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El pueblo de Dios en tiempos de pandemia

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Este domingo, el pastor Miguel Núñez predicó el sermón El pueblo de Dios en tiempos de pandemia” basado en 2 Crónicas 2:20 y 2 Crónicas 7:14.

Quizás este sea uno de los mensajes mas difíciles de predicar. En un tiempo como este hay muchas emociones encontradas y es fácil irnos a un extremo o al otro. Podemos predicar solamente consolación dadas las circunstancias del momento y eso sería apropiado. Pero de hacerlo así, dejaríamos fuera algunas verdades de cómo Dios ha usado tiempos como estos en el pasado para obrar Su plan de salvación a mayor escala.

Por otro lado, podemos enfocarnos en como Dios supo traer calamidades en ocasiones a Su propio pueblo en momentos de rebeldía para santificarlo y volverlo a Su camino. Si nos enfocamos en este aspecto solamente, corremos el riesgo de traer un mensaje de condenación en momentos donde ya hay suficiente dolor. 

Entonces, la línea a caminar es bien fina. No hay duda, de que en momentos de dificultad, dolor y sufrimiento, hace falta un mensaje de consolación y de esperanza. Sin embargo, conociendo el estado actual de la iglesia en diferentes regiones del Occidente, creo que traer a la iglesia un mensaje de esperanza, sin traer un mensaje de arrepentimiento al mismo tiempo, constituiría más bien una hipocresía.

Para aquellos de nosotros que viajamos y que recibimos noticias continuamente de diferentes partes del globo terráqueo, sabemos que la iglesia protestante ha abrazado múltiples corrientes anti-bíblicas y hasta herejes en los últimos años, predicadas desde múltiples púlpitos. Dios no ha pasado por alto el daño producido por dichas enseñanzas ni ha olvidado a Sus verdaderos predicadores seguidores.

En enero de este año el mundo despertó a la realidad de que la nación de China se encontraba en medio de un brote epidémico debido a un nuevo coronavirus que desde entonces ha sido denominado SARS-Cov-2. Al día de hoy, unas 308,609 personas han sido infectadas y unas 13,000 de ellas han muerto como consecuencia del mismo virus, con una mortalidad global calculada entre un 3 y 4%. El número de casos ha sido tan numeroso, en tan poco tiempo, que las medidas que han sido tomadas por diferentes naciones han tenido que ser extremas, pero necesarias, tratando de contener el impacto de la pandemia. 

La realidad es que las epidemias o pandemias han estado con la humanidad desde el segundo siglo de nuestra era y hasta antes. Algunas de ellas fueron tan severas como para eliminar millones de personas como lo hizo la gripe española de 1918 que eliminó 50 millones de personas o la peste bubónica de los años de 1346-1353 que terminó con la vida de 100-200 millones de habitantes. Menciono esto no como interés médico en este momento, sino para recordar que el pueblo de Dios siempre ha tenido que vivir y servir en medio de estas pandemias que han azotado a la humanidad sin distinguir raza, estatus económico, nivel académico, sexo, edad o cualquier otra clasificación que quisiéramos usar. 

En los tiempos del Antiguo Testamento también tenemos relatos de algunas pestilencias, como fueron llamadas, que terminaron con la vida de miles de personas. En medio de muchas de ellas, se encontraba el pueblo hebreo o el pueblo de Dios; este nunca ha quedado exento de ninguna de las calamidades que el mundo ha sufrido. De hecho, en ocasiones, Dios trajo las calamidades exclusivamente sobre Su pueblo como una forma de devolverlos al camino. 

En los tiempos del profeta Amós, el pueblo de Dios andaba muy mal; había mucha idolatría e inmoralidad sexual en medio de ellos. Además, había un gran optimismo nacional, un aumento de los negocios y de la avaricia, una hipocresía religiosa y un sentido falso de seguridad. El pueblo de Dios estaba viviendo de espalda a Dios como muchos que dicen ser cristianos lo están haciendo hoy en día. Entonces, Dios les trajo grandes calamidades (Amós 4:6-10) pero el pueblo se había vuelto tan insensible que ni siquiera las grandes calamidades le hicieron volver a los caminos de Dios. 

Hoy nos encontramos ante un enemigo microscópico que ha puesto al mundo con la cabeza hacia abajo… y pensar que apenas estamos al inicio de la pandemia, la cual tendrá grandes efectos económicos. Más aún, ese no es nuestro único problema mundial; sin lugar a dudas, es una gran pena que los últimos tres meses hayan muerto 13,000 personas como resultado de infecciones por el coronavirus pero no podemos tener una panorámica balanceada si no vemos toda la problemática del mundo como un todo. Por ejemplo, ¿Sabías que cada día mueren entre 15 y 16 mil niños de hambre? Esto implica que en los tres meses que esta pandemia tiene, han muerto unas 13,000 personas de este coronavirus y 1.5 millones de niños han muerto de y por el hambre mientras el mundo ha estado en silencio. Pensemos, ¿Cuál pandemia es mayor? Muchos me han dicho por las redes sociales que esas dos comparaciones no son justas pero la única respuesta que yo encuentro es que la diferencia estriba entre las dos tragedias es que el coronavirus me puede afectar a mí y a mis hijos mientras que la hambruna no lo ha hecho y probablemente nunca lo hará.

