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Jesús se revela a dos deudores: Su encuentro con un fariseo y una pecadora

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Este domingo, el pastor Joel Peña continuó la serie “Jesús se revela” predicando el sermón “Jesús se revela a dos deudores: Su encuentro con un fariseo y una pecadora” basado en Lucas 7:36-50.

En su autobiografía, Charles Spurgeon dedica un capítulo a relatar los cinco años de agonía del alma por los que pasó antes de ser salvo a los 15 años. Aunque aparentemente era un hijo de pastor de la Inglaterra victoriana que leía la Biblia y asistía a la iglesia, el Espíritu Santo lo llevó más y más profundamente al ver su propio orgullo, auto-justicia, autosuficiencia e incredulidad. Allí también resalta que gran parte de la ligereza en la vida de piedad de su época se debió al hecho de que la gente profesaba la salvación sin ninguna convicción profunda de pecado.

Veamos esta gran realidad más claramente en el encuentro que Jesús tuvo con dos deudores. Uno de ellos estaba completamente consciente de su gran deuda, lo cual le llevó a rendirse completamente ante la gracia abundante que se encuentra en el Cristo. Sin embargo, el otro no se reconoció a sí mismo como un deudor y esto le llevó a una relación fría y distante con el Salvador. 

Lucas describió a Jesús como el Hijo del Hombre, el Hombre ideal de Dios que ofrece la salvación a toda la humanidad, tanto judíos como gentiles. La realidad es que Jesús no hacía discriminación sobre con quién comía o no. Justamente, en el pasaje de hoy nos encontramos a Jesús en una casa, invitado a comer por el fariseo Simón (Lucas 7:36). 

Como saben, la relación de Jesús con los fariseos no era de lo más cordial que digamos, no porque Él lo provocara, sino porque los fariseos no querían saber de Jesús y de Sus enseñanzas. Sin embargo, es increíble cómo Jesús acepta comer con ellos en varias ocasiones (Lucas 7; Lucas 11:39; Lucas 14:3-7). En la escena de Lucas 7, no hay hostilidad, pero sí hay reacciones que muestran frialdad en el trato a Jesús por parte de Simón. Por otro lado, podemos ver un amor extravagante por parte de una mujer sin nombre que era todo lo opuesto a Simón.

Él, un hombre respetado en la ciudad, reconocido por cumplir las normas y tradiciones religiosas de su tiempo. Ella, una pecadora reconocida por todos en la ciudad, rechazada por todos; no tenía reputación ni contaba con el respeto de nadie. 

El fariseo definitivamente tenía un interés en Jesús que, aunque no es descrito directamente, no parece ser porque genuinamente desea aprender de Él o conocer de sus enseñanzas. Por otro lado, tenemos a la mujer pecadora. No conocemos su nombre, ni se nos detallan sus pecados y, más importante aún, no se explica cómo conoció a Jesús. Solo sabemos que es una pecadora, posiblemente una prostituta. A diferencia del fariseo, su expresión asombrosa y extravagante de apreciación, honra y adoración por el Salvador rompió todos los parámetros de su época, y aún de la nuestra.

Lo interesante sobre las acciones de esta mujer es que todo acerca de su comportamiento estaba mal según todos los estándares aceptados en su tiempo. Ella entra al lugar como una intrusa no invitada ya que las mujeres no compartían públicamente con hombres. En su contexto cultural, especialmente con mujeres que han sido consideradas como tentadoras y/o objetos sexuales, y mas aún dado su aparente reputación de ramera, sus acciones en conjunto pudieron haber sido consideradas como eróticas.

Ella comienza a llorar, lloviendo lágrimas en los pies de Jesús, y soltó su cabello para secar Sus pies, aun cuando soltarse el cabello en público era un gran ofensa. Luego ella le ungió con perfume en un frasco de alabastro, algo que era parte de sus instrumentos de pecado y que fue cambiado de propósito para adorar a Jesús. Ella actuó con total convencimiento de quien era ella y quién era Cristo. 

