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Débora, la jueza de Israel | Parte II

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Entendiendo el oficio y la participación de Débora

Es bajo la luz amplia que presentamos en la primera parte que podemos mirar ahora a Débora, la jueza de Israel. Ella también aparece de repente en tiempos sumamente difíciles para Israel. Jabín, rey de Canaán, tenía subyugado a Israel por 20 años bajo el yugo de un poderoso ejército comandado por Sísara. La fuente del terror radicaba en la fortaleza y superioridad militar de los cananeos. Llegar a tener un ejército con 900 carros de hierro amedrentaba a cualquiera en ese tiempo. Para el tiempo que aparece Débora en escena, los cananeos han oprimido a los israelitas por 20 años. En términos prácticos la larguísima opresión pudo experimentarse como esclavitud, trabajos forzados, pillaje y destrucción, pobreza extrema y persecución/eliminación de cualquier tipo de liderazgo militar y político en Israel.

Como en los casos anteriores, es poco lo que se conoce del trasfondo del juez. El nombre “Débora” no tiene un significado particular en el idioma original. Se trata simplemente de un nombre femenino hebreo que algunos vinculan con la palabra “hablar”. Quizás le dieron ese nombre debido a una Débora famosa, la nodriza de Rebeca (Gn. 35:8), quien fue enterrada alrededor de la zona donde la jueza vivía en las montañas de Efraín entre Ramá y Betel. Se nos dice que estaba casada con Lapidot o, como algunos estudiosos sugieren, era del pueblo de Lapidot. Nos inclinamos en pensar que ese nombre era el de su esposo. Es interesante notar que “Lapidot” es un nombre cuya raíz hebrea significa antorchas ardientes, relámpagos o simplemente antorchas. Algunos han llegado a decir que Débora es presentada como una “mujer fiera (o de fuego)”.

A diferencia de la mayoría de los jueces que eran reconocidos como líderes militares, Débora es reconocida como «profetisa». Solo para entender este título a la luz del mismo contexto de la Escritura, podemos reconocer a cuatro mujeres más con ese título en todo el Antiguo Testamento. Así se le había reconocido a Miriam, la hermana de Moisés y Aarón (Ex. 15:20) y también a Hulda, la profetisa del tiempo del rey Josías (2 Re. 22:14).  En términos negativos se conoce como profetisa a Noadías, quien atemorizaba y conspiraba contra los judíos en los tiempos de Nehemías (Neh. 6:14). La quinta y la última referencia del Antiguo Testamento la encontramos en Isaías, cuando se acerca a quien podría ser su esposa, a la que denomina «la profetisa» (Is. 8:3). En este caso no está claro si Isaías usa este título de cortesía para identificar a su esposa con él o simplemente era también una mujer con una función espiritual específica. En el Nuevo Testamento solo encontramos tres casos de profetisas, dos en términos positivos, Ana, la mujer anciana que reconoció a Jesús cuando fue llevado al templo (Lc. 2:36) y las cuatro hijas de Felipe que profetizaban (Hch. 21:9). En términos simbólicos y negativos encontramos la descripción de Jezabel, la profetisa, quien fomentaba actos inmorales e idolátricos en la iglesia de Tiatira (ap. 2:20).

Con el fin de desentrañar el significado práctico de este título, veremos, en primer lugar, que la palabra hebrea para “profetisa” es “nebiah” que viene de “nabi” que se puede traducir como “profeta, portavoz, vocero, representante, orador”. En este caso, entonces, nos estamos refiriendo a alguien que está hablando en nombre del Señor. Sin embargo, en su uso particular, de acuerdo a las cuatro referencias femeninas mencionadas podemos notar lo siguiente:

