, que tiene que ser sujetado con cabestro y con freno. En cambio, apunta a que si seguimos el consejo de Dios, Él nos hará entender, nos enseñará el camino que debemos andar y fijará sus ojos en nosotros (Salmo 32:8-9). ¡Oh Dios, que gran privilegio!
Les confieso que en muchas oportunidades en mi propia vida resulta doloroso y no tan placentero seguir el consejo de Dios y rendirme, dejar que Él me haga entender y me muestre el camino que debo andar. Más difícil aún resulta dejar que Él fije en mí, simple mortal y pecadora, sus ojos para guiarme. Es como la labor del alfarero para el barro. El alfarero moldea el barro porque quiere crear una pieza útil y preciosa. El barro, sin embargo, no protesta cuando el alfarero lo va moldeando a la imagen que desea hacer de Él; tú y yo sí protestamos.
Esta, como diría nuestro pastor Luis Méndez, es una labor imposible en nuestras propias fuerzas pero perfectamente posible para Dios. Sólo Él puede movernos a rendirnos, reconocer su sabiduría y grandeza, nuestra necesidad de Él y de todo su consejo en nuestras vidas.
Así, cuando nos dejamos moldear por Dios es cuando verdaderamente confiamos que nos ama y que Su sabiduría es mejor que la nuestra, que todo lo que hace es para nuestro bien, que Su voluntad y Su plan para nuestras vidas nos resultan sencillamente perfectos. Él es quien nos quita la ceguera espiritual para poder ver y entender esa gran verdad.
- “Confía en el Señor de todo corazón, y no en tu propia inteligencia. Reconócelo en todos tus caminos, y él allanará tus sendas” (Proverbios 3:5-6). Tú y yo necesitamos recordar esta verdad cada día, pues todas las áreas de nuestras vidas, sin excepción pueden ser confiadas a nuestro buen Dios. Y para confiar debemos asumir el desafío de librar nuestra batalla espiritual y luchar con nuestra propia incredulidad y deseo de depender de nuestra propia experiencia y sabiduría. Necesitamos cada día buscar el consejo de Dios.
Recordemos que Jesús no buscó su voluntad, sino la de su Padre Celestial (Juan 5:30). ¡Que perdidas estamos cuando buscamos nuestra propia voluntad, nuestros propios planes y nuestras propias agendas, sin buscar el consejo de Dios!
- “Si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, quien da a todos generosamente y sin reproche, y le será dada.” (Santiago 1:5). El Dios Creador del Universo (Génesis 1:1), quien provee la lluvia para regar los campos y hacer crecer las cosechas (Deuteronomio 11:14) y el alimento para saciar el hambre de toda criatura (Salmos 104:27-28), es el mismo Dios generoso que nos exhorta a pedirle sabiduría cuando la necesitemos para tomar decisiones sabias y alineadas a su voluntad.
La bondad y generosidad de Dios es lo que permite que cuando le pedimos sabiduría nos la conceda sin reproches y generosamente.
En resumen, el consejo de Dios es vital para andar en sus caminos. Ese consejo lo encontramos principalmente en su palabra, meditando en ella de manera recurrente. Nuestros corazones deben estar dispuestos a escuchar su voz a medida que meditamos y oramos por sabiduría y a obedecerla. Como el salmista, nuestra petición constante debe ser: “Enséñame a hacer tu voluntad, porque tú eres mi Dios; Tu buen espíritu me guíe a tierra de rectitud.” (Salmos 143:10)
La Palabra de Dios nos muestra muchos ejemplos de personas que buscaron el consejo de Dios, no solo en los momentos de incertidumbre, sino en las diferentes áreas de sus vidas. Samuel fue llamado por Dios desde muy temprana edad. El consejo y dirección de Dios le ayudaron a tomar decisiones sabias. El profeta Elías buscó el consejo de Dios en todo momento y se mantuvo fiel a Él aún en momentos de persecución. Josué fue elegido para liderar los hijos de Israel y antes de comenzar su conquista a la tierra prometida, buscó el consejo y dirección de Dios.
Jesús, el hijo de Dios, nunca tomó una decisión sin antes buscar la voluntad del Padre, en comunión y oración. Al concluir su ministerio en la tierra pudo decir en paz y “Yo te glorifiqué en la tierra, habiendo terminado la obra me que diste que hiciera.” (Juan 17:4). Es mi oración que tú y yo podamos vivir en comunión con nuestro Padre Celestial, buscar su consejo y al final de esta carrera poder decir: “El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio de mi corazón.” (Salmos 40:8) ¡Qué gran bendición!