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La Gracia de Dios: Un regalo inmerecido

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Todos conocemos personas que, sin ser creyentes, su obrar nos confunde en cuanto a su salvación porque muchos hemos sido enseñados que el hacer “buenas obras” salva. Yo no sólo conozco a algunas, yo era una de ellas.

Vivimos tomando atajos porque entendemos que llegamos al mismo lugar y en menor tiempo. Entendemos que el amor, la tolerancia y la empatía nos llevan a vivir una vida abundante, plena y en armonía con los demás, pero apartados de Cristo. Abrazamos prácticas «nuevas» que intentan ayudar con el crecimiento personal siendo tan antiguas como la misma serpiente en el Edén.

Les decía que yo era una de ellas y estaba rodeada de creyentes genuinos que oraban por mi salvación, pero a ellos, con jactancia, les mostraba mis obras de generosidad para los huérfanos, el cuidado para los desamparados y mi esfuerzo humano por ser «buena”. ¿Podían ellos mostrarme las suyas?

No necesitaba en mi testimonio de vida términos como cruz, arrepentimiento o salvación para asegurar para mí un lugar en el cielo, pero me gustaban algunos como compasión, misericordia y gracia. ¿Los entendía? Claro que no, yo tenía mi acomodada definición de cada uno de ellos.

Sólo cuando la luz irresistible de nuestro amado Salvador me iluminó pude entender lo que realmente significan.

Décadas han transcurrido desde que tuve ese maravilloso y genuino encuentro con la Pura Gracia de Dios, y todavía se siguen agregando luces de entendimiento a verdades tan cruciales como las encontradas en Efesios 2:8-10: “Porque por gracia ustedes han sido salvados por medio de la fe, y esto no procede de ustedes, sino que es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura Suya, creados en Cristo Jesús para hacer buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviéramos en ellas.”

Estos versículos son un concentrado del Evangelio. Dios toma la iniciativa. Es dado a aquellos que no lo merecen ni pueden hacer nada para alcanzarlo porque es un don, un regalo gratuito e incondicional de Dios y se recibe al creer en Jesús y Su obra en la cruz, la única esperanza. Al creer en el Evangelio, Dios nos salva por Su Gracia.  No hay méritos en el que cree: “y esto no procede de ustedes” (v.8).

No es un premio por lo realizado, porque lo que hacemos es sólo porque Él lo pone en nosotros. Las obras no nos salvan. Nadie se salva por las obras, ni por la fe en las obras. Si pensamos que agregando algo a la fe pudiéramos obtener la vida eterna, entonces la salvación deja de ser por Gracia. Si alguno de nosotros pudiera ser salvo por fe más buenas obras ya pudiéramos gloriarnos de algo, pero no hay protagonismo en el hombre. ¡Todo es Él! Todo, absolutamente todo lo que recibo y luego puedo exhibir en consecuencia es recibido por Pura GRACIA de parte de nuestro Dios.

La definición de Gracia en su más sencilla y concentrada acepción es «regalo inmerecido» o “favor no merecido”. Es difícil para el hombre aceptar que es totalmente gratuito y que no hay nada que pueda hacer para ganarlo, pero un regalo no es algo por lo que se trabaja. Si trabajo por algo no es un regalo, sino un pago. Los regalos son recibidos como consecuencia del amor. 

En el versículo 10 vemos aún mayor Gracia. El resultado de este regalo recibido, la salvación, es que somos hechura de las manos de Dios. Las obras que como creyentes haremos han sido preparadas desde antes, para nosotros hacerlas en nuestra nueva naturaleza, al ser hechos nuevas criaturas en Cristo Jesús (2 Corintios 5:17).

Nuestras mejores obras, hechas en nuestra naturaleza pecaminosa, apartadas del Señor, no son más que trapos de inmundicia, basura para nuestro Dios.

Este regalo inmerecido tiene un propósito: bendecir a otros de la manera como yo he sido bendecida. Esta Gracia es para buenas obras. No somos salvos por buenas obras sino para buenas obras. Los que nos rodean también recibirán GRACIA como resultado de las buenas obras que la salvación produce en mi vida.

Dios nos prepara para buenas obras. Prepara buenas obras para que las llevemos a cabo y luego nos recompensa al llevarlas a cabo. ¡Así es Su Gracia!

Les comentaba que yo era una del grupo que podía confundir a los demás por sus “buenas”obras. Cuando conocí a Cristo cesaron mis obras para conocer al Dador de las obras. El salmista dice del Dador de la gracia en el Salmo 45:2: “Eres el más hermoso de los hijos de los hombres; la gracia se derrama en Tus labios; por tanto, Dios te ha bendecido para siempre”. Para conocer a Aquel de quien Juan el bautista dio testimonio diciendo que era primero que él “y que de su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia. Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo” (Juan 1:15-17).

De Su plenitud, de la fuente inagotable tomamos gracia sobre gracia, mientras más necesitamos más recibimos. Una vez recibida su gracia podemos experimentar el gozo del dar de lo recibido sin merecerlo y dar de lo que Él ha dispuesto para bendecir a otros. Dando de Gracia lo que por Gracia he recibido. Entonces ahora las buenas obras que Él preparó de antemano para caminar en ellas las hago por la Fe en Jesús.

¿Estás viviendo, dependiendo de la maravillosa e inagotable gracia o lo estas haciendo en tus propias fuerzas?