Miriam: Esta mujer era la hermana mayor de Moisés y Aarón. Es notable que el profeta Miqueas la reconoce entre los enviados de Dios para liberar a Israel junto con sus hermanos, Moisés y Aarón (Miq. 6:4). A Miriam la vemos por única vez ejercer su rol a través de la poesía y el canto de adoración inspirado, liderando a otras mujeres a celebrar la victoria sobre Egipto glorificando al Señor (Ex. 15:20-21). Tiempo después, cuando ella y Aarón murmuraron contra Moisés, ellos afirmaron que el Señor también había hablado mediante ellos, lo cual era cierto. El error y la razón de su castigo radicó en que buscaron igualarse en autoridad con su hermano, quien había sido escogido por Dios para esa tarea de manera soberana (Nm. 12:2). Al parecer, al ser puesto su nombre delante de Aarón y al ser la única castigada, podríamos inferir que ella orquestó esta rebelión (Nm. 12:1). Moisés nunca habló en contra de su hermana mayor. Por el contrario, intercedió por ella, así como también Aarón.

De este pasaje podemos una vez más confirmar que el oficio profético era algo que dependía exclusivamente del Señor, quien se manifestaría en el profeta de acuerdo a su voluntad (Nm. 12:6). Es evidente que el oficio profético no está vinculado a la autoridad delegada por Dios para gobernar sobre su pueblo. Pero es evidente que ambos dependen por completo del Señor y su voluntad soberana. La historia del Éxodo no nos proporciona otras intervenciones registradas de María como profetisa. Sin embargo, a la luz del único texto en que vemos a Miriam en acción podemos inferir que su ministerio se desarrollaba entre las mujeres de Israel.

Hulda: La profetisa aparece en un período de gran oscuridad espiritual. La Palabra de Dios había estado perdida y olvidada por muchos años y recién es re-descubierta durante el gobierno del joven Josías. Este sorpresivo hallazgo hizo al rey consciente de que “… grande es la ira del SEÑOR que se ha encendido contra nosotros, por cuanto nuestros padres no han escuchado las palabras de este libro, haciendo conforme a lo que está escrito de nosotros” (2 Re. 22:13b).

Al parecer Hulda fue la persona a quien las autoridades sabían que debían recurrir. Ella vivía en Jerusalén y podemos suponer que no era de baja condición, pues su marido era el encargado del vestuario real. Es interesante notar que Hulda fue consultada y no Jeremías o Zacarías, quienes eran contemporáneos. ¿Por qué no le consultaron? Desconocemos las razones. Quizás temieron una reprensión mayor por parte del profeta o esperaron mayor sensibilidad femenina por parte de Hulda. Todo lo que digamos al respecto es pura especulación. Lo que sabemos es que Hulda habló en nombre del Señor con palabras fuertes, pero también compasivas. El mensaje fue sumamente claro: el destino de Judá estaba fijado producto de su desobediencia, pero la compasión del Señor estaría con el rey que se había humillado delante de Dios.

Hulda no vuelve a ser consultada luego de su participación y es importante reconocer que sus palabras no incluyeron ninguna indicación de lo que Josías debía hacer como rey en Judá. Las reformas de Josías fueron monumentales, destruyendo gran parte del paganismo en el país, pero Hulda no tuvo ningún rol preponderante o público en la tarea. Piper y Grudem concluyen lo siguiente con respecto al ministerio profético de esta mujer: “Es evidente que Hulda no ejerció su don profético en un ministerio público de predicación pública, sino a través de la consulta privada (2 Re. 22:14 – 20)”. Esta consulta privada se hace evidente al observar que ella no participa en el gobierno de Josías, siendo que ella no fue nombrada ministro o asumiera un rol directriz durante este gran período de renovación espiritual.

Noadías: Ella ejercía el oficio profético entre los samaritanos junto con los enemigos de Nehemías que se oponían a la vuelta de los judíos a Jerusalén. La llegamos a conocer porque Nehemías levanta una oración en contra de aquellos que están conspirando en su contra para acabar con él y con la obra que había comenzado (Neh. 6:14). Al parecer el amedrentamiento también incluía mensajes “proféticos” en que le ordenaban parar la obra que estaba haciendo y terminaban atemorizando a Nehemías y al resto del pueblo.