Sabemos que ni los millones de niños que han muerto por hambre ni los millones de niños extraídos del vientre de sus madres han sido pasado por alto en los cielos. De la misma manera, Dios tampoco ha olvidado los pecados de Su iglesia y de sus líderes. Si Dios se hiciera de la vista gorda ante los males de Su pueblo y de la sociedad en general, Él no sería un Dios digno de adorar. 

Pero ese no es el caso; Dios siempre ha permitido dificultades para llamar al incrédulo a un encuentro con Él o para disciplinar y limpiar a Su pueblo. Si nos dedicamos a predicar solamente consolación en un tiempo como este, posiblemente estemos dejando a un lado, una de las oportunidades mas importantes para llamar al pueblo de Dios a la reflexión y al arrepentimiento y para animar a ese mismo pueblo a que use este tiempo para compartir las buenas nuevas de salvación. 

Ante la enorme amenaza que enfrenta el mundo, quiero iniciar citando 2 Crónicas 20:304, “Y Josafat tuvo miedo y se dispuso a buscar al Señor, y proclamó ayuno en todo Judá. Y se reunió Judá para buscar ayuda del Señor; aun de todas las ciudades de Judá vinieron para buscar al Señor.” En ese momento, el pueblo judío se veía amenazado por un gran ejército que venía contra ellos; los moabitas, los amonitas y los meunitas venían a pelear contra el rey Josafat. Ante el anuncio de esta amenaza, Josafat tuvo miedo, así como lo tienen muchos hoy ante esta pandemia; el ejército contra Josafat era visible y de miles, así como el ejército de coronavirus es invisible y de trillones. 

Aún así, Josafat “se dispuso a buscar al Señor, y proclamó ayuno en todo Judá.” Una de las cosas buenas que el temor hace es que nos empuja a buscar de Aquel que controla cada molécula del universo y cada microbio que puede invadir mi cuerpo.  Josafat se propuso a buscar del Señor y a ayunar cuando, posiblemente, sin la amenaza de la invasión, Josafat no lo hubiese hecho.

Toda Judat fue convocada: “Entonces Josafat se puso en pie en la asamblea de Judá y de Jerusalén, en la casa del Señor, delante del atrio nuevo, y dijo: Oh Señor, Dios de nuestros padres, ¿no eres tú Dios en los cielos? ¿Y no gobiernas tú sobre todos los reinos de las naciones? En tu mano hay poder y fortaleza y no hay quien pueda resistirte.” (2 Crónicas 20:5-6)

Josafat reconoce la grandeza, la soberanía y el poder de Dios y sabía que nadie puede oponerse a Sus planes y propósitos. Declaró que si fuera calamidad alguna a ellos, del tipo que sea, espada (o sea guerra), juicio o pestilencia, en cualquier caso, se presentarían delante del templo y delante de Dios porque Su nombre está sobre todo.

Finalmente, estas son las palabras de Josafat ante el peligro inminente y esas deben ser nuestras palabras: “Oh Dios nuestro, ¿no los juzgarás? Porque no tenemos fuerza alguna delante de esta gran multitud que viene contra nosotros, y no sabemos qué hacer; pero nuestros ojos están vueltos hacia ti.” (2 Crónicas 20:12)

El pueblo hebreo se sentía intimidado por este gran ejército visible a sus ojos, de la misma manera que muchos se sienten intimidados hoy. Ellos pudieron haberse llenado de pánico o pudieron haberse llenado de Dios… y eso fue lo que hiceron. Por eso dice: “no sabemos qué hacer; pero nuestros ojos están vueltos hacia ti.” Esta expresión es una forma de decir que confiaban en Él, Su poder, Su fidelidad y Su amor. 

Dios escuchó la oración de Josafat y de todo el pueblo y los libró de aquella invasión dándoles la victoria. 

Quizás algunos estén preguntando, ¿Cómo volvemos nuestros ojos a Dios? Veamos 2 Crónicas 7:12-14: “Y el Señor se apareció a Salomón de noche y le dijo: He oído tu oración, y he escogido para mí este lugar como casa de sacrificio. Si cierro los cielos para que no haya lluvia, y se humilla mi pueblo sobre el cual es invocado mi nombre, y oran, buscan mi rostro y se vuelven de sus malos caminos, entonces yo oiré desde los cielos, perdonaré su pecado y sanaré su tierra. o si mando la langosta a devorar la tierra, o si envío la pestilencia entre mi pueblo.”