Lucas 7:39 dice, “Pero al ver esto el fariseo que lo había invitado dijo para sí: ‘Si Este fuera un profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que lo está tocando, que es una pecadora.’” Aquí podemos ver con total claridad el corazón de Simón. Su reacción fue descalificar a Cristo como profeta y re-enfatizar el título de pecadora a esta mujer. Para él, ella era un ser humano de muy baja categoría y no era posible que un profeta se dejara tocar de alguien así. El desprecio de este fariseo por esta mujer fue transferido a Jesús por dejar que ella continuara sin reprenderla. 

Al ver lo que está ocurriendo, Jesús respondió contando una parábola, “Y respondiendo Jesús, le dijo: Simón, tengo algo que decirte: Y él dijo: Di, Maestro. Cierto prestamista tenía dos deudores; uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta; y no teniendo ellos con qué pagar, perdonó generosamente a los dos. ¿Cuál de ellos, entonces, le amará más?Simón respondió, y dijo: Supongo que aquel a quien le perdonó más. Y Jesús le dijo: Has juzgado correctamente.” (Lucas 7:40-43)

Es a través de las palabras de Jesús que nosotros podemos entender las intensiones de los corazones de esta escena y la condición espiritual de cada uno. ¿Qué persona tiene más problemas? ¿Aquel que está ahogándose a 50 pies de profundidad o el que está ahogándose a 500 pies? Sería ridículo que él que se está ahogando a 50 pies mirara al de los 500 y pensara: “¡Al menos estoy mejor que ese pobre infeliz!” Mi hermano, ¡Los dos se van a ahogar! Ambos están sin esperanza a menos de que alguien venga al rescate.

Jesús continuó diciendo en Lucas 7:44-48, “Y volviéndose hacia la mujer, le dijo a Simón: ¿Ves esta mujer? Yo entré a tu casa y no me diste agua para los pies, pero ella ha regado mis pies con sus lágrimas y los ha secado con sus cabellos. No me diste beso, pero ella, desde que entré, no ha cesadode besar mis pies. No ungiste mi cabeza con aceite, pero ella ungió mis pies con perfume. Por lo cual te digo que sus pecados, que son muchos, han sido perdonados, porque amó mucho; pero a quien poco se le perdona, poco ama. Y a ella le dijo: Tus pecados han sido perdonados.”

Jesús comparó los dos tratos que había recibido y los relacionó con expresiones de amor debido al perdón recibido. Simón no cumplió ni con lo mínimo para recibir a un invitado lo cual hablaba de su poco aprecio y valorización de la persona de Jesús. Por el otro lado, la mujer pecadora se desbordó rompiendo toda barrera social y norma de comportamiento aceptada para entregarlo todo. Muchos de nosotros somos como Simón; pedimos: “Jesús, ven a mi casa y bendícela; ven a mi familia y arréglala; ven a mi trabajo y prospéralo.» Pero otros, como esta mujer, prefieren decirle: «Jesús, no es necesario que vengas, ¡Yo voy a donde Tú estés!”

Ambos el fariseo y la pecadora eran deudores que no podían pagar su deuda… pero había un prestamista generoso que podía asumir la deuda de ambos. La pregunta es, ¿Qué tan agradecido estaban por el perdón recibido? La respuesta a esa pregunta determinó su amor. Simón amó poco porque entendió que había sido perdonado poco. La mujer pecadora amó mucho porque estaba consciente de que había sido perdonada de sus muchos pecados. 

El interés por Jesús no es suficiente; la prueba última de nuestra profesión como cristianos es amor y para amar a Jesús fervientemente, debes saber que eres un deudor incapaz de pagarla. Para amar a Jesús fervientemente, debes confiar totalmente en Su gracia para perdonar tu impagable deuda de pecado.