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El dolor, la oración y la soberanía de Dios… todos inescrutables

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Este domingo, el pastor Miguel Núñez predicó el sermón “El dolor, la oración y la soberanía de Dios… todos inescrutables” basado en Hechos 12:1-19. Esta predica es una continuación de la serie de Hechos titulada “Hasta los confines de la tierra”.

El dolor es la hormona de crecimiento del cristiano y el abono de la vida de oración. La iglesia de nuestros días está enferma porque quiere planificar sin oración, quiere milagros sin fe y quiere triunfar sin glorificar a su Dios. Mientras que nuestro Dios es inescrutable, los medio a través de los cuales Él obra son claramente discernibles en Su palabra.

Jesús promete gozo a pesar de dolor, amenazas sin intimidación y tribulación continua, algo que vemos en que la tristeza de la persecución de la iglesia de Jerusalén se dio de manera paralela y con el gozo de Samaria. Poco tiempo después vimos la conversión de Cornelio y la entrada del evangelio al mundo gentil, lo cual produjo un gran gozo (Hechos 10 y 11). Ahora, en el capítulo 12, comenzamos a ver la muerte de Jacobo, el primero de los 12 que fue martirizado. En esta misma historia, Pedro, quien también formó parte de los 12, es apresado, pero es libertado de la cárcel por medio de la intervención de un ángel.

El texto de hoy comienza diciéndonos que, “por aquel tiempo el rey Herodes echó mano a algunos que pertenecían a la iglesia para maltratarlos” (Hechos 12:1). Este Herodes era Herodes Agripa I, nieto del Herodes responsable de la matanza de los niños cuando Jesús nació. Este Herodes era un individuo muy astuto e hipócrita, cuando estaba con los romanos, hacía como los romanos y cuando estaba con los judíos quería congraciarse con ellos. Cuando vio que los judíos se alegraron con la muerte de Jacobo, les echó manos a Pedro con la idea de matarlo también. En este momento, la iglesia pudo haber adoptado una actitud pesimista. Pero en vez, la iglesia primitiva oró. Ya habían perdido a muchos de sus hombres valiosos, pero no habían perdido su fe ni su confianza en el poder de la oración (Hechos 12:5).

Herodes apresó a Pedro, PERO la iglesia estaba libre y reunida. Herodes, silenció la predicación de Pedro al apresarlo, PERO no a la iglesia que oraba fervientemente. La oración no garantiza los resultados: Jesús oró para que pasara esa copa amarga y después de orar lo clavaron a un madero. Pero la oración le permitió morir perdonando a sus acusadores y proyectando una sombra grande de lo grande que es la misericordia de Dios. Sin orar no puedes hacer eso; la oración nos prepara para el dolor y nos enseña a hacer lucir grande a mi Dios.

En Hechos 12:7 nos dice que el ángel que se le apareció a Pedro le tocó en el costado, lo despertó y le dijo levántate pronto y que de inmediato las cadenas cayeron de sus manos. Pedro pasó las dos guardias y cuando llegaron a la puerta de hierro que conducía a la ciudad, se abrió por sí misma, salieron y siguieron por una calle (Hechos 12:10). Es en ese momento, dice Lucas que Pedro volvió en sí y se percató de que el Señor le había enviado un ángel para rescatarlo de la mano de Herodes. En ese momento, se dirigió a la casa de María y al llegar allí, Pedro se encontró con muchos que estaban reunidos y orando (Hechos 12:12). Pedro toca la puerta y sale una criada llamada Rode y al reconocer la voz de Pedro, corrió adentro y anunció que Pedro estaba a la puerta (Hechos 12:14). Uno pensaría que, si estaban orando por la liberación de Pedro, al escuchar la noticia ellos la hubiesen interpretado como una respuesta a sus oraciones; pero no fue así (Hechos 12:15). Esto nos da una idea de hasta dónde llega la incredulidad del humano: antes de creer que era Pedro, prefirieron creer que este era su ángel después que éste había muerto.

Cuando finalmente comprobaron que si era Pedro, el gozo produjo una gran algarabía entre ellos hasta que Pedro los hizo guardar silencio ya que no lo podían descubrir. Por esa razón, Pedro se fue a oro lugar después que él les diera instrucción de contar de contar estas cosas a Jacobo, o Santiago, y a los demás hermanos.

La sangre de los mártires es la semilla de la iglesia. Las lágrimas de la iglesia es el agua que moja la tierra donde la semilla es plantada. La oración del pueblo de Dios es el poder en medio de la debilidad. La gracia de Dios es el sustento en el desierto. El gozo de Sus hijos es experimentado en medio del gemido de toda la creación. La fe en el presente alimenta la esperanza venidera. Y el carácter de Dios, santo, bondadoso, justo, fiel, amoroso, soberano, omnipotente, es nuestra garantía.

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