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Cómo entender la mundanalidad

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La mundanalidad es uno de esos temas que ha estado en discusión por muchos años. Por tanto, al hablar de mundanalidad, estamos conscientes de que este no es un concepto nuevo; de hecho, los puritanos se distinguieron por tratar de establecer con claridad cuáles eran los principios que distinguían a la iglesia del mundo alrededor. Sin embargo, en los últimos tiempos, debido a la infiltración de los patrones de ese mundo al seno de la iglesia, es mucho lo que se ha venido diciendo acerca de lo que es y no es mundanalidad. El propósito de tratar este tema es contribuir a entender mejor la diferencia entre una vida digna del llamado que Cristo nos ha hecho, versus una vida que se conforma más a los deseos y patrones del viejo hombre.

La palabra de Dios nos dice en Romanos 12:1-2Por consiguiente, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios que presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo y santo, aceptable a Dios, que es vuestro culto racional. Y no os adaptéis a este mundo, sino transformaos mediante la renovación de vuestra mente, para que verifiquéis cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, aceptable y perfecto”. El énfasis de este texto está en dos áreas: la primera tiene que ver con el entendimiento de la misericordia y la gracia que Dios ha derramado sobre nosotros, de tal manera que podamos responder apropiadamente a lo que Él ya hizo por aquellos que hemos recibido salvación (Cp. Ro. 1-11). Habiendo entendido la obra de Dios a nuestro favor, que entonces podamos presentar nuestros cuerpos como sacrificio vivo y santo, aceptable a Dios. Ese es nuestro “culto racional”. Es lógico y racional que al entender mi salvación en toda su extensión, yo responda con una vida rendida a Dios y caracterizada por un caminar santo, que termine glorificando a Dios.

La segunda enseñanza de este texto de Romanos tiene que ver con la no adaptación a los patrones del mundo. La palabra traducida como mundo en este texto es “aion”, que significa los patrones y corrientes de pensamiento de cada época, no el mundo físico o el cosmos. Si no nos cuidamos, vamos a terminar absorbiendo como por osmosis las formas de pensamiento de la generación en que vivimos, y vamos a considerar esa infiltración de ese mundo en nuestras vidas como algo natural que nos lleva a ser relevantes para la generación. Esa es la manera más común de cómo pasamos a ser “mundanos” sin percatarnos de lo que hemos llegado a ser. Dios nos ordena entonces que tengamos nuestro pensamiento renovado por medio de la sabiduría de la palabra y por medio del Espíritu Santo, que ilumina esa palabra para poder aplicarla correctamente en mi vida.

Creo que muchos piensan que mundanalidad es simplemente aquello que se relaciona al mundo de las drogas, el alcohol, los vicios o los placeres. Tenemos que decir que esas son formas extremas de mundanalidad, que la mayoría pudiera reconocer como tal. Sin embargo, cada vez que nosotros tomamos una decisión de una manera similar a como el mundo toma esa decisión, o cada vez que nosotros vivimos de una manera similar a como el mundo lo hace, y que dista mucho de la manera como Cristo lo haría, entonces, nos estamos comportando como mundanos.

Creo que trae mucha luz a este tema la siguiente cita del pastor John Piper. En uno de sus sermones (1), él nos anima a “cultivar la mentalidad de los exiliados. Esto nos hace sobrios y nos despierta para que no vayamos a la deriva con el mundo, y para que no demos por sentado que la manera en que el mundo piensa y actúa es la mejor. No asumimos que lo que aparece en la TV beneficia el alma. No asumimos que las prioridades de los anunciantes ayudan el alma. No asumimos que las estrategias y valores de los negocios y la industria ayudan el alma. No asumimos que nada de esto pueda glorificar a Dios. Nos detenemos, pensamos y consultamos a la sabiduría de nuestra propia nación, el cielo, y no asumimos que la sabiduría convencional de estos tiempos viene de Dios. Nosotros orientamos nuestro rumbo por la Palabra de Dios. Cuando uno se visualiza como un extranjero y exiliado con su ciudadanía en los cielos, y cuando uno ve a Dios como su único Soberano, uno no se va a la deriva junto con las corrientes de nuestros días… Usted medita sobre lo que es bueno para el alma y lo que honra a Dios en todo: ya sea comida, carros, videos, trajes de baño, control de natalidad, límites de velocidad, horas de acostarse, ahorros financieros, la educación de los hijos, las personas que aún no han sido tocadas por el evangelio, las hambrunas, los campamentos de refugiados, los deportes y todo lo demás. Los extranjeros toman su dirección de Dios y no del mundo”.

Con estas palabras, Piper nos ayuda a entender que hablar de algo mundano no necesariamente se refiere las formas extremas de la cultura, sino que hay formas mundanas de comer, comprar un carro, ver videos, ir a la playa y vestirse. Hay formas mundanas de manejar nuestras finanzas, de usar los medios de comunicación y el internet. Formas mundanas de usar twitter o Facebook, y hay formas mundanas incluso de disfrutar el mundo de los deportes. Yo necesito entender que el mundo combate contra mi alma continuamente, y empaña insistentemente lo que es la gloria de Dios.

La palabra de Dios nos dice claramente en Santiago 4:4 «…¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios?…». Cuando yo comienzo a procurar el disfrutar o vivir en este mundo, o con formas típicas de ese mundo, en realidad me estoy convirtiendo en un enemigo de Dios. Encontramos esto expresado de otra forma en Gálatas 5:17 “Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne, pues éstos se oponen el uno al otro, de manera que no podéis hacer lo que deseáis”. Notemos cómo este verso claramente dice que, o favorecemos el Espíritu, o estimulamos la carne. En otras palabras, no hay nada neutral; cada cosa que yo hago o ha de favorecer la acción del Espíritu en mi vida, lo cual promueve la santificación, o va a estimular la carne.

En un próximo post estaremos observando entonces qué relación guarda el pecado con la mundanalidad.

 


[1] La guerra contra el alma y la gloria de Dios.

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