Este texto contiene una promesa para la nación de Israel en un momento dado cuando Dios quería mostrar Su fidelidad al pacto que había hecho con Abraham, Isaac y Jacob. Quizás esa promesa no está vigente hoy como lo fue para la nación de Israel, pero estas palabras de Dios para la nación de Israel encuentran aplicación en la iglesia de hoy, aunque no de la misma manera.

Esta era la segunda vez que Dios se la aparecía a Salomón durante la noche y lo hizo para garantizarle que su oración previa había sido oída. Dios entonces procede a describir una serie de calamidades que pudieran venir sobre la nación y luego le informa que si el pueblo escoge un cierto camino, El prometía parar las calamidades y sanar la tierra. De nuevo, esta fue una promesa hecha a la nación de Israel y su cumplimiento no se daría igual en nosotros hoy pero los principios detrás de este texto son válidos para la iglesia de nuestros días y para el liderazgo de esa iglesia que se ha desviado de la verdad.

En primer lugar notemos que Dios habla a un pueblo en particular para llevar a cabo acciones particulares. Dios habla de “mi pueblo” sobre el cual se invoca “mi nombre.” Si fuéramos a aplicar esta sola frase al momento actual, ese pueblo corresponde a la iglesia en particular o aquellos que han sido redimidos por la sangre de Cristo. La segunda razón por la que Dios se refiere al pueblo sobre el cual se invoca Su nombre es porque cuando Dios se identifica con un grupo de personas, Él tiene la integridad de Su nombre invertida en dicho grupo (Salmos 23). Una de las razones para caminar en integridad de corazón es precisamente porque nuestro pecado compromete la integridad del nombre de Dios. 

La iglesia de Dios ha dejado caer la santidad de Su nombre y es mi impresión que Dios está tratando de hacer algo en nuestros días para levantar lo que nosotros como iglesia no hemos sabido cuidar.

La primera necesidad de 2 Crónicas 7:14 es la humillación del pueblo. La manera como el pueblo hacía esto en la antigüedad era ayunando y vistiéndose de silicio y cubriéndose de polvo y ceniza como señal externa de lo qué se suponía que estaba ocurriendo en su interior que era arrepentimiento de pecado. ¿Por donde comenzamos? Arrepintiéndonos de nuestro pecado de orgullo. Nos arrepentimos de pretender ser algo que no soy; de proclamar una cosa que no vivo; de afirmar con mis labios lo que mi corazón realmente no siente; y a veces hasta vivir con una máscara frente al mundo ocultando mi verdadero yo. 

Tiempos de aislamiento y te quietud, son propicios para comenzar a revisar lo que mi corazón conoce. Dios utiliza las circunstancias dolorosas para destruir nuestro orgullo, enseñándonos cuan vulnerables somos, que tan indefensos quedamos con un simple virus, que tanto temor experimentamos ante la posibilidad de enfermarnos y tener de un 1-2% de chance de perder la vida. El orgullo es fácilmente intimidable cuando pierde el control. Lo único que le da seguridad al orgullo es cuando él se siente en control de sus circunstancias.

Dios nos llama a primero a humillarnos y luego nos llama a orar. Él conoce que el orgullo ora poco sino que se caracteriza de su control, manipulación, justificación y auto-dependencia. Las pandemia son excelentes tiempos para orar y pedir no que Dios se lleve el virus de en medio nuestro, sino que el virus no se vaya de en medio nuestro sin realizar el trabajo en nosotros para el cual fue permitido en primer lugar. 

Debemos orar por nuestra condición interior y la condición de los líderes del pueblo de Dios. Debemos orar por las ovejas desviadas y poco santificadas, por las autoridades de turno y por los médicos tomando decisiones difíciles en medio de una pandemia.

Tiempos de pandemia, son tiempos para ejercitar la fe en el Dios de los microbios. Dios creó dichos microorganismos, pero no con el propósito de dañar al hombre, sino de ayudar al ecosistema. La caída volvió al hombre contra el hombre, al león contra el cabrito y a los microorganismos contra los macroorganismos como nosotros. 

Si nos humillamos como iglesia, oramos, buscamos Su rostro y nos volvemos de nuestros malos caminos no tenemos la garantía que Dios le dio a Israel de sanar a toda la tierra. Aún así, sin estas condiciones, definitivamente no podemos contar con la mano de Dios a favor nuestro porque, sin lugar a dudas, la Palabra declara que Él se opone al orgulloso. La misma Biblia afirma que no tenemos por qué no pedimos que es otra forma de decir porque no oramos, Dios ha revelado que la única manera de que Él se nos acerque es si nos acercamos a Él.