Desconocemos la forma en que ella operaba, aunque debido a su carácter falso es poco lo que podríamos aprender de su comportamiento o mensaje. Sin embargo, es evidente que tenía un lugar prominente al ser mencionada por nombre entre los líderes opositores a Nehemías. Nuevamente el texto solo nos menciona su nombre y su preponderancia en el grupo opositor, pero no nos muestra la forma en que ella actuaba. De Tobías y Sanbalat, por el contrario, se nos hace notar su rol activo y evidente en la oposición contra Nehemías y la obra que estaba realizando. Esto nos podría sugerir que el rol de Noadías era importante pero, al igual que Hulda, quedaba restringido a la consulta privada. Esto suena plausible, pero sigue siendo solo una especulación respaldada por la poca evidencia que el texto provee.

La “profetisa” de Isaías: Este rol es aún más oscuro. Aunque Isaías usa ese término para referirse a su esposa, no lo usa en el sentido del oficio, sino simplemente para dar a conocer su relación con ella. El pasaje habla de que la busca para tener un hijo con ella, no para escuchar sus oráculos o enviarla en alguna misión profética. Sin embargo, no se ha escuchado antes que se tome el oficio profético del esposo como un título de cortesía para la esposa. Ezequiel no llama profetisa a su esposa ni tampoco lo hace Oseas (Ez. 24:18; Os. 2:2). Débora y Hulda no parece que tuvieron esposos, Lapidot y Salum, que compartieran su oficio profético. Entonces, es muy probable que la esposa de Isaías haya tenido un oficio profético, como el de las otras mujeres que encontramos en el Antiguo Testamento. Sin embargo, una vez más, encontramos que su oficio queda restringido a un ámbito privado que no comparte con el oficio profético público de Isaías.

Es importante notar que no podemos inferir que la Biblia enseña que una pareja de esposos comparten un título solo por el hecho de que son matrimonio. En nuestro tiempo es importante que una pareja comparta su vida ministerial en unidad y complemento mutuo, como es el caso de Priscila y Aquila, pero no una simple adjudicación de títulos basado en el vínculo matrimonial. La profetisa, esposa de Isaías, no nos autoriza a tomar ese camino.

Ana, las hijas de Felipe y Jezabel: Las dos referencias positivas en el Nuevo Testamento requieren también de nuestra atención. Ana es reconocida por Lucas como una profetisa. En el griego es “prophetís” que es el femenino de “prophetés”, que se traduce como profeta o “alguien dotado para exponer la verdad divina”. Ana es presentada como una mujer viuda y anciana que estaba dedicada por completo a estar en el templo “… sirviendo noche y día con ayunos y oraciones” (Lc. 2:37). Es evidente que ella no tenía una función pública en el culto público ni tampoco entre las autoridades religiosas, pero su espiritualidad y devoción privada se había hecho pública entre todos aquellos que llegaban buscando al Señor en el templo.

Es interesante que el carácter de esta anciana piadosa la llevó a ser reconocida como una mensajera del Señor. Su servicio era adoración al Señor con ayunos y oraciones, en donde intercedía por el pueblo y por muchos, hablándoles a todos los que querían oír de una manera informal y familiar, como muchas abuelitas sabias y santas que tenemos en nuestras iglesias en estos días. No ejercen ningún cargo, pero tienen autoridad para hablarnos en el nombre de Dios, ¿no es cierto? ¿Por qué considerarla entonces profetisa? Porque con su vida, su carácter y sus obras estaba testificando de un Dios a quien conocía y del que podía hablar con absoluta libertad. Nuevamente no se trata de un cargo o una posición pública oficial, sino de un carácter santo que glorifica a Dios y representa al Señor con una vida sencilla y consagrada que da testimonio de las bondades y la soberanía de Dios.

