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Débora, la jueza de Israel | Parte III

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Después de esta larga explicación, volvamos una vez más a Débora. Ya podemos concluir, por todo lo visto anteriormente, que ella hablaba en nombre del Señor delante de las que las buscaban por consejo. Ahora, debido al período de opresión que Israel estaba viviendo por largos 20 años, podríamos suponer que su ministerio profético se mantenía a nivel de consulta privada, pero, aún más, tendría que permanecer con un perfil bajo que no levantara sospechas de sedición entre los cananeos. Es evidente que ella no recorría Israel profetizando o juzgando, sino que los israelitas iban donde ella estaba en busca de consejo.

El texto nos dice que ella, “… juzgaba a Israel en aquel tiempo; y se sentaba bajo la palmera de Débora…” (Jue. 4b-5a). Es notable el estado tanto de precariedad como de sencillez en que Débora efectuaba su ministerio. Israel estaba en una situación tan calamitosa que, como lo hemos dicho en la entrega anterior, es muy difícil que podamos ver en esta etapa un modelo de liderazgo que sea digno de imitar por las generaciones futuras. Ya hemos hecho un extenso comentario de las características de los jueces anteriores y sus circunstancias. Débora no puede estar lejos de ese estándar general de Israel en este período oscuro de su historia. 

No podemos perder de vista tampoco la tremenda debilidad de Barac, quien cuando fue convocado por el Señor a través de Débora para una victoria segura, no respondió en valentía y obediencia, sino que le puso condiciones innecesarias a la mensajera sin considerar que le debía sola lealtad y obediencia al Señor. Así le dijo a Débora, “… Si tú vas conmigo, yo iré; pero si no vas conmigo, no iré” (Jue. 4:8). ¿Imaginan esa respuesta en Josías pidiendo la compañía de Hulda para realizar las reformas? ¡Por supuesto que no! ¿Imaginan a Moisés doblegándose ante los pedidos intransigentes de María o a Nehemías aceptando atemorizado los falsos mensajes de Adonías? ¡Por supuesto que no! Pero en esos tiempos era notable la debilidad de los líderes tanto espirituales, morales y de carácter.

Débora entregó el mensaje divino tal como lo entregó Hulda. Ella convocó a Barac de manera particular y no pública. No realizó una ceremonia pública ni lanzó un mensaje profético mostrando autoridad ante una gran asamblea. Es notable que ella transmitió un mensaje en donde ella no tenía participación alguna, más allá de ser la vocera del Señor. Algunos dicen que ella comandó a Barac a la batalla, lo cual no es cierto. El pedido de Barac de seguro descolocó a Débora, pero en su respuesta ella culpa la debilidad de Barac y nunca asume que tiene un rol protagónico. Ella entiende su rol solo como vocera del Señor, no como lideresa de Israel.

Es lamentable que la debilidad de Barac haya hecho que Débora haya tenido que arengar a Barac al momento de la batalla. Pero de nuevo ella no dice nada nuevo, simplemente vuelve a llamar la atención de un hombre pusilánime que requería un empujón en un momento decisivo. El momento es bien descrito, “Entonces Débora dijo a Barac: ¡Levántate!, porque este es el día en que el SEÑOR ha entregado a Sísara en tus manos; he aquí, el SEÑOR ha salido delante de ti…” (Jue. 4:14). Ahora Barac y los diez mil hombres y obtuvo la victoria que el Señor ya había pronosticado. Es notable que esta victoria no quedó atribuida ni a Débora ni a Barac, sino al Señor: “Así sometió Dios en aquel día a Jabín, rey de Canaán, delante de los hijos de Israel” (Jue. 4:23).

