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HAMBRE POR SU PALABRA

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“Y te humilló, y te dejó tener hambre, y te alimentó con el maná que no conocías, ni tus padres habían conocido, para hacerte entender que el hombre no sólo vive de pan, sino que vive de todo lo que procede de la boca del Señor”, Deuteronomio 8:3.

Muchos son los que han abandonado la centralidad de la Palabra y, al ver su ministerio no florecer, han atribuido esta falta de crecimiento a la necesidad de introducir en el seno de la iglesias estrategias y métodos que han dado resultado en el mundo secular. No podemos olvidar que las iglesia como institución ocupa un lugar único entre todas las demás. Si queremos ver la iglesia crecer, tendremos que hacerlo a la manera de Dios, usar sus recursos en gloria, bajo Su autoridad, y para Su honor y Su gloria. El texto de Deuteronomio que aparece más arriba corresponde a palabras que Moisés pronunciara ante el pueblo, mientras acampaba frente al río Jordán antes de cruzar y entrar a la Tierra Prometida. Cuarenta años después de haber comenzado la travesía por el desierto, Moisés le recuerda al pueblo de Dios que una de las razones por las que Dios los dejó pasar hambre en medio del desierto fue su falta de apetito por la Palabra del Señor.

Dios tuvo que humillar a Israel, dejarlo pasar hambre y alimentarlo con maná “para hacerte entender que el hombre no sólo vive de pan, sino que vive de todo lo que procede de la boca del Señor”. La condición natural del hombre es apatía e indiferencia hacia las cosas de Dios. Su corazón de piedra (Ez. 11:19), su mente entenebrecida (2 Cor. 4:4), y su voluntad esclavizada  al pecado (2 Tim. 2:25-26) no le permiten disfrutar de los manjares de Dios. Cuando Dios nos hace nacer de nuevo, el creyente tiene a partir de ese momento una nueva inclinación. Comienza a aparecer una tendencia hacia aquellas cosas que antes rechazaba, y al mismo tiempo se inicia un distanciamiento de aquellas cosas en medio de las cuales vivía. Cuando esto no ocurre, necesito preguntarme si realmente he experimentado la regeneración o si yo todavía estoy en un estado de muerte espiritual. Sin embargo, ocasionalmente vemos personas que después de esa hambre inicial por Su Palabra experimentan cierta “anorexia espiritual”, perdiendo el apetito por el único alimento del alma: la Palabra de Dios. Cuando esto ocurre, es responsabilidad del creyente preguntarse qué ha estado ocurriendo en su vida que le ha robado el hambre por la revelación de Dios. Aunque no podemos ser exhaustivos, en estos casos usualmente encontramos pecado que ha estado creciendo en el corazón de ese hijo de Dios.

Como bien dijo alguien: “La Biblia te alejará del pecado o el pecado te alejará de la Biblia”. Lo que esta frase expresa es la tensión continua que existe entre la carne y el Espíritu, expresada por Pablo en Gálatas 5:17: “Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne, pues éstos se oponen el uno al otro, de manera que no podéis hacer lo que deseáis”. Según este texto, no hay nada que interese a mi carne que pueda despertar el interés del Espíritu, y viceversa. Notemos algo más en este verso de Gálatas 5:17, esa última frase “de manera que no podéis hacer lo que deseáis”. Muchas veces, deseando hacer algo, no hemos logrado hacerlo porque los deseos de la carne eran tan fuertes que nos debilitaron hasta el punto de llegar a pecar contra Dios, como bien expresaba Pablo al decir “Porque lo que hago, no lo entiendo; porque no practico lo que quiero hacer, sino que lo que aborrezco, eso hago” (Rom. 7:15). La razón para recordar estas verdades ampliamente conocidas es la necesidad que tiene el creyente de entender que muchas veces él no tiene hambre por su Palabra porque ha estado alimentando la carne de manera abundante. Y cuando eso ocurre, los impulsos pecaminosos en nosotros se levantan como fortalezas que nos impiden obedecer al Espíritu. Si aún Pablo experimentó esas luchas, imaginémonos al “cristiano promedio” que está ayunando su alma, pero alimentando la carne.

Hermanos, no olvidemos que después de Génesis 3 nada en este mundo es tan sencillo como parece, y nada es tan inocente como quisiéramos pensar. Cada vez que medito acerca de lo bueno o malo que algo tiene, no puedo hacer esa reflexión en un vacío como si Génesis 3 no hubiese ocurrido. Cada cosa que voy a analizar en término de sus efectos en nosotros tenemos que hacerlo tomando en consideración la presencia de la naturaleza pecadora en nosotros. Susana Wesley, la madre de los hermanos John y Charles, definió el pecado de esta manera: “Pecado es cualquier cosa que debilite tu razonamiento, altere la sensibilidad de tu conciencia, oscurezca tu apreciación de Dios, o te quite la pasión por las cosas espirituales; en pocas palabras, cualquier cosa que aumente el poder o la autoridad de la carne sobre tu espíritu… eso, para ti, se convierte en pecado, independientemente de cuan bueno sea en sí mismo”. En esa definición tenemos una buena idea de cómo analizar las cosas que puedan competir con mi apetito por la palabra de Dios. De no ser cuidadoso en mi caminar, Dios se verá nuevamente en la obligación de humillarme y dejarme pasar hambre para que aprenda que no solo de pan vive el hombre.

Una versión de este artículo fue publicado originalmente por Coalición por el Evangelio

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