Desde que tengo memoria, por diferentes razones, la Navidad ha sido mi época favorita del año. Tal vez es que desde mis recuerdos de infancia asociaba su llegada a muchos regalos y tiempo con mis abuelos que amaba entrañablemente. Luego al crecer y formar mi propia familia, siendo ya creyente, este tiempo tuvo un significado más especial. Celebrar su verdadero significado al conocer al Señor y pasarlo a nuestros hijos. Poder verlos disfrutar de estos días al final del año esperando familiares que viajaban para la ocasión, y todo esto unido a una brisa agradable que soñaba con querer ser invierno en medio del calor del trópico. Todo se unía para volver este un tiempo uno memorable.
No sé si hasta ahí te puedes identificar conmigo. Pero su significado va mucho más allá de todo esto que te comparto.
Quiero que te remontes conmigo a aquella primera Navidad en que nació el Salvador de los hombres, en un humilde pesebre en Belén.
Ahí nacía el «Ungido» de Dios, y ése es el significado del término Mesías. Trescientas treinta y dos profecías se cumplirían con su llegada, y el que era el “esperado de Israel”, venía de una manera tan inesperada que no fue reconocido por los suyos. Aquel niño era hombre, pero también era Dios mismo y por eso tenía su unción. Antes de su llegada, esa unción era reservada solo para los reyes, profetas y sacerdotes; pero en ese momento Dios estaba enviando a un rey, profeta y sacerdote envuelto en ropas de bebé, vestido de humanidad y nacido de mujer.
Tal vez te preguntes: ¿Por qué era necesario un Mesías? ¿Por qué no podíamos ser rescatados por un ángel? Porque nuestras rebeliones son tan grandes que no había otra manera de salvar la brecha entre Dios y el hombre que fue abierta por el pecado. Desde el Edén esta separación se produjo cuando Adán y Eva escogieron pecar antes que obedecer. Prestaron sus oídos a la Serpiente antes que a Dios. Como consecuencia de este sus ojos fueron abiertos para ver lo que no conocían y que hoy es una realidad para nosotros: sentimientos de ira, venganza, malos deseos, avaricia, codicia, temor, enojo y toda clase de emociones que no honran a Dios y nos apartan de Él. Experimentaron la muerte espiritual y luego la física, y nosotros con ellos.
Fuimos creados para Él y solo en Él tendremos nuestra felicidad, y apartados por el pecado estábamos irreconciliados y mereciendo su castigo. Pero el Mesías, vino como hombre, pero también siendo Dios en una persona, vino a pagar el precio de nuestra maldad. Su muerte nos hace libres, su obediencia nos permite obedecer, y su justicia es contada a nuestro favor en lugar del pecado, cuando venimos en arrepentimiento a Cristo.
La mujer samaritana en su encuentro con Jesús, al ser transformada por Él, salió corriendo al pueblo a contar que había encontrado al Mesías o al Ungido. El es el Agua viva que quita la sed espiritual y da vida eterna.
En hebreo la palabra es Mashiah y en griego esta palabra se traduce como Christos, de dónde llamamos a Jesús el Cristo. Este vino a redimir, a salvar a su pueblo de sus pecados, según las palabras que el Ángel dijo a José en Mateo 1:21.
Este era el que Simeón esperaba recibiendo testimonio del Espíritu Santo de que no moriría sin conocerlo. El era «la consolación de Israel», el Ungido de Dios.
Al llegar a este punto, ¿puedes decir que Cristo es tu redentor, quien ha muerto por tus pecados y que te ha vestido con salvación? ¿Que Él se ha presentado como una ofrenda ante Dios en tu lugar para que puedas ser llamada hija de Dios? ¿Puedes decir que con Cristo estás juntamente crucificada y que desde que Él perdonó tus pecados, ya no vives más para ti; si no para aquél que te amó y se dio por ti? (Gálatas 2:20).
Meditar en este hecho debe movernos a vivir de forma consagrada a Dios. Movernos a reflejar el carácter de Quién nos compró con sangre y también a celebrar su llegada de una forma llena de gratitud por nuestra salvación.
¿Qué pasos darás para que cada día estas cosas sean más visibles a los demás y de esta manera le des gloria a Dios? Recuerda, Él ha comprado para sí un pueblo y nos ha hecho » nación santa, reyes y sacerdotes» como Él y reinaremos a su lado, nos ha dado su unción para que otros puedan ver a Jesús en nosotros.