El largo canto final de Débora y Barac es un testimonio evidente de quien recibe la gloria al final del día. Débora misma no se reconoce ni como jueza ni como profetisa, tampoco como generala victoriosa, sino “… Débora… madre en Israel” (Jue. 5:7b). ¡Qué precioso reconocimiento personal de esta mujer! Ella extiende su afirmación de distancia con el poder al decir, “Mi corazón está con los jefes de Israel, los voluntarios entre el pueblo, los voluntarios entre el pueblo” (Jue. 5:9). Hoy la maternidad está venida a menos en medio de la sociedad secular. Con tristeza vemos que se le ve como una amenaza a la realización de una mujer y también hasta como un estorbo o algo que una puede erradicar cuando no le conviene o simplemente no lo desea. Sin embargo, la maternidad es uno de los mayores dones que adornan a una mujer.

No podemos negar que hoy en día vivimos una tremenda debilidad masculina en todas las áreas. Al ver a Débora, pude pensar en muchas mujeres que tiene que empujar a sus maridos a hacer las tareas que Dios les ha encargado a ellos. Veo a mujeres doblemente cansadas porque deben llevar su carga más la de sus esposos ausentes o infantiles. He visto a muchas Déboras exhortando a sus maridos con respeto a salir a la batalla que el Señor ya ha ganado para ellos, pero que por temor o displicencia no se dignan a pelear. Al ver a Ana, pude encontrarme con tantas mujeres sabias y entradas en edad que con su sabiduría y prudencia bendicen a las iglesias sin siquiera tener o requerir un cargo para tener influencia sobre el pueblo de Dios. Son mujeres que, con su ejemplo de piedad, nos inspiran a todos a vivir la fe de una manera más comprometida y entregada. Al ver a Hulda, veo a una mujer que siendo vocero de Dios nunca perdió su compostura y su lugar, permaneciendo más humilde y centrada de lo que muchos siervos y siervas de Dios con mucho menos tienden a perder la cabeza y creerse el cuento de sentirse superiores o especiales. Al ver a Débora, puedo entender como una mujer con solo un corazón de madre puede mover a la victoria a toda una nación. No necesita ponerse pantalones ni ocupar posiciones o jerarquías, basta que sienta como una madre que defiende a sus hijos. Ni Débora, ni Ana, ni Hulda justificaron en sus propias vidas salirse de los límites de su propia dignidad femenina. Ellas quedan en el texto bíblico como un grandioso ejemplo de mujeres de Dios que no se dejaron llevar por las circunstancias, sino por su temor al Señor.

Estos largos artículos solo tuvieron la intención de colaborar en la reflexión y la búsqueda de sana aplicación de las enseñanzas de los grandes momentos de la historia bíblica. No hay duda que vivimos tiempos de enorme confusión en cuanto a los roles de hombres y mujeres y su participación en la sociedad. Se ha usado, por ejemplo, el caso de Débora para fomentar o justificar ciertas formas de liderazgo femenino en las iglesias o en las casas, promoviendo y justificando un tipo de autoridad que solo pudiera entenderse como producto de un conocimiento sesgado o muy superficial del texto bíblico. Sin embargo, hemos hecho un exhaustivo y largo análisis de la realidad de Israel durante el tiempo de los Jueces, así como un profundo análisis contextual de las funciones específicas de profetisa y de juez.  Ahora les tocará a ustedes confrontar esos modelos a la luz de todo el bagaje de información presentado hasta este momento. Quizás podríamos hacernos las siguientes preguntas iniciales para empezar la reflexión personal: ¿El modelo de autoridad que veo responde a lo que hemos visto cuando hemos profundizado en nuestro entendimiento del texto bíblico? ¿Es el modelo que estamos observando el resultado de una observación superficial o un análisis consistente con todo el consejo de Dios? ¿En qué áreas de la feminidad estas mujeres son dignificadas y honradas en las tareas que llevan a cabo? ¿Qué es lo que es digno de imitar de Débora y de estas mujeres de Dios que es evidente en el texto bíblico?

Las respuestas a estas preguntas y sus conclusiones son los siguientes párrafos de esta reflexión. ¡Dios los bendiga!

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