Las hijas de Felipe, cuyos nombres desconocemos, también nos dejan con un halo de misterio con respecto a su actuación. La palabra griega es la misma para profeta, por lo que entendemos que también, al igual que Ana, compartían la verdad divina de alguna manera. Aunque el texto no nos da mayores luces, lo que si vemos es que Pablo pasó varios días con Felipe y sus hijas en su casa, pero tuvo que venir desde Judea Agabo, un profeta, para hablar en nombre del Espíritu Santo acerca de lo que le esperaba a Pablo en Jerusalén. ¿Cómo es que entonces ellas profetizaban? Ya que no tenemos pruebas escriturales para conocer el accionar de estas profetisas, tenemos que ir a la historia de la iglesia. Orígenes, teólogo (185 – 253 d.C), escribió: “Si las hijas de Felipe profetizaron, al menos ellos no hablaron en las asambleas; porque no encontramos esa información en los Hechos de los Apóstoles”. El pasaje tiene el sufrimiento dramatismo para que no solo hubiéramos sabido que las hijas de Felipe eran profetisas, sino para también verlas en acción consolando a Pablo o confirmando lo que Agabo había entregado en el nombre del Señor.

Por último, tenemos el caso de Jezabel (Ap. 2:20). Es muy probable que el nombre sea simbólico al usar el de la arpía mujer del rey Acab, quien corrompió a Israel e impuso el culto pagano a Baal. Es interesante que Juan entiende que esta mujer se auto-nombra profetisa, enseñando inmoralidades y oponiéndose a la sana doctrina. Su infamia no solo radica en que enseña herejías, sino que ejerce autoridad al seducir y desviar a los siervos del camino correcto. La palabra que se usa como “seducir” es literalmente “desviar del camino correcto”. Juan entiende que lo que Jezabel enseña y promueve no es solo inmoralidad, sino falsa doctrina, ya que contrapone a los corruptos con aquellos que “… no tienen esta doctrina…” (Ap. 2:24).

¿Tenemos problemas en que Ana y las hijas de Felipe profetizarán? De ninguna manera. Pedro había señalado en el sermón inaugural de la iglesia que en los últimos días el Señor derramará su, “… Espíritu sobre toda carne; y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán…” (Hch. 2:17). No vemos en el texto que Lucas mencionara a Ana o a las cuatro hijas profetisas de Felipe por la sorpresa que les causó al encontrarse con algo inesperado o reprochable. Por el contrario, lo señaló como algo normal y hasta circunstancial. El mismo apóstol Pablo establece la forma en una mujer debe profetizar, pero, una vez más, lo dice como algo natural que simplemente debe hacerse de forma ordenada y conforme a la voluntad de Dios (1 Cor. 11:5). Entonces, el problema no está en profetizar, sino en lo que entendemos por ello, en la forma en que debe efectuarse y la autoridad que trae consigo.

Todos los casos presentados de profetisas no involucran autoridad ú gobierno oficial de ningún tipo, sino de representación de Dios de manera restringida y hasta privada. De lo que si podemos establecer que el texto nos señala con claridad es que Miriam ministraba delante de las mujeres y no participó directamente en el gobierno del pueblo del éxodo. Hulda era consultada en privado y tampoco ejerció autoridad pública. Ana era una anciana venerable y piadosa que es probable que gozara de popularidad, pero no ejercía autoridad, solo oraba, ayunaba y hablaba del Señor de manera informal en el Templo. Las hijas de Felipe eran profetisas, pero no vemos que hayan actuado directamente en el ministerio de Pablo, ni antes ni después de la conmoción causada por la profecía de Agabo. Solo los dos ejemplos negativos, Adonías y Jezabel, nos muestran a profetisas que se exceden de su función representativa para buscar una autoridad que termina siendo condenada por Nehemías en un lado, y corrompiendo a la iglesia de Tiatira, por el otro lado.

Es importante inferir que Pedro y Pablo le dieron a la profecía un carácter que era muy distinto al profetismo del Antiguo Testamento. Los profetas no serán seres especiales, sino que estarán entre los hijos e hijas del pueblo de Dios o entre los hombres y las mujeres de las iglesias sin ningún cargo ú oficio particular. Este carácter profético, según Pablo en 1 Corintios 11, no estará sujeto a la organización oficial de la iglesia, sino a la forma natural en que han sido constituidos por el Señor los seres humanos. Su naturaleza se basará en la sencillez de una vida santa que podrá hablarle al pueblo de Dios “… para edificación, exhortación y consolación” (1 Cor. 11:3).

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