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La gloria debida a Su nombre

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Este domingo, el pastor José Mendoza predicó el sermón “La gloria debida a Su nombre” basado en el Salmo 29.

La idea de darle al Señor como un tributo es mencionado tres veces en el salmo. Nuestra tradición, estilo, gusto, entendimiento, y conocimiento es lo que nos demuestra si le estamos dando al Señor la gloria que merece. El punto de partida son los lugares celestiales: los ángeles (Salmos 89:6). Lo que los ángeles hacen de manera natural y permanente al ver el rostro de Dios—tributar—es algo que debemos aprender y compartir con la misma energía y pasión. Darle al Señor lo que se merece nos hace reconocer Su importancia, pero también nuestra reticencia a honrar al Señor como se merece.

Nuestro Dios no es impersonal—no solo celebramos lo que hace, sino que lo celebramos a Él mismo: el Dios que se da a conocer en Su Palabra. No solo le cantamos a la bondad de Dios, sino al Dios Bueno. Le damos la gloria y el poder tratándolo como lo que es y reconociendo Su autoridad y fortaleza. El nombre de Dios representa la integridad de Su persona. Entonces, nuestra adoración debe basarse en nuestro reconocimiento de quién Él es y, al conocerlo, rendirnos en expresión visible ante la majestad de Su gloria y autoridad.

Ahora, ese tributo ya entendido se convierte en adoración. No adorarás mientras que no conozcas al Dios que está reclamando para sí ese reconocimiento. La adoración no es algo voluntario o emocional. En la adoración, el conocimiento interior se convierte en reconocimiento exterior; adorar implica subordinar nuestras voluntades, mentes y cuerpos al Señor. La gloria debida a Su nombre tiene dos componentes: conocimiento revelado y reconocimiento público manifiesto. Su santidad solo puede ser reconocida luego de la exposición debida de Su Palabra que presenta Su carácter y Su hermosura.

En este salmo, David nos muestra de forma poética, cómo es que Él visualiza a ese Dios que merece toda gloria: la voz activa y poderosa de Jehová en la tormenta que cubre toda la tierra. David ve al Señor en la turbulencia poderosa de la naturaleza lo cual se contrapone a la idea pagana de ver a Dios solo como un ordenador favorable de la naturaleza que está al servicio del ser humano. La voz de Dios es poderosa y hermosa, dos cualidades que a veces no vemos juntas. Es espada de dos filos y es también llena de belleza y majestad (grandeza, superioridad y autoridad sobre otros); voz destructiva y sacudidora (Salmo 29:5-9). La declaración del tremendo carácter del Señor se observa en lo portentoso de Sus obras (Salmo 29:7-9). Esa tormenta que atraviesa toda la nación y que puede acabar con todo nos señala de forma poética que el Señor está en todas partes, Su gloria se manifiesta en todo lugar, y es todopoderoso.

¿Dónde va a parar todo ese poder destructor, grandioso y santo del Señor que hace que la iglesia diga “¡GLORIA¡” sin temor? Pues a la cruz de Cristo, donde toda la ira de Dios fue derramada (Isaías 53). Los versículos 10-11 del Salmo 29 presentan una declaración. La tormenta ha pasado pero el Señor sigue reinando como cuando el diluvio. Como siervos debemos tributad, adorad (Salmo 29:1-2), y como rey, al final, El dará y bendecirá (Salmo 29:11) como un favor inmerecido. Él es el dador de poder (fortaleza) para servirle y el dador de paz a Su pueblo. (Lucas 2:14). En una tremenda tormenta Dios bendice a Su pueblo con fortaleza y paz.

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