“Pero resistidle firmes en la fe, sabiendo que las mismas experiencias de sufrimiento se van cumpliendo en vuestros hermanos en todo el mundo”
(1 Pedro 5:9)
¿Padecimiento?, ¡Qué palabra! ¿Cómo lo entendemos? Simplemente, es la “acción de padecer o sufrir daño, injuria, enfermedad, etc.”. El abanico es amplio; es “sentir física y corporalmente un dolor, pena o castigo; soportar agravios, pesares; sufrir algo nocivo o desventajoso”; ¡aguantar y tolerar, ¡quién sabe hasta cuándo! (Dic. Real A.E).
¿Nunca has experimentado alguna de estas cosas en tu caminar? ¿No has tenido que aguantar situaciones desagradables, tristes, duras, hasta vergonzosas quizás? –Si eres honesta, tu respuesta es, ¡Sí, y mucho más!
Como vemos, estos padecimientos se pueden dar a nivel físico, emocional, espiritual, moral, relacional familiar, laboral; en cualquier esfera de nuestras vidas. Se padece por ser justo, pero también por no serlo; por actuar bien, correctamente, y por hacer el mal. Lo más grande es que muchas veces pasamos por esto, porque el Señor nos lo impone o lo permite, sea cuál sea la causa del padecimiento, buscando siempre cumplir su propósito en cada una de nosotras, probar nuestros corazones, afirmar el carácter, y conformarnos a la imagen de su Hijo Jesucristo (Romanos 8:28-29; 1 Pedro 3:17).
Es necesario perseverar, “puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, quien por el gozo puesto delante de Él soportó la cruz, menospreciando la vergüenza, y se ha sentado a la diestra del trono de Dios” (Hechos 12:2).
Sabemos de antemano que, aunque en nuestra humanidad no nos agrade, el padecimiento es una materia clave en el currículo que debemos cursar y aprobar como creyentes en Cristo. ¡El siervo no es mayor que su Señor! Solo que Él nos dice que confiemos; ¡en Él tenemos paz, pues Él venció al mundo! (Juan 15:20; 16:33)
La Palabra nos dice en 1 Pedro 4:1-2 que, así como Cristo padeció en la carne, nosotras también debemos armarnos con ese mismo propósito, pues quien ha padecido en la carne ha terminado con el pecado, para vivir no ya en pasiones, sino para la voluntad de Dios.
Precisamente, el apóstol Pedro, en su primera carta a los expatriados, víctimas de persecución, les exhorta y alienta con todos estos consejos, a permanecer firmes ante los padecimientos que experimentan, echando mano de las bendiciones recibidas en Cristo, sostenidos en la esperanza viva que les está reservada en los cielos en Él, por cuyo poder son protegidos mediante la fe, para la salvación que está preparada para ser revelada en el último tiempo (1 Pedro 1:3-5).
Hacia el final de su carta, como testigo ocular de los padecimientos de Cristo, y siendo él mismo, anciano y apóstol, cumple con su misión pastoral, delegada por el propio Cristo, dando directrices a los ancianos de la iglesia, de cómo dirigirla y comportarse al pastorear el rebaño. Llama también a la iglesia a ser de un espíritu sobrio, a estar alerta ante las asechanzas de su adversario el diablo, quien como león rugiente anda buscando a quien devorar. Su fin es destruirla, y hacer daño al creyente a como dé lugar. Sabemos que nuestra lucha no es contra sangre y carne, sino contra todo su ejército de tinieblas en los lugares celestes (1 Pedro 5:8).
¿Qué les dice Pedro ante esta realidad?
“Pero resistidle firmes en la fe, sabiendo que las mismas experiencias de sufrimiento se van cumpliendo en vuestros hermanos en todo el mundo” (1 Pedro 5:9).
¿Qué hacer y cómo?
- Humillarse ante su Dios. Someterse a su autoridad. Reconocer su necesidad y dependencia de Él. Echar sobre Él toda su ansiedad y carga, pues será cuidado y sustentado. Limpiarse de pecado. Enfocarse en hacer su voluntad. Así podrá resistir al diablo, y éste huirá, dice la Palabra. (1 Pedro 5:6-7).
- Fortalecerse en el Señor y en el poder de su fuerza; revestidos en Él para poder estar firmes contra las insidias del diablo. La Palabra habla de la armadura de Dios, para poder resistir en el día malo, y habiéndolo hecho todo, estar firmes (Efesios 6:10-11, 13).
- Debemos ceñirnos con la verdad; afirmados con lo que dice la Palabra de Dios, lo que está revelado en las Escrituras; viviendo en ella y por ella. Si no estamos afianzadas en sus preceptos, caminando en obediencia e integridad, no vamos a estar firmes contra los ataques del maligno. Jesús es la Verdad encarnada; él oró para que fuéramos santificadas en esa Verdad: La Palabra (Efesios 6:14).
- Nuestros pasos afianzados en el Evangelio de la paz: Paz con Dios, con nosotras mismas y con los demás. Viviendo según la Buenas Nuevas, siendo portadoras de ellas (Efesios 6:15).
- Atesoramos las promesas de la Palabra, creyendo en ellas, confiando que son fieles y verdaderas, que se cumplen y tienen vida, y nos sirven de escudo para apagar los dardos encendidos del maligno (Efesios 6:16).
- Debemos proteger nuestra mente; es el campo de batalla de Satanás, lanzándonos toda clase de pensamientos contrarios a la pureza, a la virtud y a la verdad de la Palabra (Filipenses 4:8-9).Cubrimos nuestra mente con la mente de Cristo (1 Corintios 2:16).
- Usamos la Palabra de Dios como única arma ofensiva contra las insidias del enemigo. Es la espada del Espíritu(Ef. 6:17b).Es poderosa, “viva y eficaz, y más cortante que cualquier espada de dos filos”(Hebreos 4:12); permanece para siempre(1 Pedro 1:25).
Todo esto tiene que ser sustentado en oración y súplica, dirigidas por el Espíritu Santo, velando y perseverando en amor, atentas a las necesidades de los hermanos para interceder los unos por los otros. Como hemos visto, esto no es un uniforme que se pone y se quita; es un modo de vida; es estar revestidas de Cristo mismo. Es Él quien pelea por nosotras como nuestro Buen Pastor, y como el León de la tribu de Judá. A nosotras nos toca revisar cada área de nuestras vidas, guardándonos de todo pecado e injusticia, limpiando nuestro caminar, para no darle oportunidad al maligno en contra nuestra. Permanezcamos quietas, revestidas del Señor desde la cabeza hasta los pies, firmes, seguras, porque ya él venció sobre todos estos poderes en la cruz del calvario (Colosenses 2:13-15). Cuando todo haya terminado, conforme a los propósitos del“Dios de toda gracia, que nos llamó a su gloria eterna en Cristo, Él mismo nos perfeccionará, afirmará, fortalecerá y establecerá” (1 Pedro 5:10).