“Si usted es ciego, o de otro planeta, pudiera haber pasado por alto el hecho de que la modestia ha sido enterrada”. Bárbara Hughes
Uno de los diccionarios consultados dice que la modestia es “una virtud que modela, templa y regula las acciones externas”; por tanto, ella debe servirnos para frenar nuestras acciones pecaminosas. Lamentablemente, esta virtud, como le llama el diccionario, ha comenzado a desaparecer, no solamente en la forma de hablar, sino también en el sentido de decencia en cuanto al vestir y a la conducta misma.
La generación actual se encuentra ante un problema multifactorial. Podemos observar que hay una desensibilización por parte del pueblo ante las conductas inmodestas del resto de la población. Cuando hablamos de desensibilización, nos referimos al proceso de pérdida paulatina del pudor y la pérdida progresiva de nuestra capacidad para reaccionar ante las cosas que en un tiempo atrás nos hacía ruborizar. Recordemos las palabras de Jeremías 6:15, “¿Se han avergonzado de la abominación que han cometido? Ciertamente no se han avergonzado, ni aun han sabido ruborizarse; por tanto caerán entre los que caigan; en la hora que yo los castigue serán derribados–dice el SEÑOR”.
Esa desensibilización resulta evidente en la vulgaridad que escuchamos en los famosos “talk shows”, en la lírica de las canciones populares; en la manera como las telenovelas y las películas sensuales son llevadas al interior de los hogares, aún en horarios cuando los niños están despiertos. Vemos el mismo fenómeno en los anuncios que llegan hasta nosotros, vía la televisión y los periódicos; y, finalmente, por la forma agresiva en que la pornografía y todo tipo de sensualidad llega a nosotros a través del internet.
En el mundo de hoy, es frecuente escuchar la afirmación de que no hay absolutos para juzgar el sentido de la modestia. Y así dentro del mundo evangélico, comenzamos a escuchar que no importa lo que hagas, porque Dios solo juzga la motivación del corazón, y por tanto “tú no puedes juzgarme porque solo Dios es capaz de conocer mi corazón”. Yo creo que en ambos casos estamos frente a situaciones que amenazan la misma zapata de la iglesia. Otros justifican su inmodestia alegando que si no podemos citar un capítulo y un verso de la Biblia que prohíba directamente la acción en la que están incurriendo, entonces no tenemos derecho a llamarles la atención. Yo creo que este razonamiento suena espiritual, pero no es bíblico. El argumento más débil de todos es el argumento de silencio, ya que existen un sin número de situaciones no mencionadas específicamente en la Biblia, pero que sí tienen su asidero en la palabra de Dios. La biblia puede no contener un pasaje específico para cada una de las acciones inmodestas de hoy en día, pero no es menos cierto que la palabra está repleta de advertencias en contra de la inmoralidad en todas sus formas.
Cuando alguien menciona lo que Dios juzga es el corazón, y que por tanto no debiéramos juzgarle, creo que muchas veces esa persona ha olvidado lo que Dios dice a través de Jeremías 17:9 “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?”. De manera que si el corazón es engañoso, entonces el corazón por sí solo no puede ser algo confiable para dirigir mi conducta.
Otros hablan de que nosotros tenemos una libertad de conciencia para actuar en aquellas áreas donde la palabra no nos da lineamientos claros de prohibición. Pero aquí también tenemos que hacer una observación, y es que la conciencia por sí sola tampoco es algo confiable para yo determinar el curso que he de seguir. La conciencia puede ayudar, pero recordemos que la conciencia puede ser corrompida (Tito 1:15), cauterizada (1 Timoteo 4:2), puede ser débil (1 Corintios 4:8), y finalmente nuestra conciencia pudiera incluso ser mala (Hebreos 10:22).
Cuando pensamos en la inmodestia a la hora de hablar, no podemos olvidar lo que el Señor Jesús nos ordenó hace mucho tiempo atrás, cuando nos dijo que «de la abundancia del corazón habla la boca» (Mateo 12:34). De esa misma manera, podemos afirmar que de la abundancia del corazón se viste el cuerpo. Nosotros nos vestimos según los dictámenes de nuestra conciencia. Cuando nuestra conciencia es adormecida, precisamente como fruto de haber vivido expuesto al pecado desde muy temprano, estamos frente a un individuo que más temprano que tarde va a terminar perdiendo su sentido de culpa, su sentido de vergüenza y su sentido del deber. Estas tres cosas contribuyen al llenado de nuestras responsabilidades morales.
Decía que la conciencia no puede ser la única determinante de cómo nos vamos a comportar, porque pudiera no estar bien informada. Mi conciencia puede ser informada, y necesita ser informada, por la palabra de Dios, de tal manera que pueda ayudarme a tomar decisiones en momentos de necesidad. Por otro lado, esa conciencia pudiera ser iluminada por el Espíritu Santo cuando Él mora en mí, y más aún cuando Él nos da su llenura. Tampoco podemos negar el hecho de que nuestra conciencia puede ser deformada, cuando es expuesta a malas enseñanzas. Por tanto, una conciencia deformada me va a llevar a patrones de inmoralidad y de inmodestia en múltiples áreas del quehacer diario.
En un próximo post estaremos analizando qué cosas debiéramos tener presente a la hora de determinar si algo es modesto o prudente.