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Un espíritu sereno refleja nuestra confianza en Dios

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Es muy común en la sociedad actual, que cuando se habla de la belleza de la mujer, el punto focal de su atractivo es la belleza externa.  De acuerdo con Wikipedia, el ideal de belleza femenino es la noción socialmente construida que “el atractivo físico es una de las características más importantes de las mujeres, y algo que todas deben esforzarse por alcanzar y mantener”.

Nos han hecho creer que lo más importante es tener un cuerpo perfecto y podemos notar cómo se promueve mucho la estética. Vemos cómo las modelos y las actrices famosas casi siempre son retocadas con Photoshop en las revistas con la intención de perfeccionar aún más su imagen. 

Me asombra la cantidad de filtros que existen en las aplicaciones de los teléfonos móviles para perfeccionar los rostros de las fotos que subimos a las redes. Es como si no nos aceptamos como somos, sino que queremos parecer diferentes, todo principalmente para llenar las expectativas de las demás personas.

La preocupación es tan alta entre las mujeres por nuestro aspecto físico que estamos viviendo en una época donde el número de personas que recurren a operaciones estéticas ha aumentado considerablemente porque, en la cultura contemporánea, la belleza exterior se ha convertido en sinónimo de éxito. Intentamos presentarnos ante los demás lo más agraciadas posible.

En resumen, los atributos físicos externos y el adorno personal, tal como la vestimenta, maquillaje, joyas y peinados, constituyen la pauta de la belleza en la actualidad. Es bueno recordar que el hombre mira la apariencia externa, pero Dios mira el corazón (1 Samuel 16:7). 

A la vez que no condena el atractivo físico, el Señor si nos dice en 1 Pedro 3 que, como mujeres, debemos tener un cuidado especial en adornarnos con la verdadera belleza, la del yo interno:

“Y que vuestro adorno no sea externo:
peinados ostentosos, joyas de oro o vestidos lujosos,
sino que sea el yo interno, con el adorno incorruptible de un espíritu tierno y sereno,
lo cual es precioso delante de Dios”.

(1 Pedro 3:3-4)

Como vemos, el adorno de un espíritu sereno es algo que Dios considera ser de un valor precioso. A diferencia de la vestimenta o el atractivo físico, un espíritu sereno es una cualidad que no perecerá. Una mujer puede nacer físicamente bella sin ningún esfuerzo propio, pero la verdadera belleza interior es algo que toda mujer tiene la potestad de adornarse ella misma.

Alguien una vez dijo, “No es culpa de una mujer si no es bella a los dieciséis, pero si es su culpa si no lo es a los sesenta.” La verdadera belleza interior debe aumentar con el tiempo y la madurez.

¿Qué es exactamente un espíritu sereno?

Es importante tener claro lo que significa un espíritu sereno, ya que, desafortunadamente, este concepto es fácilmente malentendido. Algunas mujeres asumen de manera errónea que tener un espíritu sereno implica vestirse solamente de colores opacos o sentarse en la parte de atrás de un salón y nunca hablar. Esto para nada constituye un espíritu sereno.

Las Escrituras usan una variedad de palabras en el hebreo y griego para capturar lo que hoy traduciríamos como “sereno”. La definición bíblica de todos ellos pueden resumirse como significando “tranquilo”.

Un espíritu “sereno” puede pausar, meditar, reflejar y deleitarse en la gloria de Dios. El espíritu sereno no se deja llevar por los impulsos ni por las emociones. Es la actitud de “no lo puedo hacer por mi misma, pero si lo puedo hacer a través de la sangre preciosa de Cristo.”

El “espíritu sereno”, el cual es precioso a los ojos del Señor, es una tranquilidad que surge del interior. Aunque las condiciones externas no puedan fomentar tranquilidad, un espíritu sereno es aquel que es calmado, no ansioso y no se preocupa. Un espíritu sereno es imperturbable y no se agita, ni se altera fácilmente por las cargas diarias o las circunstancias incómodas.

Las Escrituras vinculan a un espíritu sereno con una falta de temor. Proverbios 1:33 dice, “Pero el que me escucha vivirá seguro, y descansará, sin temor al mal. La preocupación ha sido definida como unas “gotas de temor que se deslizan a través de la mente cortando un canal en el cual todos los demás pensamientos son drenados”. La preocupación es un derivado del temor.

Sabemos que Dios no nos ha dado un espíritu de temor (2 Timoteo 1:7).  El Señor se refiere al temor como un tema espiritual.  Si ÉL no nos ha dado este temor, ¿De donde podemos deducir que se origina el temor?

¿Cual es el antídoto para el temor que nos inquieta? Dios nunca nos dice que hagamos algo sin hacerlo posible para nosotras. Deuteronomio 30:11 nos dice lo que Dios ordena:

“…no es muy difícil para ti, ni está fuera de tu alcance.”

Entonces, ¿Cómo encontramos ese espíritu sereno? El primer paso es reconociendo quién Dios es, conocer Su naturaleza:

  • Solamente Dios tiene el control absoluto, ÉL es soberano (Salmo 46:10; Salmo 31:15-9).
  • Dios recuerda y se preocupa (Isaías 49:14-16; Salmo 56:8).
  • Dios es bueno (Lamentaciones 3:31-33; Jeremías 29:11).

Tenemos que entrenarnos a nosotras mismas a desarrollar un espíritu sereno y adornarnos con Él. No es imposible alcanzarlo; es una elección que hacemos y que envuelve disciplina personal y responsabilidad. Es imprescindible descansar en el Espíritu Santo para que nos de el poder de disciplinarnos en esta área, dando pasos para comenzar a adornarnos a nosotras mismas con el espíritu sereno que Dios ve como precioso.